En nuestra opinión, cualquier análisis sobre el desenlace de las llamadas elecciones municipales del pasado domingo debe partir de la siguiente consideración de fondo: Vivimos bajo un régimen dictatorial. Y bajo un régimen dictatorial es un contrasentido esperar que puedan producirse elecciones libres pues, ya lo sabemos, uno de los rasgos esenciales de todo régimen dictatorial es, precisamente, la negación de la voluntad popular.
Tal como lo expusimos en nuestro escrito “Cómo se construye una dictadura”, Ortega ha seguido con determinación y sin escrúpulos un paso a paso que lo llevó, y nos llevó, al punto donde estamos: Sometió a su control absoluto a los poderes públicos, comenzando por el poder electoral y la administración de justicia; se apropió de la casi totalidad de los medios de comunicación; su potestad sobre la asamblea legislativa le permite imponer su voluntad bajo la forma de ley; subordinó a su dominio personal los mandos del ejército y de la policía; reprime a su gusto y antojo cualquier amago de protesta o resistencia; acumuló una formidable fortuna utilizando el Estado como patrimonio familiar; y pretende mantenerse en el poder cueste lo que cueste.
En estas condiciones no era razonable esperar que Ortega hiciera alguna concesión, por mínima que fuera, en ocasión de los comicios municipales. Al contrario, estaba ante una oportunidad más para reafirmar su apetito de controlarlo todo.
La primera referencia que debemos destacar es la tragedia. ¿En qué país del mundo se registran tantos muertos, tantos heridos y tantos presos en unas elecciones municipales? Tristemente, este es un capítulo que todavía no se ha cerrado. Y no se cierra con un recuento de cifras. Lo que cuenta es la tragedia humana. Las heridas abiertas en madres, padres, hijos y familiares de los fallecidos.
¿Quiénes son los responsables de estas muertes? Ya lo sabemos.
Pasemos a otro punto.
En toda elección normal los principales protagonistas son los electores y las fuerzas políticas contendientes.
No es así en la Nicaragua de hoy. Aunque es un absurdo, aquí los principales protagonistas fueron los ausentes.
El primer gran protagonista fueron los electores ausentes. Una vez más, en un ejercicio de civismo, la inmensa mayoría de los nicaragüenses expresaron su rechazo al régimen y sus cómplices mediante una masiva abstención.
El segundo gran protagonista fueron las fuerzas políticas excluidas. El régimen, con distintas triquiñuelas se encargó de excluir a las fuerzas auténticamente opositoras y valiéndose de garrote y zanahoria destruyó, hace más de un año, la alianza política que podría representar un desafío a su poder.
Tan evidente es esta realidad que el mismo Ortega centró su intervención del 5 de noviembre sobre la abstención. No se refirió a las organizaciones políticas participantes en el proceso. Esos no eran sus adversarios. Se refirió a los electores ausentes.
Aún más. Llegó a afirmar que quienes no participaron, alentaban la confrontación.
¡Pues no señor Ortega!
¡Es usted el que siembra vientos de confrontación al excluir y al falsificar la voluntad popular!
¡Es usted, señor Ortega, el que siembra vientos de confrontación al negar a los nicaragüenses el derecho, ganado con sangre, a elegir libremente a sus gobernantes!
Hagamos ahora algunos numeritos. Por un momento vamos a creerle al Consejo Supremo electoral. Ellos afirman que votaron, en total, aproximadamente el 50% de los electores habilitados para votar. Según sus cuentas, el partido de Ortega obtuvo cerca del 70% de los votos.
¿Qué significa esto? Significa que por el partido de Ortega únicamente votó el 35% de los ciudadanos y ciudadanas hábiles para votar.
Únicamente el 35%. Una minoría.
Y que no nos vengan con el cuento flojo de que en todas partes del mundo en las elecciones municipales vota un menor porcentaje de gente.
No nos vengan con ese cuento flojo porque todos sabemos las presiones a que son sometidos los trabajadores del estado, el ejército, la policía.
No nos vengan con ese cuento flojo porque todos sabemos las presiones a que son sometidos los beneficiarios de los programas asistenciales y los pobladores de los barrios.
Y aún empresarios y religiosos son víctimas de estas presiones.
Con el respaldo del 35% de la población, una parte de ellos bajo presión, no nos vengan con el cuento flojo de que son mayoría.
A lo anterior hay que agregar que según recuento oficial, el partido Ciudadanos por la Libertad, que goza del beneficio de la duda en algunos sectores, únicamente acreditó fiscales en el 60% de las Juntas Receptoras de Votos. Esto significa que el partido de Ortega se despachó solito con sus socios del PLC. No es necesario ser adivino para saber lo que hicieron. Peor aún, PLC únicamente acreditó fiscales en el 70% de las Juntas Receptoras de Votos. Así que en un buen número de juntas el partido de Ortega se despachó a su gusto y antojo.
En qué cabeza cabe que los agentes del orteguismo iban a resistir la tentación de inflar sus votos, en ausencia de testigos. Si hacen fraude con testigos, con mucha mayor razón sin testigos.
¿Qué lecciones nos deja esta amarga pero anunciada experiencia?
La primera es que el régimen no pudo impedir nuevamente la abstención masiva. Sus instrumentos de presión están en proceso de desgaste.
Lo segundo es que la abstención del 2016 no fue un hecho casual. Ahora la gente comprobó por propia mano que al régimen solamente lo respalda una minoría. Somos mayoría quienes nos oponemos al régimen y su combo de comparsas.
La tercera es que no podemos seguir haciendo más de lo mismo. Si seguimos haciendo más de lo mismo, el resultado será siempre más de lo mismo.
Finalmente, más que una lección una interrogante ¿Qué hacer para movilizar la energía de esa mayoría que desea un cambio de rumbo?
Es nuestra obligación intentar una respuesta. Ese el tema de nuestro próximo escrito.
José Ernesto Dávila (@chepernesto)
Don Enrique, hay muchas variables en juego en los procesos electorales, por ejemplo: si los trabajadores del estado son obligados a ir a votar, quién garantiza que votan por el partido de gobierno o que no votaron nulo? Tratar de justificar que votaron por el partido de gobierno es pura especulación. Decir que “Somos mayoría quienes nos oponemos al régimen y su combo de comparsas.” no significa que esa mayoría esté toda en un mismo barco o que por estar en contra del “régimen” automáticamente están de acuerdo con las fuerzas políticas de oposición (las que participaron y las que no) y mucho menos con sus métodos para tratar de volver al poder, como la Nica Act. Aun así, hay muchas cosas que componer en nuestro país y espero leer sus propuestas en el próximo post 🙂
Jorge
Excelente análisis don Enrique, esa pregunta me la he hecho y pues yo quiero luchar por una Nicaragia democrata y no sé de que manera hacerlo, pero espero encontrar la manera y los medios necesarios, #yomeopongo