Historias de ayer y de hoy

Razones para conmemorar el 22 de enero de 1967

Notoria la presencia de mujeres en la movilización del 22 de enero de 1967

Hoy es 22 de enero. Una fecha para recordar. Y para conmemorar. El 22 de enero de 1967 centenares de nicaragüenses fueron acribillados en lo que por entonces era el mero centro de Managua. Una tragedia.

¿Cuáles fueron las circunstancias de la masacre?

Ese año estaban programadas elecciones generales para comienzos de febrero. El candidato del régimen era el tercer miembro de la dinastía, el general Anastasio Somoza Debayle. 30 años de somocismo. La oposición organizó una protesta para exigir, lo mismo que exigimos ahora, elecciones auténticas.

Las fotografías de la época muestran los rostros de jóvenes, de campesinos, de mujeres, de trabajadores, de gente mayor, cobijados por rótulos y mantas que tenían como denominador común el rechazo a la dictadura y las demandas de libertad, elecciones libres y democracia.

Particularmente notoria es la presencia de mujeres y de jóvenes.

Esos anhelos de libertad fueron ahogados a balazos, muy cerca de la Plaza de la república, o Plaza de la Revolución, según la preferencia de cada quien, en lo que se conocía como Avenida Roosevelt, en la esquina de lo que es hoy la Asamblea Nacional. Nunca pudo saberse la cantidad de nicaragüenses que cayeron como víctimas mortales de la masacre. Pero los muertos y heridos se cuentan por centenares.

Más allá de las versiones sobre cómo se desencadenaron los hechos -pues hay quienes sostienen que grupos infiltrados estaban armados e iniciaron los disparos- lo que no admite polémica es la cuota de sangre que centenares de nicaragüenses pagaron en la lucha por la libertad. Esos nicaragüenses perdieron la vida demandando los mismos derechos que demandamos en el presente. Y esa es razón suficiente para honrar su memoria.

Siempre ha llamado mi atención una fotografía de ese día fatídico, donde aparece un joven, con apariencia de ser menor de veinte años, confundido entre la multitud, portando una pancarta que decía “Paz con libertad y Pan”. A más de medio siglo de distancia, la consigna recobra renovada actualidad. Paz, con libertad y pan. Ese muchacho, si tuvo la suerte de vivir, a estas alturas ya va para los ochenta años. Seguramente, a ese joven de entonces, abuelo o bisabuelo hoy, le tocó vivir o padecer a lo largo de su vida otros episodios de lucha, de sacrificios, de esperanzas truncadas y de esperanzas sobrevivientes. Cuántos, como él, son, y han sido, testigos y protagonistas de una historia que una y otra vez desemboca en tragedia. Es un destino que debemos evitar a la juventud del presente.

El enfrentamiento en contra de un régimen dictatorial abarca todos los flancos. Y hay dimensiones de la lucha que a simple vista parecieran no tener mayor relevancia, porque no es visible una relación directa o evidente con la vida cotidiana de la gente. Esas dimensiones parecen lejanas a la tortilla, al precio del combustible o las medicinas, pero son asuntos que a la postre condicionan nuestra vida, nuestro modo de ser, nuestro porvenir.

Una de estas dimensiones es la memoria. La historia, ciertamente, no lo parece, pero también es un campo de batalla.

Y aquí repetiré la frase de un intelectual mexicano: La historia es el hogar de la conciencia de un pueblo… enmarca su modo de pensar, sus creencias, su visión de la realidad, sus actitudes, sus mitos y sus ritos.

La historia no solamente es el relato de hechos reales. También la historia se escribe y se reescribe, se manipula y se distorsiona desde el presente. Se manipula y se distorsiona desde el poder. Por algo se dice que la historia la escriben los vencedores.

No es casual, por ejemplo, que los aparatos de propaganda del régimen se empecinen en tergiversar hechos pasados. Ocultan episodios, desfiguran otros e inventan otros. Y convierten a los villanos en héroes, mientras minimizan o niegan a quienes dieron muestras de valor y de valores, simplemente porque no convienen a sus intereses.

Tampoco es casual que Ortega en sus discursos repita machaconamente una historia que distorsiona a su gusto y antojo. El propósito es moldear la mente de la gente, comenzando por sus seguidores, que se creen a pie juntillas las palabras del monarca.

¿Por qué desfigurar la historia? Pareciera una exageración…pero es que desde la historia que se cuenta, desde el pasado, se moldea el imaginario y la memoria colectiva de la gente…así, se moldea la visión del presente y se condiciona la actitud hacia el futuro…aunque no lo parezca.

Es fundamental que las fuerzas democráticas alimentemos nuestros propios referentes, nuestros propios emblemas, nuestros propios símbolos, enfrentados a los del régimen dictatorial. Es parte de la lucha por construir un país distinto. El ideario de Pedro Joaquín es uno de estos referentes, el 22 de enero es otro. El 25 de febrero otro.

Cometemos un gigantesco error si menospreciamos el papel de la memoria colectiva y de los símbolos en la lucha por la democracia y por la construcción de un país distinto. Al fin y al cabo, las batallas realmente decisivas se libran en la cabeza de la gente.

Aunque sea por un minuto, honremos el martirio de estos nicaragüenses que fueron sacrificados por enarbolar las mismas banderas que hoy enarbolamos.

  1. Juan Alegria Guerrero

    «Nunca pudo saberse la cantidad de nicaragüenses que cayeron como víctimas mortales de la masacre. Pero los muertos y heridos se cuentan por centenares»… lo anterior es cita textual del mismo articulo suyo Enrique, por eso no se debe afirmar que fueron centenares de muertos… con un sensacionalismo amarillo..hubo muertos, indudablemente, la cantidad no la sabemos pero, hallan sido pocos o muchos, esa no es la lección histórica, la lección es no seguir apoyando intentos violentos y mucho menos lideres violentos irracionales, disparar a la guardia desde una manifestación cívica que había permitido el dictador de turno, fue torpe e inhumano… solo lo explican las ambiciones por el poder de los miembros del partido Conservador de la época.

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