Tragedias como la que padecemos en Nicaragua, sacan a luz lo peor, lo más maligno, la escoria que se anida en los recodos de una sociedad; pero también hacen aflorar lo más noble, lo más digno y lo más valioso , de la otra parte de la sociedad.
Hemos visto, por ejemplo, a Daniel Ortega y a sus representantes mentir, acusar y denigrar con la mayor desfachatez. Unos embusteros descarados.
Lo peor y más asqueroso de nuestra sociedad está expuesto en esa conducta.
Hemos visto cómo se pretende cobijar de impunidad a los criminales. Se exhiben y actúan a sus anchas porque les han hecho creer que nadie los va a castigar por sus crímenes.
Hemos visto cómo se manipula a gente fanatizada, hasta llegar al extremo de utilizarlos para escarnecer a las madres que suplican y sufren por sus hijos o hijas desaparecidos, secuestrados o presos.
Hemos visto los testimonios y las huellas de las torturas a que han sido sometidos hombres y mujeres, adolescentes, jóvenes y adultos, a manos de los esbirros del régimen genocida.
Lo peor y más asqueroso de nuestra sociedad está expuesto en esas conductas.
Hemos visto cómo secuestran, saquean, incendian, asesinan.
¿Qué espíritu diabólico animará a estas bandas que salen con el único propósito de arrebatar la vida o hacer sufrir a sus semejantes?
Hemos visto la despreciable actitud de funcionarios públicos, al servicio del régimen, en el poder judicial, actuando como verdugos, que violan derechos humanos elementales, negando el derecho a la defensa, al debido proceso o a un juicio justo.
También los vemos visto cumpliendo siniestros designios en el ministerio de salud, clínicas y hospitales.
Lo peor y más asqueroso de nuestra sociedad está expuesto en esas conductas.
El caso reciente que ha alcanzado mayor notoriedad internacional, por la nacionalidad de la víctima, es el asesinato a a manos de un paramilitar de la estudiante brasileña Raynéia Gabrielle Lima. Ese asesinato es testimonio ante el mundo de la tragedia provocada por el régimen genocida, en contra de centenares de nicaragüenses.
¿Quién es señalado por la policía de cometer el crimen?
Un paramilitar, con las características típicas de la banda criminal que aterroriza el país: un ex militar, con un arma de guerra, asalariado de Albanisa y al mando de un jerarca del régimen.
¿Qué amenaza podría representar una muchacha indefensa, para el grupo de asesinos que acompañaban al salvaje que realizó los disparos mortales? Para mayor ironía, la estudiante de medicina brasileña prestaba sus servicios en el hospital de la policía.
La nacionalidad de la víctima y la inmediata reacción del gobierno brasileño obligaron al régimen a presentar al presunto asesino, aunque intentando borrar toda huella que incrimine a quienes comandan estas bandas.
¿Qué harán ahora? Igual que Somoza, cuando uno de sus incondicionales era agarrado con las manos en la masa: montarán el parapeto de un juicio, inventarán una leyenda alrededor del crimen, le harán un juicio fugaz, probablemente a puerta cerrada y anunciarán una condena, con la oscura promesa al hecho material, de que prontamente gozará de libertad. Pero nadie más saldrá inculpado. Por ahora.
Hemos visto también cómo a la doctora Blanca Cajina Urbina, estando en el suelo, con la cabeza hacia abajo, totalmente sometida, a plena luz del día y en una de las vías más transitadas del país, ser pateada en el rostro por uno de los sicarios del régimen genocida.
Si esto es a una mujer, a la vista de todos ¿Qué atrocidades son capaces de cometer en las ergástulas del régimen, cuando nadie los ve?
Lo peor y más asqueroso de nuestra sociedad está expuesto en esas conductas.
La alusión a la doctora Cajina nos lleva a hablar de los médicos.
Decíamos al comienzo que crisis como la actual hacen aflorar lo más noble que anida en nuestra sociedad.
La actitud del gremio médico, en su inmensa mayoría, es ejemplar y merece el reconocimiento y tributo de todos.
Haciendo honor a su profesión, a su vocación y a su compromiso con la nación, a riesgo de su vida, de su libertad, de su bienestar y de su seguridad económica y familiar, centenares de médicos y estudiantes de medicina se dedicaron a atender a las víctimas, sin distinción.
Como la inmensa mayoría de las víctimas son el pueblo mismo, el régimen genocida se ensaña en los médicos, haciéndoles pagar por sus acciones humanitarias con persecución, exilio, cárcel, lesiones, malos tratos y muerte.
Y también con despidos laborales. Y esta es una aberración monstruosa: Les castigan por cumplir su deber moral, su compromiso profesional y su misión humanitaria de salvar vidas.
En este sentido queremos resaltar el pronunciamiento suscrito por 35 asociaciones médicas nacionales, de distintas especialidades, tomando posición frente a la problemática del país, exigiendo que el gobierno cumpla con las normas internacionales de derecho humanitario y en solidaridad con sus colegas perseguidos y encarcelados. Otros gremios profesionales deberían hacer lo propio.
Reiteramos nuestro reconocimiento a los médicos, paramédicos y estudiantes de medicina.
La buena noticia es que estas prácticas nobles, son claras evidencias de que germinan ya las semillas que anuncian la nueva Nicaragua que construiremos una vez que salgamos del régimen genocida.
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