Una de las fechas emblemáticas en nuestro calendario es el 15 de septiembre, día en que se conmemora nuestra independencia de España. Es también día de redobles de tambores, escolares engalanados, pies sufrientes a causa de zapatos recién estrenados, corbatas asfixiantes bajo nuestro ardiente sol tropical, sonar de clarines, fatiga, sudor, pasos marciales y las cada vez más coloridas y siempre seductoras gimnasias rítmicas.
Este 15 de septiembre estaremos cumpliendo 196 años como país independiente. Dentro de 4 años, en septiembre del 2021, cumpliremos doscientos años. Dos siglos. Como sociedad, deberíamos desarrollar una reflexión profunda sobre nuestro nacimiento como país independiente, sobre nuestra trayectoria histórica, nuestros conflictos, tropiezos, retrocesos y adelantos y, particularmente, sobre nuestro futuro. De dónde venimos, dónde estamos y para dónde vamos.
Reconozco que los agobios que día a día vivimos los nicaragüenses son poco propicios para reflexionar. Pero los días patrios y la cercanía de esos doscientos años bien ameritan un esfuerzo.
Por hoy, únicamente nos limitaremos a comentar un hecho aparentemente anómalo que, si bien de carácter simbólico, también es notoriamente significativo. Tiene que ver con nuestra bandera nacional.
Hasta hace no muchos años, casi en cada casa, por muy humilde que fuera, se colocaba en estas fechas una bandera azul y blanco. Un sencillo homenaje a la patria y una renovación de respeto y orgullo. Igual que hice el año anterior, me tomé el trabajo de recorrer varios barrios de Managua y las banderas brillaban por su ausencia.
Más contemporáneamente, también en estas fechas “patrias”, podía observarse la profusión de vehículos que circulaban en las ciudades principales con sus banderitas ondeando al viento.
Puedo hablar de Managua porque no salí a otro lugar. Los pobladores de la capital son testigos de que las banderas azul y blanco desaparecieron de los carros. Solo se ve en los semáforos la evidencia de las ventas fracasadas.
Tenemos que buscar las respuestas ante este hecho, que aun cuando pueda parecer un hecho menor, en verdad tiene mucho fondo y encierra mucha significación.
Alguien podría objetar y decir “pero eso es solamente un símbolo”. Exacto. Ese es el punto. La patria no es algo que se pueda palpar. Es una noción preñada de sentimientos, emociones, realidades y símbolos.
Corresponde en consecuencia plantearnos algunas preguntas sobre las razones de este comportamiento.
¿Estamos perdiendo el orgullo de ser nicaragüenses?
¿Nuestros agobios cotidianos y un modelo político y económico que impone como pautas de conducta el “sálvese quien pueda” y el “todo vale” nos está haciendo perder el sentido de pertenencia?
¿La polarización política y social que sigue profundizándose es de tal dimensión que está fracturando ya los fundamentos de la nacionalidad?
Ojalá y que no. Ojalá y que los hechos relatados no tengan esos alcances.
Alguien me comentaba que podía ser una expresión de rechazo a un régimen que divide la sociedad, profana símbolos y quebranta el sentido de nación. Tal vez.
En cualquier caso, a doscientos años de historia, alguna reflexión nos corresponde hacer sobre estos temas. Algunas preguntas y, sobre todo, respuestas, estamos obligados a formularnos como pueblo.
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