“La guerra es la continuación de la política por otros medios” es una de las frases más repetidas en las ciencias políticas y en la ciencia militar. La acuñó uno de los teóricos más celebrados de la ciencia militar moderna: Carl Von Clausewitz, un general prusiano que escribió el libro titulado “De la guerra”.
¿A qué viene este señalamiento?
Viene a que, para Ortega, ocurre exactamente al revés. Para Ortega la política es la continuación de la guerra por otros medios.
Y esa consideración es punto de partida crucial para encarar y comprender el momento actual, en particular la mesa de negociación recién instalada.
Si nos fijamos bien, toda la vida política de Ortega ha estado marcada por el uso de las armas. Primero como adolescente, después como guerrillero, luego como gobernante y más tarde como siniestro opositor, y vuelta como dictador. En su caso, la política siempre ha tenido una connotación bélica. No es sensato, por tanto, esperar que actúe en forma distinta a su hábitat.
¿Por qué Ortega habla de paz, y repite y repite la palabra paz, si no estamos en guerra? Por una razón muy sencilla. Porque somos nosotros los que no estamos en guerra. Él sí. Únicamente entiende de correlaciones de fuerza. Para Ortega la paz, es la paz de los cementerios. La paz de los vencidos.
Si no adoptamos esta perspectiva, ya nos perdimos. O ya perdimos.
Todos tenemos claro que el objetivo fundamental de Ortega es conservar el poder. Cualquiera puede ver que su entramado estratégico está diseñado para alcanzar ese objetivo. Por consiguiente, la mesa de negociación no es un mecanismo democrático y civilizado para resolver la crisis política, económica y social del país. Para Ortega la mesa de negociación es un campo de batalla. Pero no es el único.
Así, el régimen realiza gestiones en el campo internacional. Seguramente está pulsando al Secretario General del SICA y sigue tanteando al Secretario General de la OEA; está hablando con los gobiernos de México, Uruguay y España, para ganar declaraciones de confianza; envía mensajes subterráneos a los centros de poder norteamericanos; toma la temperatura a los caribeños; habla con los presidentes de Centroamérica más flojos. Le enseña las pantorrillas a los rusos mientras coquetea con Taiwán. En fin. Pero también están en marcha plataformas de propaganda y contra propaganda, utilizando los medios de comunicación, las redes sociales y la psicología del rumor, incluyendo los fabricantes de encuestas que de repente aparecieron con el burdo propósito de instalar en la mente de la gente que la realidad no es la que ve o siente, sino que vean pajaritos preñados pegados en la pared.
Lo anterior es acompañado de sobornos, amenazas, maniobras y represión pura y dura. Y para ello utiliza todo el arsenal de que dispone. El aparato judicial, la policía, Embajadas, los paramilitares, medios de comunicación, alcaldías, Asamblea. En este contexto debemos interpretar la aprobación de la ley de reforma fiscal, las estratagemas frente a la Conferencia Episcopal, la liberación de los 100 secuestrados y las capturas, persecuciones y demostraciones de fuerza.
Y como su credibilidad está reducida al mínimo, en la mesa de negociación procura “chupar” la credibilidad de la Alianza Cívica al llevarlos a la concesión de comparecer juntos para anunciar los acuerdos. Aparecen así tana catana, como iguales. De esta forma consigue otro propósito: socavar la credibilidad y la confianza en la misma Alianza Cívica.
Si para Ortega la mesa de negociación es un campo de batalla, en el marco de una estrategia más global, me disculpan quienes piensan que 6 personas, encerradas con seis representantes del régimen, van a lograr, ellos solos, la salida de Ortega, pero creo que es una solemne ingenuidad.
Si queremos avanzar en la ruta de la justicia, la libertad y la democracia, debemos oponer a Ortega una estrategia de la misma dimensión y alcance, es decir, en todos los frentes:
• Intensificar las gestiones internacionales, con la OEA, con la Unión Europea, con gobiernos amigos, informando, incidiendo, sensibilizando.
• Utilizar los medios de comunicación y las redes sociales, para salirle al paso a las campañas de desinformación del régimen.
• Desarrollar acciones de movilización y denuncia de nicaragüenses residentes en el exterior.
• Desarrollar campañas específicas de información sobre temas relacionados con las condiciones de vida de la gente, tales como las reformas a la seguridad social y la reforma fiscal.
• Profundizar la campaña por la libertad de las prisioneras y prisioneros políticos.
• Mantener vivo el debate sobre la “agenda de la liberación”. Por ejemplo, restauración de las libertades y derechos ciudadanos, incluyendo el derecho a la libre movilización; restauración de la libertad de prensa, incluyendo la reapertura de los medios de comunicación clausurados; recomposición de los poderes del Estado, comenzando por el consejo supremo electoral, reforma de la ley electoral como marco para la realización de elecciones anticipadas.
• Mantener un apoyo crítico a la Alianza Cívica: ni crucifixión ni cheque en blanco.
• Debatir sobre otras formas de lucha como un paro nacional o un gobierno de transición.
Cada quién en su propia trinchera, por muy humilde que parezca.
Aumentando la presión sobre el régimen, contribuimos a que los negociadores de la Alianza Cívica se sientan reforzados y, a la vez, que sientan que el pueblo nicaragüense está alerta y que no permitirá que queden burladas en una mesa de negociación nuestras aspiraciones de libertad, democracia y justicia.
Se trata de contraponer la política a la guerra.
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