La noche del pasado viernes, en París, un grupo de fanáticos acabó con la vida de 129 seres humanos e hirió a más de 350. Las víctimas desarrollaban actividades normales, inofensivas; unas presenciaban un partido de fútbol, otras asistían a un concierto musical y otras departían en restaurantes o simplemente caminaban por las aceras. Entre las víctimas hay ciudadanos de distintas edades, incluyendo infantes; de distintos credos religiosos; de distinta condición social; de distintos sexos; y de distintas nacionalidades, incluyendo chilenos, mexicanos, españoles, hispanos de nacionalidad norteamericana. Se trató de una masacre indiscriminada.
A inicios de enero, también en Francia, se perpetró otro acto terrorista en contra de los integrantes del semanario satírico Charlie Hebdo, los cuales fueron masacrados en las propias oficinas de la revista, por ejercer su derecho a opinar.
Esta vez, se trata del mayor acto terrorista cometido en Francia y uno de los mayores padecidos en Europa en tiempos de paz.
De un solo tajo asesino, se truncó las vidas de centenares de personas inocentes y se trastornó el mundo familiar de sus hogares.
El acto criminal es reivindicado por un engendro que se autodenomina Estado Islámico, cuyos miembros parecen disfrutar de exhibiciones sangrientas, degollamientos, asesinatos en masa.
Además de los daños humanos inmediatos ocasionados por el acto terrorista, su onda expansiva con seguridad se prolongará en el tiempo y tendrá repercusiones que alterarán fatalmente la vida de millones de personas inocentes.
Porque hay millones de musulmanes que son nacionales o residentes de países europeos o en Estados Unidos, que llevan adelante su vida como ciudadanos comunes y corrientes, estudian, trabajan y ejercen sus actividades religiosas con normalidad y decoro. Y es previsible, sobre todo en Europa, que estas poblaciones sean vistas y tratadas cada vez más con mayor desconfianza y hostilidad, alimentando climas de intolerancia y antagonismo. Eventualmente, fuerzas racistas que anidan en esos países y cultivan semillas de odio pueden verse alentadas a su vez a cometer actos de violencia. Igualmente, organizaciones políticas que preconizan postulados extremistas pueden encontrar ánimos fértiles en el electorado y reconfigurar el mapa político en varios países.
Por otra parte, el drama humano que a lo largo de los últimos meses hemos presenciado con los refugiados que huyen de las penurias, la persecución y la guerra en oriente medio, seguramente padecerán ahora mayores penurias y obstáculos.
No hay un solo motivo que justifique este acto de salvajismo. Con justa razón, desde las más variadas latitudes del planeta y desde las más diversas posiciones se ha condenado esta acción criminal.
Expresamos nuestro repudio en contra de estos actos de terrorismo. Nuestro repudio a quienes los planifican, alientan y ejecutan, sean quienes sean, y en cualquier lugar en que se perpetren.
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