Sin duda, el hecho político más relevante de los últimos días es lo que el régimen llama Ley de Amnistía.
Para comprender los alcances de esta maniobra política, porque es una maniobra política, debemos examinar el contexto y desentrañar la intencionalidad que persigue. Después hablaremos de los aspectos jurídicos.
Los parlamentarios europeos, al término de su visita, en enero de este año, declararon que para poder desarrollar una negociación seria, resultaba indispensable contar con las siguientes precondiciones: Liberación de los prisioneros y prisioneras políticos, restablecimiento de las libertades y derechos ciudadanos, en particular la libertad de prensa y de movilización ciudadana, y retorno de las organizaciones internacionales de derechos humanos, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Derechos Humanos.
Señalaban que esas precondiciones eran necesarias para establecer un ambiente que favoreciera la negociación de los temas de fondo, que son democracia y justicia.
Recordamos este episodio, no por pleitesía a la visión de los europeos, sino porque es lo que dicta el sentido común. Una negociación con rehenes, garroteándote si te movés y con una pistola en la cabeza no es ninguna negociación. Son los tratos del burro amarrado con tigre suelto.
Pues bien, a lo largo de estos cuatro meses, la agenda política ha estado dominada por la exigencia de liberación definitiva de los rehenes. Una demanda justa y necesaria. Pero las otras precondiciones quedaron guardadas en un cajón. El retorno de las organizaciones internacionales de derechos humanos, el restablecimiento de las libertades y derechos ciudadanos, el restablecimiento de la libertad de prensa y de movilización.
Esto significa que Ortega, escudándose en los rehenes, ha logrado que ni siquiera comience la negociación sobre los temas de fondo. A cambio impuso un gran costo al país, incluyendo a sus mismos simpatizantes.
Seamos claros: aquí el tema de fondo es restablecer la democracia en Nicaragua. Solamente así podremos contar con un marco de convivencia en paz, libertad, justicia y estado de derecho. Y no hay democratización posible con Ortega en el poder.
Pasemos ahora a las intenciones del régimen con la maniobra de la denominada ley de amnistía. Partamos de la siguiente pregunta ¿Por qué lo hace ahora y no antes? ¿Qué cambió para mover la voluntad del mandamás?
No se necesitan dos dedos de frente para saberlo.
Pretende aparecer como que está haciendo concesiones sustantivas y, por esta vía, intenta neutralizar la amenaza que se cierne sobre su cabeza de nuevas sanciones, tanto por norteamericanos, europeos y en la OEA. Ante todo, tiene presente el 21 de junio, que es la fecha límite para que el Secretario de Estado certifique ante el congreso norteamericano si se están dando pasos encaminados a restablecer la democracia, el respeto a los derechos humanos, elecciones libres y castigo a los corruptos.
Con este marco, no debería sorprendernos que en los próximos días Ortega aparezca con otras maquinaciones. Por supuesto, jamás enjuiciará ni a los culpables de delitos de lesa humanidad ni a los corruptos, pues él mismo encabezaría la fila. De hecho, la maniobra pretende pasar de contrabando carta de impunidad para los responsables de crímenes de lesa humanidad.
Un indicio del impacto efectista que provocan en los desprevenidos estas medidas es que el exjefe de la misión de eurodiputados que mencionamos al principio, el señor Jáuregui, quien ha tenido una posición firme y atenta sobre Nicaragua, publicó un tuit entusiasmado con la amnistía. Horas después rectificó al percatarse de que la maniobra puede esconder otra de las turbias jugadas de Ortega. La acción entusiasta y su rectificación nos sirven de referencia.
Por supuesto, una cosa son las intenciones de Ortega y otros los resultados. Puede ser que deshacer el primer nudo precipite los acontecimientos. No podemos correr el riesgo de quedarnos con los pantalones en la mano ante un escenario semejante. Es preciso trabajar a marchas forzadas en la configuración de una alternativa de poder, esto es, una organización política sustentada en valores, con una propuesta de cambio real, con liderazgos creíbles por su integridad y por su capacidad. Derrotar al orteguismo y construir una nueva Nicaragua exige que estructuremos una opción de cambio real, una opción de cambio democrático.
Es menester enfatizar lo siguiente. Un cambio real no comienza cuando Ortega deje el poder. El cambio comienza ahora. En nosotros mismos. Ciudadanos y ciudadanas. De toda edad y condición. Cambio en nuestras actitudes y comportamientos. La tolerancia. La responsabilidad. La transparencia. El respeto. La coherencia. La honradez. Son valores y pautas de comportamiento social que no se construyen de la noche a la mañana. Esos valores, esos comportamientos son imprescindibles para construir una Nueva Nicaragua. De lo contrario, estaremos sembrando las mismas semillas funestas que nos han llevado a los trágicos ciclos que hemos padecido a lo largo de nuestra desventurada historia.
Dejar una respuesta