Uno de los hechos más reconfortantes que pudimos observar en el acto de instalación del diálogo nacional, es la notable concertación que exhibieron los grupos participantes que están del lado de la democracia. A pesar de los apremios que marcan las circunstancias y de la pluralidad: (allí están representantes estudiantiles, movimiento campesino, gremios empresariales y expresiones de la sociedad civil), fue notoria su coincidencia en un conjunto de planteamientos básicos.
¿Cuáles son esos planteamientos coincidentes? En primer lugar la demanda de seguridad para los estudiantes, sus dirigentes y para la población en general que participa en movilizaciones y protestas. En dos palabras, cese a la represión. En segundo lugar, la demanda de justicia, entendida como, juzgamiento y castigo de los culpables de la masacre. Y en tercer lugar democratización.
Ortega en su tenebroso plan de acción seguramente tiene incorporado el propósito de resquebrajar esa concertación.
En el acto de ayer también se evidenciaron elementos que forman parte del plan que diseñó y ejecuta el régimen, que confirman lo que anticipamos en nuestro escrito “La estrategia del régimen”. Enfrentamos un adversario matrero, despiadado y fogueado, por consiguiente no podemos descuidar el esfuerzo por discernir en qué direcciones se mueve.
La frustrada maniobra diversionista de Bayardo Arce dejó al descubierto la estratagema que pretenden desarrollar al interior del diálogo. Intentarán forzar una agenda centrada en los temas económicos. Eso explica la presencia del ministro de finanzas y del presidente del banco central. Su propósito manifiesto es sectorizar la agenda y dividir a los actores, pues consideran que los empresarios se concentrarían en la economía y dejarían a los otros actores las preocupaciones políticas.
Ortega también dejó ver una de las cartas que guarda bajo la mesa y que complementa la estratagema anterior. Se trata de una “jugada cantada”: la utilización de sus arreglos secretos con el Secretario General de la OEA, como vía de escape para el tema de la democratización y los asuntos electorales. Cuando llegue el momento de abordarlos argumentarán que ya existe una mesa de diálogo con la OEA. Si antes Almagro había perdido toda credibilidad, esa pérdida de credibilidad se ha transformado, con su silencio y pasividad frente a la masacre, en convicción sobre su complicidad con Ortega. Almagro adquirió la categoría de indeseable en Nicaragua en la lucha por el restablecimiento de la democracia.
¿Quién ha nombrado a Almagro para que negocie a nombre y a espaldas de los nicaragüenses los temas de la democracia? ¿O al compinche de Roberto Rivas, el inefable Penko?
Esa mesa Ortega-Almagro debemos darla por muerta, al igual que la miserable comisión de la mentira.
Por otra parte, la insistencia de Ortega sobre la justicia y su alusión a la CIDH esconde también otra artimaña. Él sabe que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos no es un tribunal de justicia. Como conclusión de sus trabajos, la CIDH emitirá un informe sobre sus hallazgos que contribuirá a establecer la verdad en materia de violación a los derechos humanos, pero no condenará a nadie. Ese informe posteriormente se sometería a consideración del Consejo Permanente y de la Asamblea General de la OEA. Pero eso tomará tiempo y su impacto es más político que jurídico. Y el tiempo es aliado de Ortega.
De ahí la necesidad de que redoblemos esfuerzos en el ámbito internacional, en especial a nivel latinoamericano. Es otro frente de nuestra batalla por la democracia.
Pero son otras las partes más siniestras de la estrategia del régimen. Leamos entre líneas lo que dijo Ortega y observemos lo que está ocurriendo en distintos territorios del país y deduciremos fácilmente algunas pautas de acción del régimen. Por supuesto, hay otras, más oscuras.
En primer lugar sembrar el caos, directamente por sus agentes o alentando a delincuentes comunes para que cometan desmanes que provoquen rechazo en la población. Saqueos, cobros de peaje, acosos a vehículos, paros forzados, forman parte del arsenal. Ya lo están haciendo. Debemos salir al paso de manera enérgica. No podemos quedarnos a la defensiva dando explicaciones. El movimiento estudiantil, los representantes gremiales, organizaciones de la sociedad civil y población en general debemos rechazar tajantemente las acciones de quienes van a la bulla y a la cabulla.
El caos y los desmanes son aliados de Ortega.
El segundo propósito estratégico de Ortega es más inhumano. La gran mayoría de los nicaragüenses vive en condición económica precaria, coyol quebrado coyol comido, y las empresas no disponen de suficientes reservas para resistir un período prolongado de incertidumbre, inestabilidad y deterioro económico. El cálculo de Ortega es que, si gana tiempo, podrá desanimar a la gente y sembrar la opinión de que el deterioro económico es culpa de la rebelión cívica y de los promotores más visibles. Y no de su régimen. Por esa razón mencionó los tranques que afectan el abastecimiento, a los trabajadores de las zonas francas, a campesinos. En Ortega es demagogia, pero las necesidades de la gente son reales. Se trata de un asunto sensible y al que debemos poner atención. No vayamos muy largo, de manera descuidada algunos medios independientes han comenzado a achacar a los tranques la escasez o carestía de algunos productos.
¿Cómo enfrentar este desalmado juego?
En primer lugar, preservar a toda costa la concertación entre los actores participantes en el diálogo.
En segundo lugar, seguir hablando el único lenguaje que Ortega entiende, que es el de la presión popular, evitando al mismo tiempo condiciones de caos. La concertación debería extenderse a la armonización de las medidas de presión.
En tercer lugar, mantener como punto central de la agenda la salida de Ortega. Mientras más pronto, mejor.
Es lo que quiere la gente.
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