La primera constatación que se desprende de lo que vimos y escuchamos en el acto de instalación del diálogo nacional es que tenemos dos países contrapuestos. La Nicaragua que ven Ortega y sus secuaces, o la que quieren ver, y la Nicaragua que vemos, vivimos y sufrimos el resto de los nicaragüenses, que somos la inmensa mayoría.
Si fueran ciudadanos comunes y corrientes, sería su asunto. El problema es que tienen la fuerza, y la crueldad para usarla, sin piedad, contra la población. Está demostrado que en su aferramiento al poder no les importan los estragos y tribulaciones que provoquen al país.
Vamos a concentrarnos en las intervenciones de Ortega. Comencemos por lo que estamos de acuerdo.
Ortega habló de violencia diabólica. Y tiene razón Ortega. Porque el espíritu que anima a las turbas es en verdad diabólico. Todos hemos visto cómo garrotean, apedrean, roban, rajan cabezas, disparan y se pasean campantemente portando fusiles de guerra. ¿Hay alguno preso o procesado? ¿A quién cree que engaña Ortega?
Ortega no habló de sus turbas asesinas, pero utilizó el nombre preciso. Debemos llamarlas, las turbas diabólicas de Ortega.
Ortega también habló sobre las familias aterrorizadas. Él afirmó: se infunde terror, se infunde favor. Y es cierto. Hay miles de familias aterrorizadas. Lo que no dijo es que ese terror lo provocan sus turbas diabólicas. Precisamente para eso fueron creadas: para someter por el terror. Para someter por el pavor. Las turbas diabólicas de Ortega.
Ahora pasemos al mundo de Ortega.
¿De qué mundo nos habló?
Habló de fortalecer las instituciones. ¿Estaba hablando de Estado de Derecho, igualdad ante la ley o administración de justicia independiente? ¿Estaba hablando de una Asamblea Nacional deliberante y representativa? ¿De una policía sometida a la ley y garante de los derechos ciudadanos? ¿De una Contraloría dedicada a proteger el patrimonio público y combatir la corrupción?
Por supuesto que no!
Esas instituciones no pertenecen al mundo de Ortega.
Es claro que se refería a fortalecer su Consejo Supremo Electoral. Es claro que se refería a fortalecer su Corte Suprema de Justicia, su Contraloría General de la República, su Procuraduría de Derechos Humanos, su Fiscalía General de la República. Es claro que se refería a los sirvientes que acatan su voluntad en cada uno de esos órganos, que deberían ser públicos pero que están por ahora sometidos a los designios personales del monarca.
Habló de fortalecer el sistema electoral. Obviamente no se refería a uno que garantice la libre expresión del voto. Se refería al corrupto sistema electoral, encabezado por Roberto Rivas, que le posibilitó realizar fraude tras fraude, para mantenerse en el poder e imponer mayorías espurias en la Asamblea Nacional y en las alcaldías municipales. Hay que fortalecerlo, dijo.
También habló de fortalecer la democracia. ¿Cuál democracia? Naturalmente que hablaba de su régimen dictatorial, donde su voluntad es la ley. Donde campea la corrupción y la impunidad de sus secuaces. La democracia donde se conculcan derechos y libertades ciudadanas. La democracia donde las fuerzas represivas asesinan, y parte sin novedad.
Y Ortega volvió a hablar de paz. Cada vez que Ortega habla de paz hay que santiguarse porque ¿Cuál es la paz de Ortega? No es la paz que resulta de la convivencia democrática, de la justicia y el bien común. En absoluto. Ortega habla de la paz de los vasallos. La paz de los vencidos. La paz de los cementerios.
Y tuvo la desfachatez de hablar de justicia y de su decisión de invitar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, cuando todos sabemos que se negó a hacerlo, que estableció su comisión de la mentira, y que se vio forzado a invitar a la CIDH por la presión popular. Ahora quiere aparecer como el gran justiciero.
¿De qué justicia habla? ¿Hablaba de castigar a los culpables de la masacre? Claro que no. Si él mismo es jefe supremo de la policía y patriarca de las turbas diabólicas. Para Ortega justicia es la que ha aplicado, mediante ejecuciones sumarias, a decenas de campesinos, incluyendo menores, como los de la Cruz de Río Grande. Y los denigra llamándoles asesinos y delincuentes. Como también llamó en su momento a los estudiantes asesinados.
En conclusión, lo que dijo es que se propone fortalecer su régimen dictatorial.
Monseñor Báez escribió en las redes sociales que Ortega desperdició ayer una oportunidad única para reivindicarse ante Nicaragua. Agregó nuestro querido pastor que con su actitud Ortega sigue siendo el obstáculo más grande para el Diálogo.
Y en efecto, es el más grande obstáculo para un diálogo que traiga la paz, justicia y libertad.
Por eso tiene razón el pueblo en su insurrección desarmada y en su vigoroso clamor: ¡Que se vayan!
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