He escuchado la opinión de algunos nicaragüenses en el sentido de que hace falta un líder, en el momento actual, para conducir al pueblo en el enfrentamiento en contra del régimen genocida. Incluso he escuchado a quienes ya hablan de posibles candidatos presidenciales.
De entrada, debo decir que no comparto ninguna de esas opiniones y actitudes. Voy a expresar mis razones.
Uno de los males más funestos de nuestra historia es el caudillismo, y la ruta directa al caudillismo es el ensalzamiento de liderazgos unipersonales. El líder unipersonal, prontamente se transforma en liderazgo único y allí está a un paso de transformarse en caudillo. Más tarde llega a pensar que está ungido por la providencia divina, y termina con pretensiones mesiánicas. Precisamente esta es una de las raíces de las tragedias que hemos padecido a lo largo de nuestra historia. Hablemos de Zelaya, Emiliano Chamorro, Anastasio Somoza García, Fernando Agüero, Anastasio Somoza Debayle o Daniel Ortega. Aunque la lista es más larga. Se entronizan en el poder, o se entronizan como líderes de la oposición.
Contrario a ese pensamiento, una de las mayores virtudes del movimiento social que explotó a partir del 19 de abril, es que a la par también surgió una marejada de liderazgos, tanto a nivel local como a nivel nacional. Mujeres que nadie conocía. Jóvenes que nadie conocía. Profesionales que nadie conocía. Empresarios, campesinos, comerciantes. Hombres y mujeres. Y también liderazgos que ya eran conocidos y que se han mantenido a la altura de las circunstancias.
Y no ha importado la edad para convertirse en emblemas de lucha. Allí están los ejemplos de doña Coquito y de doña Flor, que con su sencilla pero contundente presencia, y su fuerza moral, se han convertido en símbolos de la lucha en contra del régimen genocida.
Estamos ante una oportunidad que debemos aprovechar. Debemos empeñarnos en abrir cauces y alentar múltiples liderazgos.
Nunca más debemos permitir el surgimiento de un nuevo caudillo.
También está el testimonio de la historia. En los momentos más dramáticos de nuestra historia reciente, el pueblo ha enfrentado sus desafíos sin tener un caudillo o un líder único a la cabeza.
La lucha en contra del somocismo se libró sin caudillos. Los dirigentes de la insurrección popular ni siquiera eran rostros conocidos.
La lucha que libró la Resistencia Nicaragüense, en la década de los ochenta, también fue sin caudillos. Los miles y miles de campesinos que engrosaron el ejército de la Resistencia Nicaragüense no seguían a un caudillo.
Y el triunfo electoral de la Unión Nacional Opositora, UNO, en las elecciones de 1990, lo encabezó doña Violeta Barrios, que es exactamente la negación de un caudillo.
Los caudillos llegaron después, con sus fatídicas consecuencias. Y quedemos claros. Los caudillos no caen del cielo. Nuestra misma sociedad los produce y los reproduce.
En el episodio histórico del presente tampoco tenemos caudillo. Y no lo necesitamos.
Así que a enterrar de una vez y para siempre el fantasma del caudillismo y, más bien, a empujar liderazgos múltiples de toda edad, género y sector social. Porque las tareas que tenemos por delante requieren liderazgos, en plural.
Requerimos liderazgos colectivos, pero no para que hagan lo que se les antoje. Es menester que acordemos una propuesta de cambio, con una perspectiva de mediano y largo plazo.
Una vez que derrotemos a Ortega, habrá que gobernar, enfrentar grandes desafíos, sacar al país del atolladero e impulsar el proceso de construcción de la nueva Nicaragua. Y para eso se requieren liderazgos colectivos.
Liderazgos que despierten confianza en la gente. Liderazgos con credibilidad para que puedan concertar las distintas expresiones sociales. Liderazgos con capacidad para reunir a los talentos nacionales.
Tenemos una gran oportunidad ante nosotros. La gente ha salido a las calles por su propia voluntad, en ejercicio de sus convicciones y responsabilidades frente al país, frente al presente y frente al futuro, sin acatar consignas sectarias y sin seguir una bandera partidaria. Por primera vez en nuestra historia tenemos ante nosotros la oportunidad de construir una nación con democracia, con derechos, con justicia, con oportunidades para todos.
No podemos desaprovecharla.
Y en cuento a las ambiciones presidenciales, hay que decir que se necesita ignorancia para estar con esos delirios pues, significa desconocer la magnitud de los problemas de los problemas que enfrenta y enfrentará el país en el plano económico, en el plano político, en el plano institucional, en el plano social y en el plano moral. Su solución no es tarea de una persona, por muy sabia que se crea, o muy astuta, o muy capaz.
En segundo lugar, independientemente del rostro o del género o de la edad, quien esté pensando en candidaturas significa que arrastra la lacra histórica de considerarse predestinado. Se trata de un pensamiento encadenado al pasado, un pasado que no debe volver.
Finalmente, alentar en este momento aspiraciones presidenciales significa no saber interpretar el momento en que vivimos. Primero, lo primero, y lo primero es salir de Ortega, promover una amplia concertación nacional y acordar un programa mínimo para construir la nueva Nicaragua. Ya llegará el momento de candidaturas. Por ahora debemos desarrollar una jornada nacional de vacunación en contra de la presidentitis.
Como sociedad tenemos una gran oportunidad ante nosotros. La oportunidad histórica de enterrar el pasado y construir un nuevo país. No podemos despilfarrar esa oportunidad.
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