La renuncia forzada de Evo Morales es, sin duda, el acontecimiento más potente del momento para América Latina. Y polarizador. Para unos, se trata de una rebelión popular pacífica que logró sacar del poder a un régimen autoritario. Para otros, se trata de un golpe de Estado.
Los nicaragüenses, mayoritariamente, celebramos el desenlace puesto que Morales era uno de los aliados incondicionales del régimen dictatorial de Ortega. Suficiente razón para celebrar.
Además, Morales burló tres veces la voluntad del pueblo boliviano. La primera fue presentarse a la reelección, a pesar de que la Constitución aprobada por una Asamblea Constituyente controlada por él mismo, contenía una prohibición expresa a la reelección sucesiva. La segunda burla fue pasar por encima del referéndum, que él mismo convocó. El pueblo boliviano dijo, No a la reelección, sin embargo, Morales se lanzó por cuarta vez, gracias a un fallo del tribunal de justicia, al mejor estilo de Ortega; y una decisión del tribunal electoral, de nuevo, al mejor estilo de Ortega. La gota que derramó el vaso fue el fraude electoral, declarado por la misión de la OEA y acreditado por la empresa de auditoría electoral contratada por el gobierno. Pero esta burla le costó el poder.
No obstante, hay varias diferencias a destacar con el régimen de Ortega. Por un lado, el desenlace mostró que, a pesar de ejercer el poder por casi catorce años consecutivos, tanto la policía como el ejército no fueron sometidos a control personal o ideológico. Por otro lado, nos guste, o no, Morales impulsó un conjunto de reformas que reivindicaron y mejoraron la condición de vida de la población indígena, por primera vez en siglos y que, en su momento, le ganaron el respaldo mayoritario de esta población.
En este sentido es importante anotar que la población total de Bolivia supera los once millones de habitantes, casi el doble que la población de Nicaragua. Y más del 60% de esa población es indígena. Es decir, hay más indígenas en Bolivia que todos los nicaragüenses juntos.
Pero el ejercicio del poder desgasta. El continuismo, los abusos y el poder absoluto desgastan todavía más. Y Morales había perdido el respaldo mayoritario de la población hacía rato.
Las expresiones de contento de los nicaragüenses saturan las redes sociales y las expectativas se han disparado. Y es lógico. Pero es imperativo mantener la cabeza fría, hacer balance y extraer enseñanzas que nos permitan allanar el camino en la lucha por la libertad, la justicia y la democracia en nuestro país. Así que, a riesgo de pagar el costo del aguafiestas, aquí van mis apreciaciones:
Uno. Se puede derrotar de forma pacífica a un régimen autoritario. Los bolivianos agitaron el país por casi tres semanas, paralizaron las actividades normales, sacudieron la vocación represiva de policía y ejército, y allí están los resultados. Pero no es lo mismo enfrentar una banda criminal, como la de Ortega, que un régimen autoritario, donde las fuerzas represivas resolvieron respetar la integridad de la población. Evo Morales cayó, pero de ahí no podemos deducir mecánicamente que Ortega caerá mañana.
Dos. La caída de Morales rompe la cadena de gobiernos mafiosos etiquetados con el desacreditado mote de socialismo del siglo XXI. Pero Bolivia no era el eslabón más fuerte de esa cadena y no podemos por tanto hablar de un inminente derrumbe. Por supuesto, el golpe impacta en el estado de ánimo de las estructuras del orteguismo. Las majaderías y bravuconadas que hemos visto y escuchado en los últimos días por parte de algunos jerarcas del régimen tienen un doble propósito: amedrentar a la oposición y animar a sus bases. Pero son expresiones, más de temor que de valor. Debemos estar preparados para la profilaxis que intentará el régimen: apretar más las tuercas intensificando la represión, y tejer maniobras.
Tres. Quedan capítulos todavía que escribir en esta historia. Los bolivianos afrontan complicados desafíos, encrucijadas e incertidumbres. No basta con la salida de Morales.
Para comenzar, no olvidemos que las élites bolivianas hasta hace unas cuantas semanas habían sido incapaces de construir un frente común ante Morales. De hecho, se presentaron divididos a las elecciones. El pueblo, en las calles, forzó la unidad. Recordemos que no hace mucho, en Guatemala, las movilizaciones populares provocaron la caída del presidente Otto Pérez Molina, y de su vicepresidenta. Ambos guardan prisión. ¿Qué pasó después? Eligieron como presidente a un payaso, más mafioso que Pérez Molina.
El primer desafío que tienen las élites es mantenerse fieles a la voluntad del pueblo boliviano. Y el pueblo, mantenerse cohesionado.
Otro desafío es que el gobierno que resulte favorecido por el voto popular, supere la tentación de restaurar los viejos modelos de exclusión económica, social y política. No son despreciables las bases que respaldan a Morales. Y el ejemplo está en las fronteras de Bolivia: los argentinos resolvieron, por medio del voto democrático, retornar al kirschnerismo por sentirse decepcionados con el gobierno de Macri.
Finalmente, es evidente la acción de grupos extremistas minoritarios con voluntad de sembrar el caos, de uno y otro bando. Y la falta de autoridad y de orden encierran el peligro de abusos y de anarquía. Aunque algunos lo aplaudan, es bochornosa la imagen de la casa saqueada de Evo Morales. Las acciones extremistas de uno y otro lado pueden revertir la voluntad de las fuerzas armadas y lo que muchos encomian hoy, mañana pueden repudiar. A fin de cuentas, los soldados y los generales, son eso: soldados y generales. No ángeles.
En conclusión, allegro ma non troppo…alegre, pero no demasiado.
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