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Rafael Solís: Ni pedradas ni agasajos

Lo primero que debemos decir de Rafael Solís Cerda es que no se trata de un advenedizo dentro de las filas del Frente Sandinista. Participó activamente en la lucha en contra de la dictadura de Somoza, más tarde fue el primer representante del gobierno sandinista ante el gobierno norteamericano y, luego de servir en el ejército, desempeñó importantes funciones legislativas a lo largo de la década de los ochenta, incluyendo en el proceso de elaboración de la Constitución Política de 1987.

Sin embargo, su papel más relevante ha sido como hombre de confianza de Daniel Ortega en el poder judicial. Tan allegado lo consideraba Ortega que le sirvió como testigo en su sorpresiva boda con Rosario Murillo, bajo los oficios religiosos del Cardenal Miguel Obando. Como magistrado en el poder judicial, sus procederes abarcan una amplia gama. Encabezó las turbas sandinistas que atacaron a morterazos las instalaciones del hotel Holiday Inn, para amedrentar a los diputados opositores a Ortega que realizaban una sesión en ese local al verse impedidos de sesionar en el local de la Asamblea. En otro momento, aparece junto a Ortega, en una de las celebraciones del Repliegue, a pesar de que las mismas normativas que había suscrito como magistrado le impedían comparecer en actos partidarios. En otro, aparece increpando públicamente a un colega de la Corte.

Pero la función de fondo la cumplió como artífice en la toma del control por Ortega del aparato oficial, desde abajo, desde los lados y desde arriba. Además, estuvo a cargo de dar forma legal a actos ilícitos, o hacer pasar como legales violaciones flagrantes a la Constitución y a las leyes. Fue artífice de la maniobra que posibilitó la sentencia que absolvió a Arnoldo Alemán por actos de corrupción. También fue artífice de la maniobra que posibilitó la reelección de Daniel Ortega, así como de la truculencia que permitió la exclusión de la Alianza PLI de las elecciones del 2016.

También es un secreto a voces que obtuvo lucrativos negocios al amparo del poder.

Lo anterior son hechos. No acusaciones. Porque aquí se trata de analizar el hecho político y no un enjuiciamiento moral.

Ahora pasemos a la renuncia. Solís, en una carta, clara y contundente, desnuda de cuerpo entero todas las falacias que el régimen propala por sus medios de comunicación y por la boca de sus paniaguados.

Si bien la carta repite lo que ya todos sabemos, es importante recalcar algunos de sus señalamientos en atención a que vienen de donde vienen. Solís afirma:

• Que aquí se ha impuesto una dictadura, con características de una monarquía absoluta, que ha anulado a todos los poderes del Estado.
• Que las sentencias a los prisioneros políticos se dictan en El Carmen, por acusaciones absurdas, por delitos que no cometieron.
• Que el ejército inexplicablemente no ha disuelto a los grupos paramilitares que de manera irresponsable fueron armados con armas de guerra por el régimen.
• Que Ortega ni tuvo ni tiene la más mínima intención de reanudar el diálogo ni de abandonar el poder.
• Que Ortega conduce al país a una guerra civil
• Que Ortega conduce al país al desastre económico.
• Que no hubo intento de golpe ni agresión externa
• Que es un gobierno que solo se mantiene en el poder por el uso de la fuerza y que no van a salir si no a la fuerza.

Todo lo anterior son expresiones casi literales de la carta de Solís.

¿Qué conclusiones podemos extraer de esta renuncia y de esta denuncia?

Al igual que Rafael Solís, los otros jerarcas del régimen están claros de las barbaridades cometidas en contra de la población. Están informados y conscientes. Ni los operadores políticos ni los funcionarios de alto nivel en los poderes del Estado pueden llamarse a engaño.

La segunda conclusión es sobre el estado de ánimo que prevalece en los círculos de poder del régimen. Obviamente, los más astutos están claros que se trata de un régimen sin futuro, condenado al basurero de la historia. Y seguramente, muchos, igual que Solís, no están en disposición de irse al precipicio, junto con Ortega; en particular quienes han acumulado caudales al amparo del poder y ahora están en riesgo de perderlo todo. También es obvio que no resulta fácil romper las cadenas.

Evidentemente, la amenaza de sanciones por parte del gobierno norteamericano está haciendo mella.

La decisión de Solís confirma que los magistrados de la Corte Suprema de Justicia que pasan por opositores están también debidamente informados de los abusos ¿Por qué no han dicho esta boca es mía? La carta de Rafael Solís los exhibe como cómplices y aún coautores de los abusos del régimen. Igualmente, a quienes ocupan cargos en el Consejo Supremo Electoral, en la Contraloría General de la República y otros órganos del Estado donde pretenden hacerse pasar como opositores.

El círculo de hierro de Ortega se está rompiendo no por lo más delgado sino por los eslabones más gruesos. Síntoma de que el régimen está en su etapa terminal.

Una reflexión final: La acción de Solís ha generado un debate que tiene dos posiciones extremas: quienes lo agarran a pedradas enfocándose en sus fechorías pasadas, y quienes sostienen una posición condescendiente por considerar que se trata de una toma de conciencia.
Si agarramos a pedradas a cada desertor del régimen ¿a quién beneficiamos?

Por otra parte, las posiciones indulgentes, nos llevan a repetir el ciclo de perdón y olvido que es una forma amable de repartir impunidad.

A mi entender, no es momento de erigirse en tribunal de conciencia para absolver o condenar. Se trata de un hecho político que ha significado un formidable golpe al régimen. Y conviene que se multipliquen. Eso es lo relevante.

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