Con escasas y honrosas excepciones, la norma general en nuestra historia ha sido que quien llega al poder se enamora del mando y se aferra fieramente buscando cualquier fórmula para asegurar su continuismo. La reelección, valiéndose de distintos medios para burlar prohibiciones legales expresas, ha sido una de vías más recurridas. Falsificar la voluntad popular mediante fraudes electorales se impuso como el complemento natural del continuismo, con independencia de las particularidades del mandamás de turno. Pero el factor fundamental siempre fue la fuerza de las armas. Ocurrió con Zelaya, ocurrió con los caudillos del conflictivo siglo XIX, ocurrió con los dos Anastasio Somoza, y ocurre ahora con Ortega.
Sin contar el tiempo en que, a pesar de estar fuera del gobierno, ha gravitado como factor de poder, Ortega lleva 23 años al frente del Estado. En la historia de Nicaragua es el tirano con mayor permanencia a la cabeza del poder, superando a Somoza García, quien lo ejerció por veinte años, desde 1936 a 1956, bien desde la presidencia, bien desde la jefatura de la guardia.
Nicaragua avanzaba trabajosamente en superar las causas de sus desgracias y alcanzó logrando establecer la prohibición de la reelección consecutiva, el mejoramiento progresivo del aparato electoral y la conversión del ejército sandinista en ejército nacional. Pero Ortega llegó de nuevo y arrasó con todo.
En el caso del ejército se valió de distintas argucias para subordinar el ejército a sus designios personales: privilegios, halagos, prebendas y maquinaciones para alentar lealtades y sofocar impulsos. Igual que Somoza lo hizo con la guardia nacional.
El pasado 21 de febrero presenciamos un episodio más en el que se confirma la voluntad de Ortega de mantener sometido al ejército a su voluntad e intereses: Premió al general Avilés con un tercer período consecutivo al mando de las fuerzas armadas.
Si la dinámica de todo ejército moderno y profesional es el relevo generacional mediante el refrescamiento de los mandos ¿Por qué Ortega mantiene taponeado ese relevo?
Pero junto a este hecho, también vale la pena referirse al discurso que Ortega pronunció en la ocasión. Aunque resulta tedioso comentar los discursos de Ortega, no tenemos de otra. Estamos obligados a no dejarle pasar una. Como decían nuestros abuelos: “Palabra dicha, palabra contestada”.
A ese discurso le cae al pelo la frase de nuestro pueblo: “Dar el consejo y quedarse sin él”.
El monarca, con su habitual histrionismo proclamó, refiriéndose a Estados Unidos:
¡En el Nombre de Dios, en el Nombre de Dios, en el nombre del mismo Pueblo norteamericano, cambien su Política por una Política de Paz, que tanto demandan nuestros Pueblos!
El mismo personaje señalado a nivel internacional por cometer delitos de lesa humanidad contra su propio pueblo. El mismo personaje que violenta todos los días y a toda hora los derechos más elementales del pueblo nicaragüense, tiene la cáscara de clamar por la paz.
Pero agregó otras exclamaciones:
¡No criminalicen a nuestros Pueblos, no criminalicen a los Ciudadanos de Pueblos Hermanos!
Eso dijo. El mismo que criminaliza a su propio pueblo por aspirar a la libertad y a la justicia. El mismo que persigue, reprime, encarcela y maltrata…Clama que no criminalicen a los ciudadanos de pueblos hermanos. Obviamente, en este caso estaba pensando en las sanciones impuestas a su camarilla corrupta y a la mafia gobernante en Venezuela.
Pues bien, señor Ortega: ¡En el nombre de Dios no criminalice a su propio pueblo!
Pero Ortega dijo más. Con la mayor desfachatez clamó: ¡No criminalicen a los inmigrantes!
El mismo que en afán de congraciarse hipócritamente con la administración norteamericana a fin de lograr condescendencia ante sus atropellos, persigue, encarcela, enjuicia y hasta provoca la muerte de pobres migrantes provenientes de África, de América del sur o de otros confines, ahora clama por no criminalizar a los inmigrantes. Una proclamación cómica porque solo unos minutos antes, el mismo general Avilés se ufanaba en su informe subrayando: “Hemos retenido y rechazado más de 63 mil migrantes”.
Por supuesto el tema del ejército es asunto que no puede tratarse con ímpetu irreflexivo. Pero una salida hay que darle al cuestionado papel que ha desempeñado en la consolidación de la dictadura. La vía democrática es que el pueblo decida en un plebiscito, si quiere, o no quiere ejército. Y, si lo quiere, qué tipo de ejército quiere. Se trata de un punto imprescindible en la agenda de la democratización.
Aquí en nuestro vecindario tenemos ejemplos luminosos. Costa Rica padeció una guerra civil en 1948. Con la paz, abolieron el ejército y otorgaron prioridad a la educación. Sin ejército, es el país centroamericano más estable; sus ciudadanos gozan de un marco de libertad y derechos. Con sus problemas, es cierto, pero con los mayores niveles educativos, la economía más competitiva y los mayores índices de bienestar.
Esa experiencia se encuentra en agudo contraste con la historia reciente y las realidades actuales de Honduras, Guatemala y El Salvador. Inestabilidad, violencia social, pobreza, penetración del crimen transnacional y atraso…A pesar de los ejércitos…A lo mejor, a causa de los ejércitos.
Henry Pérez
Es muy importante ponerle fin al Ejercito, por ser un Ejercito Partidario, carente de compromiso Nacional, la abolición es lo que corresponde, de lo contrario siempre va estar en riesgo, la Democracia.