El régimen de Ortega no necesita mayores credenciales para mostrarse como el más brutal de los tantos regímenes dictatoriales que ha padecido nuestro país a lo largo de su historia; sin embargo, cada día se encarga de agregar nuevos crímenes para confirmar su estirpe homicida. La muerte en prisión de Eddy Montes y la vapuleada perpetrada en contra de prisioneros indefensos es una cuenta más que se agrega al doloroso calvario que sigue imponiendo al pueblo nicaragüense.
Porque es un verdadero calvario al que se encuentran sometidos prisioneros y prisioneras políticas, encerrados en las mazmorras en calidad de rehenes, padeciendo violaciones a sus derechos más elementales, incluyendo torturas y abusos sexuales.
Un calvario también para las madres, esposas, hijos y familiares, quienes enfrentan las penurias de la diaria sobrevivencia, ya que en muchos casos los prisioneros eran el principal sostén económico de los hogares. Además, son víctimas de tratos infamantes, y sufren la angustia diaria de no saber, hoy, cómo amanecerán mañana.
Y es un calvario para la población en general, que se ve expuesta cotidianamente al riesgo de sufrir el mismo destino, pues las capturas y atropellos siguen a la orden del día en cada esquina, en cada barrio, en cada calle, en cada ciudad.
Hasta las mafias tienen un código de conducta que respetan. Pero el régimen de Ortega no tiene ni ley, ni moral, ni límites. Vivimos, desgraciadamente, en un país sin ley. La única ley es la voluntad del tirano.
Y la voluntad del tirano ha otorgado licencia para matar, impunemente, a las bandas que tutelan su aferramiento al poder. Matan, torturan y vapulean porque se sienten cobijados por el manto de la impunidad. Hasta ahora, a pesar de tanta muerte y de tantos desmanes, ni uno solo ha sido enjuiciado.
Con todo, el calvario que sigue imponiendo Ortega al pueblo nicaragüense es un costo humano inútil, porque no hay manera de que pueda sostenerse en el poder con el solo recurso de la represión. Mucho menos recuperar la normalidad. La historia así lo demuestra, incluyendo nuestra propia historia.
Ni puede restaurar el control político porque la inmensa mayoría de la población lo repudia. Mantener la policía tendida en las calles es control policíaco, no es control político. Y esta forma de control no puede durar. Ni puede restablecer la situación económica porque, aún sin tranques y sin paros, la economía sigue cuesta abajo. Los últimos datos del Banco Central revelan que enero fue peor que diciembre, y febrero peor que enero. Lo que se traduce en mayor desempleo, menos inversión, menos crédito, menores ventas y más empresas en plan de cierre. Ni puede recuperar la estabilidad social pues el deterioro económico genera mayores penurias y aflicciones a la población. Tampoco podrá superar el aislamiento y el descrédito internacional.
En suma, el régimen dictatorial de Ortega lisa y llanamente no tiene futuro.
Solamente puede seguir provocando daño.
Toda tiranía, en su trance final, por ceguera, demencia o venganza, intentan arrastrar junto a ellos al despeñadero todo lo que puedan. Y es lo que está intentando hacer Ortega. No lo logrará.
Tristemente, además del luto y sufrimiento que el régimen impone a las familias nicaragüenses hay una amenaza más profunda. Cada atropello y cada día de permanencia en el poder está transformando el repudio y la indignación en odio. Y del odio fácilmente se transita al ánimo de venganza.
No podemos permitir a Ortega que deje sembrado el odio en nuestros corazones y en nuestra sociedad. Justicia y reparación sí. Odio no. La Nicaragua que debemos construir debe erradicar de una vez y para siempre esas semillas siniestras que dejan las dictaduras. Justicia sí. Odio no.
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