Ante el tiempo transcurrido y la magnitud de los crímenes del régimen dictatorial de Ortega, descritos en el informe del GIEI, se escuchan comentarios en distintos ambientes en el sentido de que vamos rumbo a la situación de Venezuela, país en el cual las protestas se apagaron a pesar de la crisis, y Maduro se apresta a “asumir” un nuevo período presidencial, en los próximos días, luego de montar un circo electoral.
Cada país afronta sus propias realidades, y sus propios momentos. Recordemos, por ejemplo, los casos de El Salvador y Nicaragua, en los setenta y en los ochenta. En ambos países, organizaciones gemelas, el Frente Sandinista y el Frente Farabundo Martí, llevaron a cabo una lucha armada para realizar una revolución, con proyectos muy semejantes. Sin embargo, los procesos y desenlaces en ambos países fueron totalmente distintos.
Anotemos algunas diferencias significativas entre Nicaragua y Venezuela que nos permiten afirmar que nuestro destino será diferente. Comencemos con la economía. El régimen madurista, a pesar de sufrir una profunda crisis económica y padecer escasez, tiene mayor capacidad de resistencia a causa de las exportaciones de petróleo. Los ingresos fiscales, la actividad económica, la inversión, el empleo, el consumo, dependen de los ingresos petroleros. Además, el grueso de la economía depende del Estado. El Estado concentra los ingresos y, aunque distribuye escasez, asegura unos mínimos.
En cambio, en Nicaragua el Estado no tiene ingresos autónomos. Provienen de los impuestos que recaudan en una economía que descansa en la actividad de pequeñas, micros, grandes y medianas empresas. A menor actividad económica de las empresas, menos ingresos para el Estado. Además, otra buena parte de la economía depende de los créditos de las instituciones financieras multilaterales. De ahí que las sanciones norteamericanas tienen un potencial demoledor. A ello agregamos que el 40% de nuestras exportaciones se dirigen hacia Estados Unidos, de donde provienen inversiones, turistas y remesas.
Muy pocos se tragan el cuento de una agresión norteamericana y la economía del «gallo pinto» que proclama Ortega, ni sus propios partidarios estarían en disposición de padecerla de nuevo. Por otro lado, la tradición histórica del pueblo venezolano es distinta. En Nicaragua se vivieron dos guerras hace unas pocas décadas. Hay una tradición de resistencia y de lucha mucho más cercana. Uno puede verlo no solo a nivel nacional, sino en el comportamiento de los nicaragüenses residentes en el exterior, que están plenamente incorporados a la lucha, con acciones de solidaridad y desarrollando diversas acciones de protesta. No se observa lo mismo en el caso de los venezolanos. Y esto lo decimos con mucho respeto, solo estamos reflejando una realidad.
De otro lado, no es un dato menor que Nicaragua tiene una significación geoestratégica de menor calado que Venezuela.
Finalmente, hay otra realidad que también debe remarcarse. La oposición en Venezuela, por el marco institucional y la tradición política, descansó en los partidos políticos y en la participación electoral, con liderazgos personales claramente identificados. No es lo mismo tener carisma para candidato presidencial que liderazgo para enfrentar un régimen dictatorial El régimen de Maduro golpeó a esos liderazgos, apresando a unos y exiliando a otros, y descabezó en buena medida el movimiento de oposición. Además, algunos partidos cayeron en los comportamientos tradicionales buscando cargos y espacios de poder en las elecciones, afloraron los intereses, las pugnas de liderazgos y contradicciones sobre estrategias y objetivos, lo que ocasionó desconcierto en la población, desprestigio y, finalmente, desgajó a la Mesa de Unidad Democrática.
En Nicaragua, las organizaciones políticas tradicionales quedaron anuladas. Pero, especialmente, con la rebelión florecieron múltiples liderazgos, de toda edad, de todo género y en todo lugar. Por esta razón no hay manera de descabezar el movimiento de resistencia.
Otro elemento fundamental es que la resistencia de la población se ha cobijado bajo la bandera azul y blanco, con un vigoroso sentimiento ciudadano, autoconvocado. El régimen tiene más de 600 prisioneros y prisioneras, miles de perseguidos en el exterior, más de 300 muertos, y sin embargo siguen aterrados ante la posibilidad de movilizaciones ciudadanas.
En estas condiciones, no hay manera de acallar la protesta, ni hay manera de domesticar a la población. Más bien crecen la indignación y el rechazo al régimen.
Por otro lado, hay tres actores que corresponde mencionar que también marcan diferencias. La empresa privada en Venezuela fue demolida. En Nicaragua, empresarios de todo tamaño sostienen la economía y, también hay que decirlo, la mayor parte de sus liderazgos han asumido posiciones claras frente al régimen. La iglesia católica, que es otro actor relevante, se encuentra identificada con el clamor de su feligresía y goza, en términos generales, de la confianza de gran parte de la población. En cuanto al ejército, aunque de eso no estoy tan seguro, hay quienes opinan que guarda diferencias con el ejército venezolano, entre otras, que es más dependiente de Estados Unidos.
A más ocho meses, el pueblo nicaragüense sigue en plena rebeldía. Tal vez la actitud y disposición del pueblo se condensa en las declaraciones de doña Coquito, conocida popularmente como la abuelita vandálica, ella declaró a Cien por ciento Noticias, refiriéndose a las amenazas de que es víctima: «quieren callarme, quieren que me sienta «agüevada»…pero a mí no me van a bajar los «güevos»…yo tengo más «güevos que Daniel Ortega«. Una mujer. Una anciana.
Esa expresión, que viene de las entrañas del pueblo, marca el sendero de la inevitable recuperación de nuestra libertad.
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