Cada año para el mes de julio, más o menos, se tejían en los medios de comunicación especulaciones acerca del ¨waiver¨ de la propiedad que debía otorgar el gobierno norteamericano. Misiones iban y venían, angustias subían y bajaban. Esta vez las noticias conocidas pareciera que dan conclusión a especulaciones, misiones y angustias.
Hablemos pues del ¨waiver¨. Sobre todo preguntémonos si debemos echarlo al saco del olvido.
Veamos primero cuáles polvos y cuáles vientos están en el origen de esos lodos. El origen está en las confiscaciones de propiedades de los años 80 y en la piñata que se realizó con los bienes del estado, después de los resultados de las elecciones de 1990. Aclaro, cuando me refiero a la piñata del año noventa no estoy hablando de los beneficiarios de viviendas, lotes urbanos y pequeñas propiedades rurales. Me refiero al grupo de vivianes que se apoderaron de mansiones, empresas, casas en el mar, haciendas y otras zanganadas por el estilo.
Con el gobierno de doña Violeta se inició el proceso de indemnización de las propiedades que no se podían devolver. Algunos confiscados eran norteamericanos. Otros eran nicaragüenses que residían en Estados Unidos y con los años adquirieron la nacionalidad norteamericana. Son los famosos ¨gringos caitudos¨(*), que es el mote que les endilgó Antonio Lacayo cuando era ministro de la presidencia del gobierno de doña Violeta.
El segundo antecedente es una ley norteamericana que prohíbe la asistencia y el apoyo financiero de Estados Unidos a los países que no brinden a los ciudadanos estadounidenses satisfacción adecuada a sus reclamos por propiedades confiscadas. Esta disposición legal obliga al gobierno norteamericano a oponerse a los créditos otorgados por instituciones financieras internacionales de las que Estados Unidos es miembro, como el BID, el Banco Mundial y el FMI.
En el caso de Nicaragua, la manera de impedir la aplicación de estas penalizaciones era que el gobierno norteamericano de turno certificara ante el Congreso, de que el gobierno nicaragüense estaba avanzando en la solución de los reclamos de ciudadanos norteamericanos. Ese era el mentado ¨waiver¨. Una especie de certificación de confianza, extendida por el gobierno estadounidense, de que los casos pendientes de reclamo se estaban resolviendo satisfactoriamente.
Así, de año en año, al ir adquiriendo la nacionalidad norteamericana cada vez más nicaragüenses confiscados, se fue engrosando la lista de reclamantes, haciendo cada vez más pesada la carga financiera de las indemnizaciones.
Además, sobre la llamada piñata de los ochenta se montó la piñata de las indemnizaciones. Se sabe que muchos personajes exigieron y recibieron indemnizaciones, a pesar de que sus propiedades estaban embargadas o hipotecadas. Otros dobletearon. Y otros recibieron la devolución de su propiedad y además recibieron bonos de indemnización. Con los que jugaron limpio y con los que jugaron sucio, se montó sobre las espaldas de los nicaragüenses una deuda de más de mil millones de dólares.
Por más de veinte años la amenaza de no conceder la certificación sirvió de chuzo para que los gobiernos de nicaragüense de turno resolvieran favorablemente los reclamos. La novedad ahora es que el gobierno gringo, ante la evidencia de que quedan pocos casos pendientes y ante la aparente diligencia del gobierno orteguista resolvió guardar el chuzo. Así, la embajada gringa expresó en una nota: «Reconocemos y apreciamos la determinación mostrada por el Gobierno de Nicaragua en los últimos meses para resolver los reclamos pendientes de una manera expedita y satisfactoria para todas las partes».
En resumen, los reclamos de los confiscados presumiblemente llegaron al límite y ya no será necesario seguir enseñando el chuzo.
¿Que si es un hecho positivo? Sí. Lo es. Ante todo porque la cruz ya no seguirá recargándose y el calvario se acortará con la virtual extinción de la fila de gringos caitudos. Aparentemente no seguirá aumentando el peso de la onerosa carga estibada sobre las espaldas de los nicaragüenses.
Pero ¿debemos olvidarnos de los orígenes? Aunque sea de ingrata recordación sería injusto conceder la indulgencia del olvido a los vivianes de la piñata del noventa y a los vivianes de la piñata de las indemnizaciones. La razón es sencilla: por varios años más seguiremos pagando los platos rotos. Como paganos de la fiesta, no deberíamos olvidar.
Olvidar la historia es condenarnos a volver a repetirla.
(*) El amigo Sergio Bofelli llamó mi atención sobre la sensibilidad que esta expresión provoca en los nicaragüenses residentes en Estados Unidos. Su llamado de atención me sirve para dejar claro que el sentido de repudio del artículo va dirigido a los abusadores de allá y a los abusadores de aquí. De ninguna manera a los miles y miles de nicaragüenses que por razones políticas o por razones económicas o por buscar mejores oportunidades debieron abandonar el terruño. Tan consciente estoy de esto que tengo hijos, hermanos, nietos, primos, tíos, sobrinos y amigos residentes en el exterior.
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