Hay etapas en la historia de los pueblos en que los acontecimientos son tan intensos, y se producen y entrelazan con tal celeridad, que pareciera como si el tiempo acelera su marcha, de manera tal que un hecho va desplazando a otro en la memoria de la gente y, cada hecho, se va sintiendo cada vez más lejano. Es lo que vivimos actualmente en Nicaragua.
Hace una semana, por ejemplo, apenas el jueves pasado, el pueblo nicaragüense propinó un poderoso golpe al régimen dictatorial de Ortega. El país entero se paralizó como expresión de rechazo generalizado al régimen y a todo lo que representa.
Al día siguiente, las hordas diabólicas embistieron en los barrios orientales y cometieron una de las acciones criminales más brutales de nuestra historia. Una familia entera, incluyendo niños, fue incinerada en su propia casa, en el barrio Carlos Marx. La tragedia provocó tal conmoción en la sociedad nicaragüense que no dejó espacio emocional ni mental para valorar en toda su dimensión las repercusiones del paro nacional.
Recientemente, en una conversación con un grupo de conocidos, uno de ellos preguntó ¿Y para qué sirvió el paro? Queriendo decir con su pregunta que el paro no había servido para nada. La conversación con ese grupo me dio el motivo para compartir con ustedes las siguientes consideraciones.
¿Para qué sirvió el paro? Por supuesto que sirvió. Sirvió. Y sirvió de mucho.
Es claro que un paro de un día no iba a botar a Ortega. Recordemos que el dictador comenzó a reconstruir su poder desde el mismo momento en que lo perdió, en las elecciones de 1990. Con asonadas, chantajes, asesinatos, sobornos, pactos, fraudes electorales, entre otros desmanes, fue pavimentando el camino para su retorno al poder. Fueron décadas. Y nosotros llevamos apenas dos meses de lucha cívica y ya tenemos a Ortega en ruta de salida.
¿Cómo lo estamos logrando? Sumando un golpe tras otro. Estos golpes gradualmente han ido debilitando al régimen y socavando sus bases de sustentación. Uno de esos golpes fue precisamente el paro nacional.
Recapitulemos un poco. El paro fue convocado por la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia. La unidad de las fuerzas opositoras al régimen, representadas en el diálogo nacional, a pesar de su diversidad, mostraron capacidad para concertar. Fue una demostración que vigorizó la moral de la gente y asestó un topetazo al régimen.
En segundo lugar, la convocatoria al paro, que a decir verdad era una demanda extendida en la población, fue respaldada en todo el territorio nacional, en una potente demostración de civismo. Una comprobación que evidenció a los simpatizantes del régimen, al pueblo mismo, y a nivel internacional, que la casi totalidad de la población exige que Ortega y sus secuaces se vayan, de manera pacífica. La contundencia de ese rechazo masivo dejó sin capacidad de reacción política al régimen.
Así como el estallido social del 19 de abril fue resultado de una acumulación de agravios, hasta que la gente dijo basta; así la lucha ha sido un proceso acumulativo en el que cada golpe propinado al régimen, ha ido desgastando su poder y su capacidad de gobernar.
Las marchas gigantescas, tuvieron un formidable impacto. Los plantones tienen su impacto. Y van sumando en la moral de la gente y en la confianza en sus capacidades. Y minando las bases de apoyo del régimen. Los tranques tienen un gran valor, por eso Ortega los odia tanto. Las protestas de las madres y familiares por los presos políticos que encarcela el régimen, suman; igual que la férrea resistencia que con huleras y piedras en barrios y ciudades se oponen en las barricadas a las fuerzas criminales del régimen. Los cacerolazos, las acciones de las mujeres enfrentando con sus manos y su voz directamente a turbas y antimotines; las jornadas de los residentes en el exterior; las denuncias en las redes, radios y canales de televisión; las canciones; las acciones internacionales, y el mar de gente que sale a las puertas de sus casas con su bandera azul y blanco a saludar las marchas, también suman.
Es en esta perspectiva que debemos situar el impacto del exitoso paro nacional de hace una semana. Fue un extraordinario esfuerzo. Un extraordinario sacrificio. Pero también un golpe político extraordinario.
Al régimen ahora solo le queda la fuerza bruta para arremeter contra la población con la intención desesperada de provocar terror. Ocasiona muertes, heridos y destrucción en su demencial aferramiento al poder, pero a la vez profundiza el repudio de la población. Estas luchas no las resuelve la fuerza bruta para doblegar un levantamiento popular, respaldo por la inmensa mayoría de la población. La batalla estratégica ya la perdieron. Ortega ya no tiene capacidad de gobernar y de impulsar iniciativas políticas. Su caída es cuestión de tiempo.
Veamos algunos ejemplos.
¿Se les ocurre a ustedes que Ortega tiene capacidad para aprobar una reforma a la seguridad social?
¿Cuál es el plan para el ciclo agrícola que tenemos encima?
¿Tienen capacidad para aprobar una reforma fiscal viable?
La policía no recibe denuncias por delitos comunes, ni siquiera tiene capacidad para atender y resolver los accidentes de tránsito.
El régimen ya no tiene capacidad de gobernar.
Así que ¡Ánimo nicaragüenses! ¡Ya estamos cerca!
¡Nicaragua volverá a ser república!
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