Con la liberación de los rehenes que el régimen mantenía secuestrados, el pueblo nicaragüense ha propinado una derrota política y moral a Ortega y a sus secuaces. Una derrota política porque Ortega no pudo sostener más el escudo de rehenes. Es una victoria moral del pueblo porque a pesar de las torturas, las privaciones, el aislamiento, las golpizas y las intimidaciones no pudieron doblegar la dignidad de los rehenes. Tampoco pudieron quebrantar el espíritu de lucha de sus familiares, ni de la población.
Se fueron a la porra todas las patrañas y acusaciones de terrorismo, golpismo, los circos judiciales, las sentencias absurdas de hasta doscientos años.
El corazón del pueblo nicaragüense salta de alegría y la emoción nos embarga a todos. Abrazos, lágrimas, puños crispados, marimbas, cantos, consignas, banderas azul y blanco.
Es momento de alegría, pero también momento para tener la cabeza fría. Ganamos una batalla, pero quedan otras batallas por delante para ganar la libertad, la justicia y la democracia. Todavía quedan en cautiverio casi noventa secuestrados. Y la furia de las jaurías del régimen está a la vista. Basta conocer el saqueo de que ha sido víctima la casa de Irlanda Jerez y el despliegue policial en la carretera a Masaya pretendiendo sofocar las expresiones de alegría popular.
La liberación de los rehenes es lo fundamental. El régimen tenía diversos caminos. Podían hacerlo los jueces y podían hacerlo también los magistrados. Optaron por lo que llaman ley de amnistía porque están montando una maniobra política de la que pretenden extraer ganancias.
Es preciso entonces comprender los alcances de esta maniobra política a fin de salirle al paso. Para ello, debemos examinar el contexto y desentrañar la intencionalidad que persiguen. Después hablaremos de los aspectos jurídicos.
Los parlamentarios europeos que visitaron Nicaragua en enero de este año, al término de su misión declararon que para poder desarrollar una negociación seria, resultaba indispensable contar con las siguientes precondiciones: Liberación de las prisioneras y prisioneros políticos, restablecimiento de las libertades y derechos ciudadanos, en particular la libertad de prensa y de movilización ciudadana, y retorno de las organizaciones internacionales de derechos humanos, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Derechos Humanos.
Señalaban que esas precondiciones eran necesarias para establecer un ambiente que favoreciera la negociación de los temas de fondo, que son democracia y justicia.
Recordamos este episodio, no por pleitesía a la visión de los europeos, sino porque es lo que dicta el sentido común. Una negociación con rehenes, garroteándote si te movés y con una pistola en la cabeza no es ninguna negociación. Son los tratos del burro amarrado con tigre suelto.
Pues bien, a lo largo de estos meses, la agenda política ha estado dominada por la exigencia de liberación definitiva de los rehenes. Una exigencia justa, necesaria y urgente. Pero las otras precondiciones quedaron guardadas en un cajón. El retorno de las organizaciones internacionales de derechos humanos, el restablecimiento de las libertades y derechos ciudadanos, el restablecimiento de la libertad de prensa y de movilización.
Esto significa que Ortega, escudándose en los rehenes, ha logrado que ni siquiera comience la negociación sobre los temas de fondo. A cambio impuso un gran costo humano, económico y social al país, incluyendo a buena parte de sus mismos simpatizantes.
Ahora pretende presentar la ley de amnistía y la liberación de los rehenes como evidencias de que está haciendo concesiones sustantivas y, por esta vía, intenta neutralizar la amenaza que se cierne sobre su cabeza de nuevas sanciones, tanto por norteamericanos, europeos y en la OEA. Ante todo, tiene encima el 21 de junio, que es la fecha límite para que el Secretario de Estado certifique ante el congreso norteamericano si se están dando pasos encaminados a restablecer la democracia, el respeto a los derechos humanos, elecciones libres y castigo a los corruptos.
Con este marco, no debería sorprendernos que en los próximos días Ortega aparezca con otras maquinaciones. Por supuesto, jamás enjuiciará ni a los culpables de delitos de lesa humanidad ni a los corruptos, pues él mismo encabezaría la fila.
Un indicio del impacto efectista que provocan en los desprevenidos estas medidas es que el exjefe de la misión de eurodiputados que mencionamos al principio, el señor Jáuregui, quien ha tenido una posición firme y atenta sobre Nicaragua, publicó un tuit entusiasmado con la amnistía. Horas después rectificó al percatarse de que la maniobra puede esconder otra de las turbias jugadas de Ortega.
La acción entusiasta y su rectificación nos sirven de enseñanza. Por supuesto, también pretende pasar de contrabando una receta de impunidad para él y sus allegados. Pero es lo de menos porque eso no va para ningún lado.
Enfaticemos una vez más. Aquí los temas de fondo son justicia, libertad y democracia. Ninguno de esos propósitos puede alcanzarse con Ortega en el poder.
Celebremos pues nuestra victoria. Pero, como dice la expresión popular, a Dios rogando y con el mazo dando.
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