Ayer, mientras conducía por una calle de Managua, me detuve ante un semáforo en rojo. El conductor del vehículo que tenía detrás comenzó a pitar, presionándome para que avanzara. Mi reacción fue seguir esperando. El ciudadano que pitaba no se aguantó y optó por pasarse al otro carril, aventajarme y, como decimos en Nicaragua, lanzarse la roja. Pero no le bastó, bajó su ventana y pasó vociferando junto a la ventana de mi vehículo.
El incidente descrito, si fuera aislado o casual, pues sería un hecho intrascendente. Incluso, justificado si fuera una conducta motivada por una emergencia real. El problema es que se trata de un comportamiento frecuente. Muchos podrían confirmar que también les ha sucedido igual.
Hay un asunto más de fondo. En realidad, estas conductas son manifestaciones de nuestra cultura ciudadana, si es que le vamos a llamar cultura a las ideas y modos de comportamiento que prevalecen en nuestra sociedad. Y son conductas que se reproducen en diversos ámbitos de nuestra vida social.
Evidentemente, para la persona del incidente, el respeto a la ley es un asunto menor. Un asunto que depende de las circunstancias. Se respeta la ley cuando se piensa que no hay castigo a la vista. Si no hay moros en la costa, se irrespeta flagrantemente. Como se dice en lenguaje popular, en el escándalo está el delito.
La pregunta que se impone es ¿Cuál sería la conducta de esta persona si ejerciera un cargo público? ¿Respetaría la ley?
Pasemos a otro caso. Quienes conducen un vehículo seguramente han tenido la siguiente experiencia. Uno está ante una fila de vehículos, en su carril, esperando pacientemente que la fila avance. Y de repente, un vivián, aparece en el carril de al lado a toda velocidad para ir a situarse adelante y pasar antes que todos los que esperamos nuestro turno de avanzar. Repito. No estamos hablando de razones de emergencia o incidentes casuales. Todos los días vemos ese tipo de conductas.
Evidentemente esa conducta evidencia lo que nosotros conocemos como arribismo. O vivianería. Yo soy el vivo. Ustedes son los tontos.
¿Cuál será la conducta de estas personas en otros campos de su vida como ciudadanos? Si es estudiante ¿se copiará, o no se copiará en los exámenes? Si es comerciante ¿Será, o no será un especulador en potencia? La lógica indica que la persona arribista en esto, también es arribista en aquello.
Porque todas las personas desempeñamos simultáneamente diversos papeles en la sociedad. La enfermera no solo atiende a los enfermos; también es madre de familia; es vecina de un barrio; es esposa; y es consumidora. El abogado, es profesional en un juicio; es conductor en la calle; tiene clientes; es paciente en una clínica médica; y es padre de familia. Difícilmente puede ser deshonesto y violento en un ámbito, y honrado y pacífico en otro.
Y hay otra experiencia más. Y de esto pueden ser testigos no solamente los conductores sino también los peatones. Si un peatón intenta cruzarse la calle y, digamos, a unos 50 metros viene un vehículo, cualquiera que sea, particular, motocicleta, camionetón, lo que sea…qué hace el conductor del vehículo? Lo primero que hace es pitar. ¿Reduce la velocidad? De ningún modo. Mantiene su velocidad y pita. Que se encomiende a Dios el peatón. Lo mismo ocurre cuando uno intenta ingresar a un carril de intersección. El conductor que viene en su carril pita y pita pero jamás se le ocurre bajar la velocidad. Algunos incluso la aumentan.
¿Qué denota esa conducta? O te apartás o te aparto.
Aunque no lo parezca, denota el concepto de poder que tiene esa persona. La cultura del atropello. Es fácil imaginarla ejerciendo algún tipo de poder, ya sea en su familia, en su empleo, en su organización o en su empresa. ¿Tendrá un comportamiento respetuoso y tolerante?
Vamos con un último ejemplo. Si uno viene en un carril y se detiene para darle paso a otro vehículo, o para dar oportunidad de que los peatones pasen. Con frecuencia, el conductor que viene detrás comienza a pitar. En este caso, el que pita, con su pitar reprueba la conducta del que va adelante. Reprueba su cortesía, su prudencia o su generosidad.
Quedemos claros. Esto no es asunto de saber conducir, o no saber conducir un carro. Es asunto de si sabemos conducirnos como ciudadanos.
Y es importante que reflexionemos sobre esta pregunta. ¿No será que este tipo de conductas sociales son las que propician que se impongan en nuestra sociedad caudillos, malandrines y abusadores?
Difícilmente podrá cambiar la llamada «cultura política» y el comportamiento de los políticos si no transformamos la cultura ciudadana. Por supuesto, a las élites no les interesa ese cambio porque significa socavar una de las bases de sustentación de su poder. Por eso los politiqueros intentan desmoralizarnos con el cuento de que «así somos los nicaragüenses» Corresponde primordialmente a quienes estamos comprometidos con un cambio real en nuestro país.
Si queremos construir un país distinto no basta con cambiar las caras de los políticos. Lo que debemos cambiar es lo que tenemos dentro de nuestras cabezas. Y comenzar aquí y ahora. Porque estos cambios llevan tiempo.
Como ciudadanos, tenemos derechos y tenemos obligaciones. Las obligaciones debemos cumplirlas. Los derechos, debemos ejercerlos y defenderlos.
Así de sencillo.
Horacio Gonzalez
Muy acertada observacion. Solo un poder sobrenatural podra realizar el cambio deseado. Pero por algo hay que empezar. Vale la pena intentarlo.