Cuando uno repasa los hechos de la historia, independientemente de la época, el país o el continente geográfico, se encuentra con que las dictaduras repiten, una y otra vez, los mismos patrones de conducta. Lo que varía, a veces, es el nivel de ferocidad, o las extravagancias del tirano, pero, en general, las pautas de comportamiento son las mismas.
La literatura frecuentemente se queda corta para describir los trastornos y delirios de los dictadores, a pesar de que, en América Latina, los mejores creadores nos han entregado obras memorables como Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos. El Recurso del Método, de Alejo Carpentier. El Otoño del Patriarca, de Gabriel García Márquez. La Fiesta del Chivo, de Vargas Llosa. El Señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias.
Sin embargo, hay una obra cuyos alcances la han llevado a colocarse como uno de los clásicos universales. Me refiero a la novela del escritor británico George Orwell, cuyo título es 1984. Ese es el título: 1984. Fue publicado en 1949, pero sigue vendiéndose como si se tratara de un bestseller de actualidad. Se considera una de los libros más influyentes del último siglo. De hecho, ha dado origen a la expresión “orwelliano”, para referirse a regímenes totalitarios basados en la manipulación, la represión y la vigilancia.
¿Y por qué estamos hablando de Orwell y de 1984?
Porque, 70 años después de su publicación, 1984 retrata la Nicaragua que pretende imponer la camarilla gobernante.
En resumen, la novela describe un país imaginario donde el personaje principal es conocido como El Gran Hermano. Un personaje que nunca se ve, pero está presente en todo tiempo y en todo lugar. El guía y líder omnipotente, omnipresente y omnisciente. Custodio supremo de la revolución, comandante en jefe, encarnación de los ideales del Partido y juez infalible.
El Gran Hermano observa desde los grandes carteles colocados en edificios y lugares públicos. También vigila desde las telepantallas. Un aparato que sirve para atiborrar con la propaganda oficial. Las telepantallas están situadas en cada calle, en cada edificio, en cada casa, y operan las 24 horas del día. Cumplen además otra función: desde la telepantalla se vigila cada movimiento y se escucha cada conversación. Igual que ahora, los servicios de inteligencia utilizan sistemas de control para fiscalizar llamadas y mensajes.
Uno de los instrumentos de la propaganda del régimen es falsificar la realidad mediante la manipulación del lenguaje. En la obra, el régimen tiene cuatro ministerios:
El Ministerio del Amor, que se ocupa de la represión. Vigila, encarcela, tortura y evapora a los adversarios. Allí funciona la tenebrosa policía del pensamiento.
El Ministerio de la Paz, se encarga de todo lo relacionado con la guerra. Porque el país siempre está en guerra.
El Ministerio de la Abundancia, está a cargo de la economía, esto es, del racionamiento, porque, salvo los jerarcas del partido, el resto de la población vive en permanente penuria.
Finalmente está el Ministerio de la Verdad. Se dedica a la propaganda. A inventar noticias, falsificar libros, periódicos y películas, y adulterar el pasado, para que los hechos coincidan con la versión oficial de la historia, inventada por el partido. La consigna central es “quien controla el presente controla el pasado. Y quien controla el pasado, controla el futuro.»
El lenguaje se manipula de distintos modos. Un equipo especial trabaja en la eliminación de palabras bajo la convicción de que reduciendo las palabras se aniquila la capacidad de pensar de la gente. Por ejemplo, al eliminar del léxico la palabra libertad, con el tiempo la gente dejará de pensar en la libertad.
Otro manera de manipulación son los principales lemas del partido son: «Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza».
El sentido del lema, la Guerra es Paz es exactamente su inverso: la paz es la guerra. ¿Han escuchado a Ortega repitiendo y repitiendo la palabra paz? Igual que en la obra de Orwell. Cuando Ortega habla de paz, en realidad está pensando y haciendo la guerra.
El criterio del Partido era que el esclavo se siente libre al no conocer otra cosa que el sometimiento. De ahí el lema “La libertad es esclavitud”.
Y la Ignorancia es Fuerza se basaba en que si los súbditos desconocen la verdad, no tendrán ni razones ni en contra de qué o de quien rebelarse.
¿Les parece familiar todo esto, o serán imaginaciones mías?
En el desarrollo de la novela se relata cómo se quebranta la moral, la dignidad y la capacidad de pensar de las personas. El tristemente célebre lavado de cerebro. O bien los «evaporaban», borrando todo rastro de su existencia. El amor es un sentimiento que debe ser erradicado, incluso a nivel familiar. De hecho, el partido promueve que los menores vigilen y denuncien a sus padres si les observan algún desvío en el fervor hacia el partido y hacia el Gran hermano. En la parte más cruda se describen crueles tormentos, físicos y psicológicos, hasta borrar todo sentimiento, toda emoción, toda capacidad de pensar. Las víctimas terminan por aceptar que dos más dos es cinco, si así lo decide el partido. Terminan también por «amar» al Gran Hermano.
Por si algo faltara, el signo del Partido es una V de la victoria. Hasta los cigarrillos y los licores llevaban la etiqueta de la victoria. Igual que aquí, ¿Recuerdan? …vamos por más victorias…plaza de las victorias…etcétera.
Un último detalle. En la novela de Orwell el Gran Hermano tiene bigote.
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