Sin duda, Rubén Darío es uno de los pilares de nuestra nacionalidad. El nicaragüense más universal de toda nuestra historia. Con un ingrediente adicional. A propósito de que hay centenares de miles de nicaragüenses residentes fuera de nuestras fronteras, Darío fue un migrante. De hecho, en una de sus varias salidas permaneció dieciocho años sin pisar suelo nicaragüense.
Ayer jueves, 6 de febrero, se cumplió un aniversario más de su fallecimiento es un buen momento para evocar su memoria y dar a conocer algunos datos que no son muy conocidos.
Sobre Darío se han escrito miles y miles de páginas, incluyendo los más connotados intelectuales de Hispanoamérica: Neruda, Octavio Paz, Gabriela Mistral, García Márquez, Vargas Llosa y un largo etcétera. La inmensa mayoría de los escritos se refieren a Darío, el poeta. Y aquí comienza el equívoco y la injusticia que debemos rectificar, porque, por muchos méritos que tenga su poesía, nuestro Rubén también alcanzó dimensiones geniales en otras facetas de la creación y producción literaria.
Poemas, cuentos, relatos, crítica de arte, ensayos, semblanzas, manifiestos, reseñas, traducciones, páginas autobiográficas; pero también una enorme cantidad de crónicas.
Comencemos por recordar que su obra primera fue Azul, publicada en Chile. Este libro le permitió desplegar sus alas hacia la gloria. Pero Azul es un libro que, si bien contiene poesías, fundamentalmente es un libro de relatos. Darío, además de poeta, es un narrador excepcional.
Por otra parte, no es de conocimiento general que Rubén se ganó el sustento durante buena parte de su existencia ejerciendo el periodismo, al servicio del diario La Nación, de Argentina. El Darío periodista fue un maestro de la crónica, un género que, hoy por hoy, en pleno siglo XXI es un género de moda. “…Y así como en la poesía hay un antes y un después de Darío, lo mismo puede afirmarse de la prosa y la crónica periodística en idioma español” nos ilustra el Doctor Carlos Tünnermann en su ensayo Rubén Darío: maestro de la crónica.
La caravana pasa, España contemporánea, Los Raros, Parisíada, Peregrinaciones, El Viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical son publicaciones de crónicas que son un verdadero deleite.
Y qué decir sobre su papel de editor, tal vez su faceta menos conocida. Pues sí. Darío dirigió la revista ¨Mundial¨. Nada menos que 40 números se publicaron de esta revista mensual. La publicación tenía su sede en París, pero su circulación se extendía a toda Hispanoamérica con un contenido, formato e ilustraciones que provocarían envidia a cualquier publicación del siglo XXI. A la par también era editor de la revista ¨Elegancias¨.
Poeta, prosista, cronista, periodista, editor, director de revistas.
Pero también fue un pensador de alturas y de profundidades, en sus relatos, en sus opiniones y aún en la poesía.
Darío fue un hombre de su tiempo, con posiciones políticas, algunas veces polémicas pero que, a pesar de vivir buena parte de su vida fuera de las fronteras patrias supo, de principio a fin, juntar al vuelo de su universalidad, la firmeza de sus raíces.
Un hecho a remarcar que Darío no es un genio o un pensador del pasado. Su pensamiento se refresca y se actualiza con el transcurso del tiempo. Expresa valores, emociones y pensamientos válidos aún para este tiempo. No es exageración afirmar que descubrir la obra de Darío es un desafío para los nicaragüenses.
Para finalizar me permitiré compartir con ustedes una anécdota sobre la relación de Darío con su madre. Es una anécdota que él mismo cuenta en su autobiografía.
Darío creció sin su padre y sin su madre. Es fácil imaginar que esas carencias atormentaron parte de su dramática existencia. Vamos con la segunda anécdota… “debo haber sido a la sazón muy niño pues se me cargaba a horcajadas en los cuadriles como se usa por aquellas tierras…una señora delgada de vivos y brillantes ojos negros, blanca, de tupidos cabellos oscuros, alerta, risueña, bella. Esa era mi madre…”
…Un día una vecina me llamó a su casa. Estaba allí una señora vestida de negro, que me abrazó y me besó llorando, sin decirme una sola palabra. La vecina me dijo: «Esta es tu verdadera madre, se llama Rosa, y ha venido a verte, desde muy lejos». No comprendí de pronto, como tampoco me di exacta cuenta de las mil palabras de ternura y consejos que me prodigara en la despedida, que oía de aquella dama para mí extraña. Me dejó unos dulces, unos regalitos. Fue para mí rara visión. Desapareció de nuevo. No debía volver a verla hasta más de veinte años después…»
Conocer a Darío es el primer desafío de todo nicaragüense que se precie de valorar sus raíces nacionales. Conocemos el nombre y lo repetimos. Y hasta declaramos orgullo o declamamos sus poesías. Pero desconocemos al hombre. Desconocemos al hombre y a su obra.
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