Para orientarnos en el torbellino de acontecimientos que vivimos en Nicaragua, es preciso hacer un balance que nos ayude a visualizar dónde estamos y atisbar hacia adonde vamos. Para hacer este balance, obligadamente debemos analizar de dónde venimos.
El punto de partida es que el pueblo nicaragüense enfrenta una mafia criminal que se apoderó de todas las instituciones públicas, con el afán de acumular riquezas y perpetuarse en el poder, sin importar leyes, Constitución, derechos humanos o compromisos internacionales. No es un grupo político con una ideología o un proyecto partidario. Es una mafia.
Lo segundo que debemos considerar es que la armazón de este régimen genocida se vino construyendo por años. No surgió de un día para otro. Comenzó a edificarse desde antes del fraude electoral del 2006, que posibilitó a Ortega llegar al gobierno. Porque no es cierto que Ortega llegó limpiamente al gobierno: cualquiera puede imaginar por qué todavía está en el misterio el 8% los resultados electorales de ese año. Para ese momento Ortega ya controlaba el Consejo Supremo Electoral y el Poder Judicial. Además, durante los primeros años de su gobierno también ejerció el control de la Asamblea Nacional, en contubernio con la bancada del PLC.
Desde ese poder inicial, impuso fraudes en elecciones nacionales y municipales, se reeligió, hipotecó el país con el cuento del canal, aprobó leyes que le permitieron someter a su control personal al ejército y a la policía. atropelló derechos ciudadanos, asesinaron campesinos en la montaña, reformó la Constitución, aplastaron a organizaciones de la sociedad civil y Ortega terminó con el control total de las instituciones del Estado.
Y también tenían organizados grupos paramilitares que sacaban a la calle según lo necesitaran. Tan temprano como septiembre del 2008, septiembre del 2008, esos grupos desbarataron violentamente en León una manifestación de protesta, garroteando gente. Lo sufrí en carne propia porque quemaron mi carro y casi nos matan. Posteriormente atacaron viejitos, desmovilizados, trabajadores, organizaciones civiles, campesinos y estudiantes. La represión no fue generalizada porque la resistencia no era generalizada.
El tercer aspecto a considerar, es que para Ortega la política no es la forma en que se resuelven los conflictos de manera civilizada, mediante la ley, elecciones, instituciones, consenso y negociación. Para Ortega no. Para Ortega la política es la continuación de la guerra y, por consiguiente, solo entiende de vencedores y vencidos. Esta es la razón por la cual organizó un ejército irregular que le facilitara desarrollar con impunidad sus tácticas y de terror: muerte, destrucción, captura de rehenes y “conquista” de territorios. Una estrategia que solamente cosecha muerte, pero no produce victorias políticas. Porque los contenidos y la geometría del conflicto son políticas y no bélicas.
Estas son las principales características del monstruo que enfrentamos. Desde el arranque estaba claro que derrotarlo no sería tarea fácil ni de plazo inmediato.
Ahora veamos cuánto hemos avanzado a partir de abril de este año. Hace apuradamente tres meses. Recordemos las principales demandas de la población en distintos espacios de opinión. La gente demandaba unidad de la oposición. Se demandaban nuevos liderazgos. Se demandaba atención de la comunidad internacional. Ni gobiernos, ni organizaciones internacionales, ni medios de comunicación se ocupaban de Nicaragua. Y Ortega seguía con sus desmanes impunemente.
¿Qué tenemos ahora que no teníamos hace tres meses?
En primer lugar, la unidad del pueblo. Comenzamos con el rechazo a las salvajes reformas a la seguridad social. Ahora el pueblo está firmemente unido en torno a un solo propósito: que Ortega y su mafia criminal se vayan. No hay banderas partidarias, ni caudillos. Solo ondea la bandera azul y blanco.
En segundo lugar, el pueblo perdió el miedo y desnudó a Ortega como un siniestro genocida. Atrincherado en su bunker de El Carmen, solo le queda el recurso de matar, pretendiendo imponer una estrategia de terror. Pero la gente, allí está. En pie de lucha, sin amilanarse ante las bandas diabólicas del régimen..
En tercer lugar, recordemos qué teníamos al iniciar el diálogo, hace exactamente dos meses. A la primera sesión del diálogo asistieron unas personas y unos grupos, invitados por la Conferencia Episcopal. Personas y grupos sin conexión. Más bien, algunos acarreaban desconfianzas y serias divergencias. El régimen apostaba a que empresarios, campesinos, estudiantes y la sociedad civil, irían cada quién por su lado, con sus propias agendas, repitiendo la historia de desunión. Pero la táctica “divide y vencerás” que le había dado tanto éxito en otras ocasiones, esta vez fracasó. Se constituyó la Alianza Cívica, la cual, por encima de la diversidad, ha preservado una agenda y formas de acción conjunta. Surgieron también nuevas organizaciones y liderazgos, a nivel nacional, sectorial y territorial.
Por supuesto, falta camino que recorrer en materia de organización, pero debemos apreciar lo que hemos avanzado.
También hemos avanzado en el plano internacional, pero por su importancia le dedicaremos un comentario aparte.
Por encima de todo, lo fundamental es que, a pesar de la estrategia de terror desplegada por el régimen, a pesar de que el genocida ha cobrado una muy alta cuota de muerte, destrucción y dolor a las familias nicaragüenses, no pudo, ni podrá ya, doblegar la voluntad del pueblo nicaragüense por alcanzar su libertad.
Es en este contexto que debemos valorar cómo se ha estrellado frente a la valentía del pueblo, la salvaje arremetida criminal de los últimos días.
La multitudinaria marcha del jueves, las caravanas del sábado y domingo, en Managua, el paro nacional del viernes y las movilizaciones de ayer domingo en distintas ciudades del país, son respuestas contundentes a la barbarie genocida. Son contundentes porque son pacíficas. Porque son masivas. Son contundentes porque muestran de manera palpable que el pueblo perdió el miedo y más bien ha redoblado su espíritu de lucha.
Son contundentes porque nos acercan cada vez más a la victoria sobre el genocida y su mafia criminal.
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