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A dos años de la masacre: Homenaje a la madre nicaragüense

Para la inmensa mayoría de los nicaragüenses el día de las madres despierta casi un fervor religioso, por una razón muy sencilla: las madres son el corazón de nuestras familias, de nuestros hogares y de nuestra sociedad.

Como hijos, como hermanos, como vecinos, como familiares, como amigos, todos podemos dar testimonio de que el sentimiento humano más poderoso, es el amor de madre. Compañía permanente en dolores, en angustias y en gozos. Si vamos a un hospital, allí está la madre. Si visitamos una cárcel, allí están las madres. Si asistimos a un funeral, allí están las madres. Y en las alegrías y celebraciones, también están las madres, siempre en el lugar más discreto, prestas más a servir, que a ser servidas o celebradas.

Madre es, lo sabemos todos, sinónimo de abnegación, de generosidad, de sacrificio, de trabajo, de desprendimiento. No importa la edad, la madre siempre tendrá la mano extendida, sus brazos abiertos y su regazo dispuesto para consolar o para abrigar.

Como trabajadora de zona franca, profesional, vendedora ambulante, obrera industrial, comerciante, gerente, enfermera, empleada administrativa, vendedora, trabajadora doméstica, secretaria, empresaria, maestra, campesina o dedicada a los oficios del hogar, las madres cumplen como sostén de familia o ayudando a su sostenimiento, cumpliendo dos o tres jornadas, en la calle y en el hogar, como madre o como abuela, día a día, de sol a sol.

Por esta razón, provocan tanto repudio los malos hijos que mortifican a sus madres.

Por eso conmueve tanto el sollozo de una madre. Por eso conmueve tanto la lágrima de una madre. Por eso conmueve tanto el dolor de una madre.

Generaciones enteras de madres nicaragüenses han padecido, junto a sus hijos o detrás de sus hijos, las tribulaciones que acarrea la lucha por la libertad, frente a los tiranos que desgraciadamente han poblado nuestra historia, o en las confrontaciones que han desgarrado nuestra sociedad. Sin ir muy largo, baste recordar el calvario que representó para miles de madres la lucha en contra de la dinastía somocista. O, el calvario de las madres de los muchachos del servicio militar, en la década de los ochenta, o las madres de los combatientes de la resistencia.

Nuestra historia está plagada de prisiones. Torturas. Muertes en combate. Exilios. Persecuciones. Desaparecidos. Asesinatos. La lucha por la libertad ha cobrado un precio alto.

Y cuando pensábamos que este calvario no se repetiría nunca más. Cuando pensábamos que nunca más alguien tendría que escribir un libro que llevara por título “Estirpe Sangrienta”, como el que escribió Pedro Joaquín Chamorro, hace ya varias décadas, para relatar los sufrimientos de una generación de luchadores por la libertad, el diabólico fantasma encarnó de nuevo. Estirpe sangrienta.

Así, durante estos tiempos fatídicos hemos visto a madres peregrinar, de cárcel en cárcel, de hospital en hospital, en busca del hijo desaparecido. Las hemos visto con el corazón destrozado ante los ataúdes de sus hijos. O con el cristo en los labios a la espera, a pesar del tiempo transcurrido, del hijo que salió a enfrentar a mano limpia y a pecho descubierto a las turbas asesinas, y todavía no regresa.

Las hemos visto denunciando ante instancias de derechos humanos nacionales e internacionales. Denunciando en los medios de comunicación. Y marchando con valentía y dignidad, alzando las banderas que sus hijos enarbolaron y que sus verdugos pisotean.

La guardia nacional siempre fue tildada de ser un cuerpo armado, heredero de la intervención norteamericana. Se afirmaba que por esa razón se comportaba como un ejército extranjero, enemigo del pueblo.

Y se consideró derrotada y enterrada para siempre. Jamás pensamos que tenía poder de reencarnación y que volveríamos a vernos frente a una fuerza armada, igualmente asesina, igualmente despiadada, igualmente enemiga del pueblo.

Tenemos la esperanza de que los dolores de hoy, sean dolores de alumbramiento de una Nicaragua distinta, una nueva Nicaragua en la que nunca más un caudillo la tiranice como su finca, y avasalle a sus habitantes como sus sirvientes. Una Nicaragua con paz, justicia, libertad, derechos, democracia y prosperidad compartida.

Nuestro mejor homenaje a las madres nicaragüenses, las madres dolientes de hoy, y las madres dolientes del pasado, y a las madres todas, porque todas están expuestas al mismo dolor, es honrarlas participando en la lucha pacífica para erradicar al régimen que martiriza a nuestra juventud y atormenta a nuestra sociedad. Mientras más seamos y más juntos estemos, más rápido saldremos del pantano diabólico en que se convirtió el régimen de Ortega.

Este fue el comentario que compartí con ustedes en horas de la mañana del 30 de mayo del año 2018. Lejos estaba de imaginar que unas horas después las hordas diabólicas del régimen dispararían a mansalva en contra de la multitud que portando banderas azul y blanco rendía homenaje a las madres nicaragüenses.

Hoy se cumplen dos años. Corresponde renovar ese homenaje a las madres nicaragüenses.

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