El pueblo habló. Y habló en altas y claras voces. Una voz que repudió la farsa electoral y gritó ¡NO HAY POR QUIEN VOTAR!
Y lo hizo igual que en 1990, cuando no se presagiaba la contundencia de su voz.
Sin duda, esa abstención masiva es la mayor manifestación de resistencia pacífica del pueblo nicaragüense en mucho tiempo. Es la forma que la gente encontró para expresarse y saltar por encima de la intimidación y el engaño.
El pueblo dijo ¡no! al régimen dictatorial. Y dijo sí, a la democracia. Sí a las libertades y a los derechos ciudadanos.
El pueblo dijo ¡no! a la pretensión de imponer una dinastía corrupta en nuestro país. Y dijo sí, a la esperanza de construir un país decente, con oportunidades para todos, mujeres, hombres y jóvenes.
Y hablamos de pueblo porque también sandinistas, que en algún momento depositaron su confianza en el régimen de Ortega, se sumaron al coro para decir ¡Basta ya! Debemos de aquí en adelante contar con ellos.
Ahora resulta claro, para todos, que el régimen únicamente tiene el respaldo de una minoría. Una minoría que seguirá achicándose todavía más.
Los números que ofrecen los rostros hipócritas de los representantes y comparsas de Ortega en el órgano electoral y los cánticos de sus coristas en los medios de comunicación solamente agregan la necesaria dosis de ridiculez que debe tener toda farsa. Una farsa que les estalló en las manos.
Los resultados, este rechazo masivo al régimen, son alentadores. Ciertamente, alentadores. Y podemos regocijarnos. Pero debemos estar claros: solo estamos frente al comienzo del camino. Tenemos por delante un sendero arduo.
Corresponde ahora enarbolar la bandera de elecciones auténticas. Y ello exige transformar la abstención activa en participación y movilización. Exige transformar la desconfianza hacia el régimen en confianza en la oposición.
También debemos estar preparados para salir al paso a las truculencias que los zánganos emprenderán inmediatamente para intentar legitimar la farsa electoral –a posteriori- con una nueva farsa: con seguridad intentarán montar una componenda para imponer “borrón y cuenta nueva”, al estilo “ kupia kumi”.
Cierto es que el pueblo dijo ¡Basta ya! Pero dijo más. Y todos, de un lado y otro, debemos empeñarnos en interpretar el mensaje.
El primero que debe leer bien estos resultados es el grupo gobernante. Todavía están a tiempo de frenar y rectificar el camino. Un camino que los conduce al precipicio. El problema es que no solo a ellos, sino que al país entero porque se trata del precipicio de la confrontación. Sería mucho esperar una rectificación de la arrogancia y la ceguera. Pero todavía tienen oportunidad.
Es una derrota política para el régimen, pero nadie puede arrogarse el mérito del triunfo. No nos enredemos: El gran triunfador es el pueblo.
Lo quisieron engañar con el cuento del canal interoceánico y el millón de empleos, de la refinería, del puerto en el Caribe, del satélite, de la llanura del pacífico cubierta nuevamente con motas de algodón, esta vez de colores.
Y el pueblo dijo: no más engaños.
Lo quisieron engañar con los cuentos pregonados por encuestadores a sueldo del régimen que anticipaban un mar de gente votando y votos a borbotones por los zánganos, para apabullarnos con el sentimiento de que solo una minoría nos oponíamos a sus desmanes.
El pueblo dijo: no más engaños.
Lo quisieron seducir con dádivas, con migajas y voces de consuelo para resignarse a su pobreza, mientras ellos se sentaban al banquete de los poderosos para enriquecerse a manos llenas.
El pueblo dijo: no más engaños.
Y se impusieron las propias verdades del pueblo. Las verdades de los trabajadores y trabajadoras que con sus sueldos apenas alcanzan para cubrir sus necesidades básicas, ya sea que trabajen en oficinas, en el campo, en establecimientos comerciales o en fábricas.
Y se impusieron las verdades de los profesionales y sectores de clase media, cada vez más empobrecidos frente a un gobierno que da la espalda a sus aspiraciones de bienestar.
S impusieron las verdades de los trabajadores de la economía informal, hombres y mujeres que día a día, de sol a sol y de sombra a sombra, se ganan la vida para pasarla coyol quebrado coyol comido.
Y se impusieron las verdades de desempleados y subempleados que se acuestan cada noche con el estómago encogido y la angustia ante la incertidumbre que encierra cada amanecer.
Y se impusieron las verdades que los empresarios, pequeños, micros y medianos, que lidian cada día con los altos precios del combustible, la energía, la competencia desleal, las elevadas tasas de interés, las licitaciones amañadas y la corrupción e ineficiencia gubernamental.
Y se impusieron las verdades de la juventud, que por hoy habla poco, pero que tiene mucho que decir frente a la carencia de empleos dignos y la mutilación de sus aspiraciones de prosperidad.
El pueblo exige un cambio. Un cambio hacia la libertad, el derecho a elegir, la democracia, la prosperidad compartida, la justicia. Un cambio con oportunidades y derechos para todos.
La obligación que tenemos por delante quienes adversamos al régimen es construir y viabilizar esa propuesta de cambio. Una propuesta creíble y seria. Ofrecer más de lo mismo y repetir las mismas prácticas del pasado es traicionar a esa poderosa voz que ayer se expresó.
El pueblo habló. Y habló en altas y claras voces.
El que tenga oídos para oír…que escuche.
Dejar una respuesta