Recientemente, el papa Francisco envió una carta al Presidente del Comité Panamericano de Juezas y jueces por los Derechos Sociales, refiriéndose al coronavirus. En dicha carta, que es de circulación pública, el pontífice expresó lo siguiente:
«A todos nos preocupa el crecimiento, en progresión geométrica, de la pandemia. Estoy edificado por la reacción de tantas personas, médicos, enfermeras, enfermeros, voluntarios, religiosos, sacerdotes, que arriesgan su vida para sanar y defender a la gente del contagio. Algunos gobiernos han tomado medidas ejemplares con prioridades bien señaladas para defender a la población. Es verdad que estas medidas molestan a veces a quienes se ven obligados a cumplirlas, pero siempre es para el bien común. Y a la larga, la mayoría de la gente las acepta y se mueve con una actitud positiva.»
El documento agrega el siguiente párrafo:
Los gobiernos que enfrentan así la crisis muestran la prioridad de sus decisiones: primero la gente. Y esto es importante porque todos sabemos que defender la gente supone a veces un descalabro económico. Sería triste que se optara por lo contrario, lo cual llevaría la muerte a muchísima gente, algo así como un genocidio virósico.
Estos son los párrafos de la carta del Papa Francisco que nos interesa destacar. El pontífice utiliza la palabra genocidio para referirse a los gobiernos que no adoptan las medidas para proteger a la población.
Es precisamente lo que tenemos en Nicaragua. Un genocidio en curso. Tristemente, está comenzando a cumplirse la advertencia que con anticipación hicieron los expertos, organizaciones médicas y organizaciones cívicas. Contagios por todos lados y la dolorosa sombra de la muerte.
Mientras, la camarilla en el poder ¿Qué hizo? ¿Qué hacen?
Llamaron a festividades, actividades deportivas, carnavales, caminatas, actividades políticas, sin importarles siquiera sus propios seguidores.
Mantienen abiertas las escuelas, exponiendo a maestras, maestros, a escolares y a sus familias. Mientras ellos y sus familias se encuentran a buen resguardo dentro de su bunker y sus mansiones.
Negaron al personal de salud los equipos indispensables para que se protegieran con tiempo. Hasta las mascarillas les prohibieron.
Procedieron a las patéticas y peligrosas visitas casa a casa, a pesar del peligro de provocar contagios masivos.
Esconden cifras, falsifican datos, desinforman, mienten descaradamente.
Y ahora han rodeado los sepelios de fuerzas represivas. Antimotines, policías y paramilitares intimidan a dolientes, vecinos y familiares. ¿A cuenta de qué los antimotines y las fuerzas represivas del régimen tienen que proyectar su siniestra sombra ante el dolor de una familia que sufre el fallecimiento de un ser querido?
Los relatos menudean. Es pavorosa la historia que cuenta la familia de un fallecido en Estelí. Les exigieron que no lloraran. Después, que si lloraban, que no gritaban. Quisieron imponerles que dijeran que la causa del fallecimiento era un infarto, y no el coronavirus. Mientras agentes vestidos de civil custodiaban la casa.
Este es un pueblo cristiano y sensible ¡espeten el dolor de la gente!
Solo mentes diabólicas pueden concebir y ejecutar semejantes vejaciones a la dignidad y al dolor de la gente.
Y tienen la desfachatez de llevar sus falsedades a organizaciones internacionales. Imagínense que al SICA, el órgano de la integración centroamericana, que tiene un mecanismo de información regional, le reportaron que habían realizado 26 mil pruebas para detectar los contagios. Esto significa el doble de las que, según el reporte de esa institución, se habían realizado en Costa Rica, cuatro veces las que ha realizado Honduras y más de tres veces las realizadas Guatemala.
Al Fondo Monetario Internacional le informaron que están cumpliendo todas las medidas de protección. Que el MINSA informa diariamente sobre el estado de la pandemia en el país. Que no hay transmisión comunitaria. Y otras patrañas del mismo tenor.
El problema es que estas falsedades son publicadas en los sitios oficiales de estas organizaciones.
Por fortuna, los principales medios de comunicación internacionales, así como gobiernos y organizaciones internacionales, ya comenzaron a difundir las dramáticas realidades y las amenazas que se ciernen sobre el pueblo nicaragüense. Pero no es suficiente.
Debemos contrarrestar la campaña de mentiras del régimen. No es una cuestión política. Es una cuestión de sobrevivencia. Está en juego la salud y la vida de nuestras familias, de nuestros vecinos, de nuestros compañeros de trabajo.
Los celulares deben convertirse en armas informativas. En cada vecindario, en cada barrio, en cada municipio, en cada departamento, frente a todo centro de salud, hospital o cementerio, hay filmar todo lo que pueda y enviarlo a los medios de comunicación independientes o colocarlos en las redes. De esta manera ayudamos a alertar y a prevenir a nuestro prójimo. Esa alerta puede salvar vidas.
La Unidad Azul y Blanco, la Alianza Cívica, la Coalición Nacional deberían formar un equipo especial que mantenga informada sistemáticamente a la comunidad internacional. Se han hecho esfuerzos, es cierto, pero no bastan las páginas web. Hay que llevarles la información de forma sistemática al SICA, a los gobiernos Centroamericanos, al Banco Mundial, al BID, al mismo BCIE, al Fondo Monetario, a la Unión Europea, en fin.
Recordemos las palabras del Papa Francisco. Él hablo de genocidio para referirse a los gobiernos que, como el de Ortega, no adoptan medidas de protección para sus pueblos.
Es importante que repitamos: Enfrentar al régimen de Ortega ya no es solo es cuestión de librarnos de una dictadura. Es cuestión de sobrevivencia. El pueblo nicaragüense está amenazado de un genocidio.
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