Cerramos un año complicado para nuestro país, si lo vemos desde la perspectiva de nuestros derechos como ciudadanos y de nuestro futuro. También en el campo económico. Si intentamos un balance, podemos ver el vaso medio lleno o podemos verlo medio vacío.
Lo natural es que la persona humana aspire a vivir en libertad, con plenitud de derechos. Nadie, en su sano juicio, optaría por la servidumbre. A la cabeza de estos derechos está el derecho a la vida. Pero también el derecho al trabajo digno. El derecho a una educación de calidad, a una pensión decorosa si uno ya está jubilado. Derecho a opinar y expresar sus ideas ya sean políticas, sociales o religiosas, sin temor. Derecho a la justicia imparcial y a la igualdad ante la ley. Derecho a ser respetado, en su familia, en su integridad personal, en su honra y en sus bienes. En fin, derecho a elegir a los gobernantes y participar en las decisiones públicas que determinan nuestro presente y nuestro porvenir, el de nosotros y el de las nuevas generaciones.
Los derechos no los concede ningún gobierno, ningún partido, menos todavía un caudillo. Los derechos son inherentes a la persona humana y las leyes los reconocen y los regulan. Por supuesto, los derechos citados son nada más indicativos pues la gama es bastante más amplia.
Pues bien. Si desde esta perspectiva comparamos cómo estábamos al cerrar el año 2015 y cómo cierra el 2016, algunos podrían decir que el vaso no quedó medio vacío sino que quedó seco. Porque se demolieron los últimos rescoldos que quedaban de democracia. Ortega cierra el 2016 con el control absoluto de todas las instituciones, aniquiló el derecho a elegir, suspende los derechos ciudadanos cuando se le antoja y sembró la nefasta semilla de la sucesión dinástica al imponer en la vicepresidencia a su esposa Rosario Murillo.
Sin embargo no todo es tinieblas. Y este no es consuelo. Aunque parezca contradictorio, los atropellos de Ortega favorecieron la creación de mejores condiciones para luchar por la recuperación de la democracia y por un régimen de libertades y derechos.
¿De dónde sale ese razonamiento?
Comencemos por el nivel internacional. Si retrocedemos a diciembre del 2015, puede aseverarse que Ortega había logrado pasar por detrás de la mampara todos sus desmanes. Los gobiernos latinoamericanos, Estados Unidos, Europa y la opinión pública internacional eran indiferentes o ignorantes sobre la situación política de Nicaragua. Ya no es así. Ortega se desnudó y quedó sin amigos.
A nivel latinoamericano la casi totalidad de los gobiernos son adversos al régimen. Salvo por supuesto sus compinches del socialismo del siglo XXI que, vale decirlo, cada vez son menos y cada vez más enclenques. En Estados Unidos ya no tiene defensores. Tanto, que se vio obligado a contratar una empresa de lobby para que abogue por su gobierno y encubra sus fechorías. En Europa, con todo y la crisis que sigue atravesando ese continente, las voces que se escuchan son de rechazo. Y a nivel de la opinión pública internacional, la totalidad de los grandes medios de comunicación expusieron la situación del país y manifestaron su posición crítica, algunos incluso ridiculizando las actuaciones del régimen. Ortega en este año perdió la batalla en el frente internacional. Pero todavía no ha perdido la guerra.
A nivel interno, la principal batalla se produjo el 6 de noviembre. Y en este terreno Ortega recibió un golpe inesperado con la masiva abstención electoral de los nicaragüenses. Se ausentaron los votantes, el aparato flaqueó y ni siquiera tuvo capacidad para montar sus acostumbradas operaciones de popochin para disimular la cosa. Los pregoneros más arrastrados del régimen no pudieron ocultar el impacto político de la abstención.
Es claro ahora que la mayoría de los nicaragüenses están alineados en la oposición al régimen. Y esto debemos repetirlo. Al régimen solo lo respalda una minoría. La abstención mandó las encuestas al basurero.
Tampoco ayuda a Ortega el desempeño económico y social. La crisis del gobierno de Venezuela taponeó la principal fuente de apoyo financiero y desinfló las relaciones comerciales. Sin ese respaldo quedan al descubierto las inconsistencias de la gestión económica: deuda externa creciente, desplome de las exportaciones, subempleo y empleos precarios, crisis de la seguridad social, para mencionar algunos. La pobreza es amortiguada únicamente por las remesas del exterior y se evaporaron los recursos para cultivar clientelas mediante dádivas. Mientras, persiste la dolorosa corriente de nicas que escapan del paraíso orteguista en búsqueda de una oportunidad para sus familias.
Si algo faltaba, el famoso canal y demás megaproyectos quedaron en el aire, desinflando esperanzas y alentando malestares.
Por supuesto, esto no significa que el régimen se está derrumbando. Pero hay ahora mejores condiciones que hace un año para luchar por rescatar la democracia, que es al mismo tiempo rescatar nuestra legítima aspiración a un futuro con oportunidades de trabajos dignos, salarios decorosos, prosperidad empresarial, libertades y derechos ciudadanos.
Un régimen dictatorial no se derrumba solo. Se requiere la acción colectiva de la gente. Y eso requiere organización. Queda entonces una gran tarea pendiente: construir una agrupación política sólida, confiable, coherente, con liderazgos capaces y creíbles, que ofrezca a los nicaragüenses un programa de cambio. Un programa de cambio para mejorar el porvenir de la mayoría. De nosotros depende construir una alternativa viable y eficaz, que despierte entusiasmo y esperanzas.
Esa es la tarea del 2017. Que al finalizar el presente año tengamos el vaso más lleno que vacío.
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