Es difícil saber en este momento si a la mayoría de la población le importa o le tiene sin cuidado el anuncio de la Alianza Cívica de retirarse de la Coalición Nacional.
Con el 66 por ciento de la fuerza laboral en condición de subempleo o desempleo; con una caída de los salarios superior al diez por ciento en quienes tienen la suerte de conservar un salario; con casi el veinte por ciento de los deudores de los bancos con dificultades de pago; con más del 50 por ciento de las empresas de la economía formal pasando «el Niágara en taburete»; con la amenaza creciente de la delincuencia común en cada calle, en cada barrio; con la persecución fiscal a los empresarios y propietarios de inmuebles, de todo tamaño; con las exageradas tarifas de electricidad; con la incertidumbre y la desesperanza frente al futuro; para mencionar algunos de los agobios que padece la inmensa mayoría de los nicaragüenses, pues habría que ver si esta mayoría relaciona con su vida diaria, con sus angustias y aspiraciones, estos estiras y encoges políticos.
Sin embargo, es un hecho que el anuncio tiene repercusiones en el presente y puede tenerlas también en el futuro. Por esta razón es preciso analizarla sin arrebatos ni exaltaciones.
Comencemos por los antecedentes. El primero es cómo se constituyó la Alianza Cívica. No fue resultado de un acto deliberado de sus integrantes, sino más bien un producto circunstancial. Los obispos, apremiados por construir un interlocutor para el diálogo con Daniel Ortega, en el 2018, seleccionaron a un conjunto de personas para que cumplieran el papel de representar a la oposición. Unos con más crédito que otros. La marea azul y blanco que exigía la salida del régimen no tuvo más alternativa que consentir en esa representación. Que conste, consentir no es lo mismo que acordar.
Una vez que Ortega sofocó a sangre y fuego la resistencia ciudadana, pateó la mesa, abandono el diálogo y la Alianza Cívica quedó sin mesa y sin papel.
Para el 2019, cuando parecía que los norteamericanos iban con todo contra Nicolás Maduro y Ortega percibió que podía ser arrastrado en la misma vuelta, corrió a convocar nuevas negociaciones, y esta vez fue él quien seleccionó a la Alianza Cívica como interlocutor, pues la iglesia dio un prudente paso atrás. De nuevo, cuando el dictador sintió que Maduro había sorteado la borrasca, volvió a patear la mesa y otra vez la Alianza Cívica se quedó sin mesa y sin papel.
Sin embargo, un mérito a reconocer es que a pesar de las diferencias la organización avanzó en su cohesión interna y se preservó como referente internacional y, de manera alicaída, como referente nacional. Las principales iniciativas que adoptaron fueron promover, primero la conformación de la Unidad Nacional Azul y Blanco, UNAB, y luego la constitución de la Coalición Nacional como espacios de concertación frente al régimen.
Primero, rompieron con la UNAB. Acto seguido, promovieron la Coalición Nacional.
Es sabido que los principales abanderados de la incorporación de las organizaciones y partidos políticos fueron precisamente los dirigentes de la Alianza. Ninguna de estas organizaciones políticas se ocupó de romper con sus antecedentes o con su identidad. O sea, los dirigentes de la Alianza Cívica sabían muy bien a qué se metían y con quiénes.
Un error de nacimiento garrafal. Así, desde el 25 de febrero en que se anunció la Coalición pasaron como dice la canción: «un pasito palante y un pasito patrás«, estancados y en discusiones estériles. Hasta que, vean que casualidad, exactamente después de ocho meses de tiempo perdido, rompen con su propia creación. Tiempo perdido no solo para ellos sino para la lucha por la democracia.
Y de estos hechos derivan las primeras preguntas: Si, particularmente en las negociaciones del 2019, sirvieron de escalera a Ortega. Si conformaron primero y se retiraron después de la Unidad Nacional Azul y Blanco, UNAB. Si se equivocaron al constituir la Coalición. Si no tuvieron capacidad de gestionar el proceso unitario a lo largo de estos ochos meses, o de tomar una decisión de retirarse en un momento más oportuno. Si deciden, precisamente en estas condiciones romper, y de este modo…
¿Qué razones puede tener la gente para creer que esta vez no se están equivocando de nuevo?
Pero bien. Admitamos que es mejor un buen divorcio que un mal matrimonio y que la Alianza Cívica al desembarazarse de los lazos con la Coalición puede con mayor comodidad desarrollar su proyecto político.
¿Cómo van a convencer a la población de la sinceridad y autenticidad de sus intenciones?
¿Cómo van a demostrar que esta decisión es verdaderamente por intereses nacionales y democráticos y no por intereses mezquinos y de grupo?
¿Cómo van a convertirse en un polo creíble para conformar una nueva organización unitaria?
¿Cómo van a convencer que no repiten los mismos vicios de la política tradicional, solo que con un envoltorio distinto?
Evidentemente tendrán que remar cuesta arriba porque, por ahora, arrancan con los pies hinchados pues el punto de partida es la duda. Duda sobre la sinceridad de sus intenciones. Duda sobre la credibilidad en su capacidad para conformar una nueva organización unitaria. Duda sobre si en verdad expresan nuevas formas de hacer política y no un nuevo envoltorio de los viejos vicios de la política tradicional. Y, sobre todo, duda de si en verdad la decisión obedece más a intereses mezquinos, arraigadamente tradicionales, que a intereses nacionales.
Como de costumbre el tiempo y los hechos dirán la última palabra.
Se nos quedaron comentarios en la alforja, así que entraremos más a fondo en nuestro próximo artículo.
Henry Pérez
El problema que tenemos aquí, es que las organizaciones opositoras, nadie tiene ese prestigio, para erigirse como el referente ético y político. La CN, esta atiborrada de exFSLN, que gozan de enorme desprestigio, ex contras, ex aliados del FSLN de todos los tamaños. Y la gente solo ve un plieto de viejos en ese oficio del entuerto.