Los mártires ya no son lo que eran…
La historia, por lo general, la escriben los vencedores. Y, aunque se trate de las mentiras más atroces, la repetición termina por imponerlas como verdad. El olvido, a su vez, es el destino de hechos flagrantes, cuando resultan incómodos. Es la historia oficial.
En armonía con la historia oficial transita el signo de los tiempos, que ofrece contexto a los textos, y también pretextos. Así, los villanos de hoy se transforman en los héroes de mañana; y viceversa, los héroes pasan a villanos. Los valores de ayer amanecen como aberraciones en el hoy.
Acusados se transmutan en acusadores. Las causas justas y las banderas que en determinados momentos se enarbolaron por millones terminan, en otros momentos, como trapos sucios que se quieren esconder. Tiempos heroicos, en que el arrojo, el desprendimiento y las utopías preñaban la historia, con un giro del viento se transforman en fantasías estériles, aventuras insensatas o simples actos terroristas.
Estas líneas no son especulaciones ociosas. Tienen carne y tienen sangre. La historia viva, la historia vivida y la historia contada o escrita, y la historia olvidada, son espacios donde se despliega el poder, se desarrolla la lucha política, se definen los futuros y los pasados, y se desenvuelve también el quehacer cotidiano de la gente.
No es preciso llegar a Marx para reconocer que la clase obrera, en el esplendor del capitalismo “fordista”, desempeñaba papel de protagonista en lo político, en lo económico y en lo social. Sus luchas forjaban presentes y anunciaban porvenires. La fábrica, el sindicato, la huelga, los partidos socialdemócratas, formaban la madeja con que se tejía la historia.
En Nicaragua también. Y aún cuando la clase obrera, en el concepto clásico, nunca ha sido mayoría, los trabajadores de todo tiro sí lo fueron -y lo son-. En el campo y en la ciudad. En la fábrica o en la calle. Por cuenta propia o al servicio de un empleador. Con salario o sin salario. Nuestro atrasado sistema económico reposa, a fin de cuentas, sobre las espaldas de los trabajadores.
Los tiempos heroicos también los hemos tenido a diestra y siniestra. El notable intento encabezado por Roberto Sánchez de retratar nuestra historia con las vallas colocadas en la Avenida Sandino es elocuente. Tristemente, la historia retratada es una historia de guerras. Los guerreros dominan la avenida. Sobre todo los vencedores. Está por escribirse la historia de los vencidos.
Así, después de la derrota de la “invicta” guardia nacional, que llenó 40 años de historia, las calles, mercados, centros de salud, escuelas, parques, se plagaron con los nombres de quienes fueron sacrificados en la lucha. Héroes o mártires. Héroes y mártires. Y si bien el curso posterior de los acontecimientos no los honró, perduran como memoria colectiva, aunque sus nombres individuales, en muchos casos hayan corrido la suerte de los rótulos y paredes que los albergaban.
Pasemos al presente. El 18 de enero del 2014 fuerzas represivas de la policía se ensañaron en un grupo de humildes cañeros y ex cañeros que, en Chichigalpa, reclamaban indemnización a causa de la enfermedad que los está matando, de uno en uno, de dos en dos, pero inexorablemente. Insuficiencia renal crónica, le llaman. La “IRC” afecta a miles en la zona. Unos la atribuyen al uso de agroquímicos. Otros a las condiciones laborales en que se realizan los cortes de caña. El hecho comprobado y comprobable es que afecta a miles. Los contratistas del Ingenio San Antonio no contratan a quienes sobrepasan determinados niveles de creatinina, que es el indicador de intensidad de la IRC. Así, se quedan sin salud, sin trabajo y sin oportunidades.
Los ex cañeros reclaman atención médica e indemnización a la empresa azucarera. El gobierno da la espalda y enseña y receta cachiporras y pistolas. La empresa responde con campañas de relaciones públicas. Los afectados protestan. Los oídos se cierran. La protesta por una reivindicación laboral es atacada a balazos por quienes ahora cumplen las órdenes de proteger una empresa emblemática. Los disparos de la policía segaron la vida de uno de los protestantes: Juan de Dios Torres. Una lucha obrera que, al igual que en otros tiempos, desemboca en sangre. Sangre obrera.
El episodio condensa el nuevo signo de los tiempos. Fusión de oligarquías. Viejas y nuevas. Tuve ocasión de ver la formidable expansión del cultivo de caña. Los camiones cargados se desplazan hasta La Paz Centro. El ingenio desbordó Chichigalpa y Chinandega y se expande devorando tierras y aguas, congestionando pulmones con el humo de las quemas y estrujando riñones. De día y de noche ¿Quién se ocupa del impacto ambiental?
Ahora hablemos de la historia oficial. ¿Cómo registra esta muerte la historia oficial? ¿Mártir en la lucha por la redención de la clase obrera? ¿un héroe que, si acaso con piedras, enfrentó las balas de la policía?
No. Lo más probable es que la historia ni siquiera registre su nombre. Ni su lucha. Por supuesto, tampoco se reconocerá su martirio. La sangre obrera ya no produce mártires.
Es que los héroes y los mártires ya no son lo que eran.
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