Sin duda, uno de los acontecimientos más promisorios en la lucha en contra del régimen genocida se produjo el pasado 4 de octubre, con la suscripción del manifiesto Unidad Nacional por la Justicia y la Democracia. La demanda de unidad era expresada desde distintos sectores de nuestra sociedad y un imperativo para dar un paso de calidad en la lucha por la libertad.
Todos debemos congratularnos, y alentar y apoyar este esfuerzo, conscientes de que la unidad, para ser efectiva, debe afianzarse sobre bases sólidas, que solo pueden resultar de un proceso de maduración. La impaciencia y las improvisaciones van en ruta contraria a ese proceso de maduración.
Pero este solo es una parte del camino. Ahora se trata de que esta gran concertación se consolide en la práctica, porque sus desafíos se muestran para el corto y para el largo plazo.
Hay escollos en ese camino que deben ser expuestos con crudeza, para poder superarlos con eficacia. Y aquí, nuestra propia historia tiene mucho que enseñarnos.
Vamos a valernos de un extraordinario editorial publicado por el diario La Prensa, en enero de 1979, a solo seis meses del derrocamiento de la dinastía. Había fracasado la mediación de la OEA y el régimen lucía una victoria militar ante la insurrección de. Eran momentos de extrema polarización, represión y violencia. Eran también las vísperas de la conmemoración del primer aniversario del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Un baño de sangre se extendía a lo largo y ancho del país.
En este escenario, donde los protagonistas civiles también arriesgaban la vida cada día, con todo y eso persistían actitudes que fomentaban la división. Así, al describir la situación de la oposición, el editorial dice lo siguiente: “…hemos observado en las últimas semanas una alarmante, y repudiable vendetta política entre algunos sectores políticos opositores y un lamentable deterioro del proceso unitario…”
¿A qué causas atribuye el editorialista, el miope sectarismo que prevalecía en circunstancias tan apremiantes y trágicas?
Con ánimo de señalar los escollos y con ello contribuir a neutralizarlos, anotamos los señalamientos del editorial del diario La Prensa, de enero de 1979. Aquí van:
• Auto-sobreestimación de las propias fuerzas, en algunos grupos, en comparación con los otros grupos políticos.
Cada grupo político presumía de ser más fuerte o representativo que los otros, y mostraba una tendencia a subestimarlos y arrogarse más peso en la toma de decisiones. Señalamos ese escollo porque es fuente de resentimiento y de conflicto.
Una evaluación equivocada de las condiciones y posibilidades políticas del país.
Cada grupo tenía su propia lectura de la realidad. Es por ello fundamental compartir una interpretación del contexto, del momento y de las perspectivas, porque solamente así puede formularse y ejecutarse una estrategia compartida.
• Resabios políticos caudillescos y falta de comprensión y tolerancia sobre el verdadero pluralismo.
El caudillismo y la falta de tolerancia están en las raíz de las tragedias que hemos padecido. Y son fantasmas que debemos enterrar de una vez y para siempre si queremos construir una nueva Nicaragua.
• En otras ocasiones, y es este el más injustificable de los casos, son rencillas y animosidades personales, las que se han antepuesto a la necesaria unidad opositora.
Es fundamental, agregamos nosotros, combatir permanente los personalismos, que todos sabemos que existen, pero que deben encadenarse para que todos podamos avanzar.
• La confianza ilimitada de unos grupos en que poderes extraños nos liberen de Somoza, o se produzca un milagro político. Este señalamiento también tiene notable actualidad. Para nosotros es evidente que el aporte fundamental ya lo está ofreciendo el pueblo nicaragüense con su sacrificio. Pero también es evidente que resulta fundamental el aporte de la comunidad internacional.
• Desconfianza sobre los objetivos políticos de los otros grupos. Sin confianza es imposible que la unidad se consolide. Pero estemos claros que construirla no es resultado de declaraciones sino de conductas y prácticas sostenidas.
• Las artimañas e intrigas de Somoza y sus agentes.
Cambiemos el nombre de Somoza por Ortega y quedamos en las mismas. Los infiltrados y agentes solapados, si bien cada vez son menos, son un peligro permanente.
El párrafo final del editorial encierra una contundente lección para los protagonistas de hoy:
“En los extremos de esas conductas sectarias, a veces pareciera que los esfuerzos están más dirigidos a desgastarse entre aliados, o posibles aliados, que a combatir al enemigo común…Esas tendencias sectarias y divisionistas deben ser combatidas firmemente. Porque al fin de cuentas el pueblo está unido y no es posible que esa unidad, y las inmensas posibilidades de liberación que encierra el momento actual, se frustren, porque el peso del pasado en unos, y una equivocada evaluación de las posibilidades del futuro en otros, los lleve a conductas que objetivamente contribuyen a prolongar los tormentos del somocismo”.
Espero que estén de acuerdo conmigo en que son lúcidas enseñanzas que debemos todos asimilar para enfrentar con mayor sensatez los desafíos del presente y que prontamente podamos erradicar al régimen genocida.
jorgehjimenez
Deseándole al pueblo de Nicaragua los mayores éxitos en su lucha contra la tiranía y con la esperanza de que de las filas de la oposición surja un gran líder que sepa interpretar las necesidades populares.