Es lógico que la noticia de la reunión realizada por Ortega con algunos banqueros, con participación del Nuncio y del Cardenal Brenes, provoque tanta controversia.
Es lógico, en primer lugar, porque no se conocen detalles de lo conversado ni las intenciones reales de los conversadores. En segundo lugar, porque el pueblo nicaragüense de tanto quemarse con leche, con engaños, desengaños, pactos y repactos, además de soplar la cuajada sopla ahora también a la vaca.
Comencemos por los hechos. Hace algunas semanas visitaron el país dos altos funcionarios norteamericanos. Se entrevistaron con Ortega y con otros sectores. Obviamente trajeron un mensaje, pero nadie ha podido ofrecer una versión creíble. Hay quienes afirman que los emisarios fijaron a Ortega un plazo perentorio para concretar una solución. Pero no pasan de ser rumores.
Después vinieron los parlamentarios europeos, quienes, sí, hablaron de diálogo y anunciaron algunas precondiciones, para que Ortega demuestre una voluntad real. Entre otros, mencionaron la liberación de prisioneras y prisioneros políticos; restablecimiento de los derechos y libertades ciudadanas; y retorno de las misiones internacionales de Derechos Humanos.
Luego llegó una misión de la Secretaría General de la OEA. Los comunicados publicados parecen evidenciar claros desencuentros. Mientras el gobierno pretende regresar a la situación anterior a abril, como si nada hubiera pasado, y habla de elecciones en el 2021; la Secretaría General de la OEA esgrime una agenda más amplia, que incluye la libertad de los prisioneros políticos y el cumplimiento de las decisiones adoptadas por el sistema interamericano, esto es, el Consejo Permanente de la OEA y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
En adición, se conoció una fuerte carta enviada por el presidente del Parlamento Europeo, la cual encierra veladas amenazas de sanciones.
Todo ello con el telón de fondo de la crisis venezolana, de apariencia terminal.
Con estos antecedentes estalló el bombazo del encuentro entre Ortega y los banqueros, anunciado, curiosamente, por dos comunicados idénticos. Uno del gobierno y otro de la arquidiócesis.
Colocó la cereza al pastel la expresión de complacencia de la embajada norteamericana.
Estos son los hechos. Vayamos ahora a las consideraciones.
No se necesita ser adivino para anticipar los objetivos y tácticas de Ortega. En términos estratégicos sus objetivos manifiestos son:
Uno. Permanecer en el poder, intentando restaurar las condiciones previas al 19 de abril. Es decir, arreglo con la cúpula empresarial; anuencia de la comunidad internacional; control social y político; ahora con distintos esquemas de represión y de restricción a las libertades ciudadanas.
Dos. De verse obligado a hacer concesiones, intentará que se reduzcan a la realización de elecciones, bajo sus plazos y condiciones, aderezadas con reformas cosméticas. La máxima concesión, desde esta perspectiva, sería abrir algunos espacios, pero preservándose, él y su familia, como factores de poder, y mantener control sobre sus órganos de garantía: ejército, policía, aparato judicial, contraloría general de la república, asamblea nacional.
Tres. Asegurar impunidad para él, su familia y allegados.
Cuatro. Asegurar el capital familiar.
Cinco. Eliminar las sanciones impuestas y cancelar las sanciones anunciadas.
Para conseguir estos objetivos Ortega dispone de un arsenal. El aparato represivo es el principal dispositivo de ese arsenal. Pero también forma parte de su arsenal el instrumento del diálogo. En términos tácticos, con la maniobra del diálogo pretendería:
• Ganar tiempo.
• Extraer gas a la presión internacional, distraer e introducir confusión, manejando agendas diversas según el interlocutor. Una agenda con los europeos. Otra con la OEA. Otra con los norteamericanos. Y otra con los interlocutores nacionales.
• Dividir y sembrar desconfianza entre las organizaciones opositoras.
• Instalar en la población desconcierto y desconfianza hacia liderazgos y fuerzas opositoras.
Con independencia de si esta aparente apertura es signo de debilidad, y con independencia de las intenciones y conocidas marrullerías de Ortega, la realidad es que el éxito de su estrategia no depende de su voluntad. Si conocemos sus objetivos y medios, estamos en la capacidad y en la obligación de forjar nuestra propia estrategia para salir al paso y neutralizar los designios del monarca.
Profundicemos en este asunto.
Ante todo, no deben confundirse los fines con los medios. Los fines estratégicos son: el cambio del régimen político dictatorial, para establecer un marco de convivencia con justicia y democracia. Y el cambio del régimen económico, depredador, concentrador y excluyente, que Ortega logró imponer. Esos deberían ser los objetivos estratégicos. Por supuesto, solo pueden lograrse desplazando a Ortega del poder.
Otros son los objetivos de corto plazo, tales como la liberación de prisioneros políticos y la restitución de derechos y libertades ciudadanas.
Después están los medios. El arsenal de medios e instrumentos de las fuerzas democráticas incluye: el diálogo, las elecciones anticipadas, redes sociales, medios de comunicación independientes, gestión internacional, protestas, paros, acciones de la diáspora, entre otros. Estos medios deben accionarse y administrarse articuladamente, en dependencia de contextos y tiempos. Igual que lo hace Ortega con su arsenal y aparatos de poder.
Repitamos. El diálogo y las elecciones no son fines. Son medios para alcanzar objetivos mayores.
¿Y qué hacer ante el amago de un nuevo diálogo?
En nuestra opinión conviene dar una oportunidad al amago de diálogo. Primero, porque difícilmente podría imponerse un acuerdo a espaldas de los intereses del pueblo. Es decir: Un acuerdo sin libertad de presos políticos, sin restitución de libertades y derechos ciudadanos. Un acuerdo sin condiciones electorales genuinas, para elecciones anticipadas; sin desmovilización de las fuerzas paramilitares. Un acuerdo sin justicia. Sin retorno de las misiones internacionales de Derechos Humanos…Sería un acuerdo que nacería muerto, porque carecería totalmente de viabilidad política. Sean quienes sean los interlocutores.
Segundo, porque las soluciones no caen del cielo. Hay que forjarlas con imaginación, voluntad, esfuerzo y sensatez.
El objetivo táctico debería ser convertir el hoyito en un boquete. Y para lograrlo se requiere: Una agenda con respaldo social; una estrategia que, además del diálogo, combine distintos mecanismos de presión sobre el régimen, y unidad en la acción.
Si tenemos clara la ruta, en el camino iremos arreglando las cargas.
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