En las semanas recientes, el régimen hizo alardes con el envío de delegaciones a Turquía e Irán, entre otros países.
Estas maniobras -porque eso es lo que son, maniobras- revelan, ante todo, la desesperación del régimen. Pero también reconfirman la irresponsabilidad de que hacen gala.
La desesperación es resultado de la urgencia que tienen de encontrar recursos financieros que les ayuden a contener la crisis económica. Hay quienes afirman que otro de los objetivos fue explorar si pueden esconder por aquellos lados parte de la fortuna que fraudulentamente han amasado al amparo del poder.
Comencemos por preguntarnos ¿por qué Irán y por qué Turquía? Países muy distantes, enclavados en las zonas más conflictivas del planeta
¿Por qué no España, Bélgica, Brasil, Francia, Canadá o Alemania?
La razón obvia es el aislamiento internacional del régimen. Carecen de credibilidad en todo el mundo y no tienen otro palo en qué ahorcarse.
En cuanto a Turquía, para imaginar los resultados de la misión basta conocer la noticia de que el principal banco de ese país canceló sus operaciones con Venezuela, ante las sanciones aplicadas al gobierno de Maduro por parte de Estados Unidos. Los turcos parece que no quieren problemas.
En cuanto a Irán, lo primero que llama la atención es que no se habló una palabra de la deuda todavía existente con ese país. Si las relaciones son tan buenas y el gobierno iraní tan generoso, lo primero que deberían buscar es cómo condonen esa deuda y no solo los intereses. Pero aparentemente en esa dirección no avanzaron un paso pues los boletines oficiales ni siquiera mencionaron el tema.
Sobre la factibilidad de inversiones, basta recordar las promesas de hace diez años cuando visitó Nicaragua el entonces presidente de Irán. Un nombre muy difícil de pronunciar: Ahmadineyad. ¿Lo recuerdan?
Bueno, si no lo recuerdan citaremos algunas de las promesas: proyectos de energía hidroeléctrica, construcción de plantas procesadoras de leche y centros de acopio, reconstrucciones de centros de salud y capacitación de personal, oferta de créditos hipotecarios, la construcción de diez mil viviendas de carácter social y proyectos de agua potable y saneamiento, al igual que el famoso puerto de aguas profundas en Monkey Point. Aproximadamente mil millones de dólares en promesas y después de diez años, nada.
Con estos antecedentes resulta hasta cómica la agenda que cumplieron los misioneros de Ortega en Irán. Solo vamos a citar dos casos: visitaron al director del instituto de nanotecnología. Nanotecnología. ¿Saben qué es eso? Es tecnología de punta que consiste en manipulación de átomos y moléculas. Y para qué carajos sirve a Nicaragua si no hay capacidad científica, ni infraestructura tecnológica para asimilar y utilizar esas tecnologías, menos aún en las universidades controladas por el régimen.
También se entrevistaron con el presidente de la cámara de comercio y hablaron de fomentar las relaciones comerciales, en particular, el intercambio de carne roja por productos petroquímicos. El iraní se encargó de especificar que las carnes debían producirse bajo los principios del Halal. Como no sabía me fui a investigar. Resulta que los musulmanes solo pueden comer carne de animales sacrificados en nombre de Alá. Toda creencia religiosa es respetable pero imaginarse a los trabajadores de los mataderos nicaragüenses invocando a Alá, antes de sacrificar cada res, resulta francamente cómico.
Además ¿Saben cuánto costaría trasladar una caja de carne por más de trece mil kilómetros que es la distancia entre Irán y Nicaragua?
Por supuesto, de dinero líquido ni hablemos pues Irán está échame agua que me quemo tratando de enfrentar su propia crisis económica.
¿Qué pudo rescatar Ortega de la misión?
Tal vez el reforzamiento de los lazos políticos, pero se trata de un aliado de escasa utilidad. Irán está en el ombligo del huracán y carece de intereses estratégicos en Nicaragua.
Pero sí debemos considerar que el régimen necesita imperiosamente preservar la cada vez más raquítica base social que todavía le queda. Y uno de sus propósitos es alentarles la esperanza de que las cosas van a mejorar. Un esfuerzo condenado al fracaso, pero sus bases necesitan afanosamente aferrarse a alguna promesa, por fantasiosa que sea. Las promesas de Irán se inscriben en esa lógica. Por igual razón desempolvó el cuento del canal. Las viejas quimeras que ya casi nadie cree.
El problema es que Ortega está metiendo al país, como se dice en el lenguaje popular, entre las patas de los caballos. Si solo la camarilla gobernante fuera a sufrir los coletazos, o si los coletazos resultaran suficientes para salir del régimen, pues ya estuviéramos; el asunto es que, un coletazo de esos también puede afectar al conjunto del pueblo nicaragüense.
Así que ni plata. Ni comercio. Ni inversiones. Salvo discursos de consuelo para el rebaño y sacarle la lengua a los gringos, si es que lo disfrutan. Lo demás, puro humo, aunque parte de ese humo puede ser tóxico.
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