En la historia nada está predeterminado. Sin embargo a veces se producen hechos que parecieran obedecer a misteriosos designios. Uno de ellos tiene que ver con las relaciones entre Venezuela y Nicaragua. Citemos algunos ejemplos: Sin la participación de Venezuela, incluyendo la colaboración financiera del gobierno de Carlos Andrés Pérez, el apoyo político y los fusiles Fal, difícilmente habría triunfado la revolución en 1979. Venezuela volvió a ser protagonista, por la vía de distintos gobiernos, en el Grupo de Contadora, en las negociaciones de paz y en el proceso de transición a la democracia en Nicaragua. Más cercanamente, la entronización del régimen dictatorial de Daniel Ortega sería impensable sin la cooperación petrolera, el respaldo político y la complicidad del coronel Chávez.
A veces, esos misteriosos designios parecen expresarse en flagrantes paradojas. Recordemos uno de los episodios de esta historia.
La Organización de Estados Americanos comenzó a considerar la situación interna de Nicaragua desde septiembre de 1978. Este proceso tuvo su punto culminante en junio de 1979, cuando la reunión de ministros de relaciones exteriores de esa entidad interamericana adoptó una resolución que en su parte medular establece que la solución a la crisis de Nicaragua debía en las siguientes bases:
1. “Reemplazo inmediato y definitivo del régimen somocista.
2. Instalación en el territorio de Nicaragua de un gobierno democrático cuya composición incluya los principales grupos representativos opositores al régimen de Somoza y que refleje la libre voluntad del pueblo de Nicaragua.
3. Garantía de respeto de los derechos humanos de todos los nicaragüenses sin excepción
4. Realización de elecciones libres a la brevedad posible que conduzcan al establecimiento de un gobierno auténticamente democrático que garantice la paz, la libertad y la justicia”.
Esta resolución selló el aislamiento total del gobierno de Anastasio Somoza y contribuyó decisivamente a configurar el escenario internacional que atribuyó legitimidad a la Junta de Gobierno que se constituyó en Costa Rica y que posteriormente asumiría el poder al triunfo de la insurrección armada.
¿Y saben qué gobierno promovió la convocatoria a la reunión de cancilleres? El gobierno de Venezuela de esa época.
¿Y saben qué país copatrocinó la resolución citada? El gobierno de Venezuela de esa época.
Hacemos esta apelación a la historia, a propósito del capítulo que se ha abierto en el seno de la Organización de Estados Americanos, OEA, con la incorporación de la actual crisis venezolana en la agenda de esa entidad interamericana, y al intenso debate que se produjo en la presente semana cuando el Consejo Permanente comenzó a considerar el tema.
Tres hechos resaltan del debate. Primero, el profundo aislamiento del régimen venezolano. Veinte países aprobaron analizar la crisis que padece el pueblo de ese país. Solamente los representantes de Nicaragua y Bolivia defendieron a brazo partido a su padrino y benefactor, Nicolás Maduro. En el caso de Nicaragua, además del agradecimiento, seguramente hay otra razón: Ortega vislumbró la vara con la que en el futuro puede ser medido en el seno de la OEA.
Segundo, la determinación de la mayoría de los gobiernos de la región de propiciar una solución pacífica a la crisis de Venezuela, crisis que finalmente llegó al marco de la OEA. Por el momento la insistencia de la mayoría se enfoca en la liberación de los presos políticos, la realización de elecciones en plazos definidos y la atención internacional a la crisis humanitaria que sufre el pueblo venezolano y que el gobierno de Maduro se niega a admitir. Obviamente, se trata de un capítulo que tiene muchas páginas por completar.
El tercer aspecto a destacar son las paradojas de la historia. Durante el debate, el representante venezolano defendió fieramente, incluso ofensivamente, la posición de que la OEA no tenía ninguna capacidad para tratar el caso venezolano, habló de violación al derecho internacional y a la Carta de la OEA, e invocó el principio de no intervención en los asuntos internos de los Estados. En esta posición fue acompañada hasta rayar en lo patético por el representante de Ortega.
Sin embargo, la historia nos enseña que en otro momento los gobiernos de Venezuela y de Nicaragua tuvieron posiciones diametralmente opuestas. En aquella oportunidad el gobierno de Nicaragua, el gobierno de Somoza, fue sentado por la OEA en el banquillo de los acusados y uno de los principales acusadores fue el gobierno de Venezuela. En esta oportunidad es el gobierno de Venezuela el que está en el banquillo de los acusados. Por supuesto era otra época y otros los gobiernos.
En aquella oportunidad un representante del Frente Sandinista participó en los debates, el padre Miguel Descoto, quien desde el escaño que le cedió el gobierno de Panamá apoyó las acciones de la OEA en contra del régimen de Somoza y en modo alguno mencionó el principio de no intervención en los asuntos internos. En esta ocasión el representante de Ortega, defendiendo al compinche de su jefe chilló una y otra vez invocando la no injerencia en los asuntos internos. Por supuesto, en el caso del orteguismo ya estamos acostumbrados a que un día doble y otro día repique.
Son cosas que pasan. Paradojas de la historia.
Lo que está por verse es si la OEA, por la vía de sus Estados Miembros, puede contribuir efectivamente a solucionar la crisis venezolana y ahorrar sufrimientos mayores al pueblo de ese querido país. Esperemos que así sea. Para bien de Venezuela. Y de nosotros.
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