En agosto de 1987 la mayoría de los nicaragüenses todavía no había nacido. Y buena parte de la generación actual apuradamente entraba en la adolescencia. Es natural entonces que un episodio central en nuestro devenir histórico, como país y como región, se encuentre en un rincón de la memoria colectiva. Se trata de los Acuerdos de Esquipulas II. Hoy, siete de agosto, se cumplen 30 años de la suscripción de aquellos compromisos.
Es imperativo desempolvar el episodio y colocarlo en un escaparate donde los conocidos puedan recordarlo, y quienes no lo vivieron puedan conocerlo. Conviene a la democracia y a la paz del presente rememorar ese acontecimiento.
En nuestros días, no resulta fácil evocar aquellos días de guerra, destrucción, luto y dolor. Teniendo a Nicaragua como núcleo del conflicto, Centroamérica se encontraba envuelta en la confrontación interna, en el marco siniestro de la guerra fría entre las superpotencias de la época, Estados Unidos por un lado, y la entonces Unión Soviética, por otro lado. Pero los muertos caían aquí.
La flor de la juventud nicaragüense se sacrificaba en la guerra. La mayor parte de los combatientes de la Resistencia tenían menos de 25 años, al momento de su desmovilización, y la mayor parte de los miembros del ejército sandinista eran jóvenes movilizados en el servicio militar obligatorio. Pobres de la ciudad, en su mayoría los unos, pobres del campo, en su mayoría los otros. El tiempo transcurrido, desde entonces, en términos históricos, es un tiempo corto. La generación que participó en el conflicto, de lado y lado, todavía está para contarla. Aunque faltan muchas historias que contar. Y hay que contarlas.
Los Acuerdos de Esquipulas, suscritos por los cinco presidentes centroamericanos, abrieron la senda que condujo a la pacificación y a la democratización de la región.
Las iniciativas de paz fueron múltiples y las negociaciones complejas y espinosas. La administración norteamericana y el congreso norteamericano, en un tablero, los soviéticos en otro, los europeos en otro tablero, los países latinoamericanos integrados en el Grupo de Contadora (México, Colombia, Panamá y Venezuela) y en el Grupo de Apoyo, también eran actores con su propia incidencia, igual que Naciones Unidas y la OEA. A lo interno, las negociaciones entre el gobierno sandinista y los partidos de oposición, además de las negociaciones entre el gobierno y la Resistencia. En el centro, las negociaciones entre los presidentes centroamericanos.
Hace poco estaba recordando en una lectura que en una de las negociaciones que se celebraría en República Dominicana, la delegación que representó al gobierno sandinista estaba presidida por un ciudadano alemán, de apellido impronunciable (Wischnewski), y por dos ciudadanos norteamericanos, uno de ellos Paul Reichler, porque no admitían sentarse cara a cara con los representantes de la Resistencia. Después lo hicieron, aunque antes habían proclamado que jamás lo harían. Ese encuentro fracasó porque la delegación de la Resistencia no admitió sentarse con extranjeros.
Después de avances, retrocesos y atajos, finalmente cuajaron los Acuerdos de Esquipulas. Unos acuerdos que fueron eficaces porque posibilitaron acabar con la guerra y abrir una etapa de democratización.
No podemos considerar a estos acuerdos como cosa del pasado. Como letra muerta.
No podemos, ni debemos olvidar esos Acuerdos porque, lamentablemente, en el caso de Nicaragua estamos retornando al punto que condujo a la tragedia.
Las condiciones en que vivimos, y la empinada cuesta que transitamos a causa del régimen dictatorial, nos imponen que volvamos a colocar sobre la mesa compromisos que todavía están vigentes.
Recordemos pues, aunque sea en parte, los Acuerdos de Esquipulas, suscritos por los cinco presidentes centroamericanos, con el respaldo de la comunidad internacional, incluyendo la OEA y las Naciones Unidas. Por Nicaragua lo firmó Daniel Ortega, que ejercía la presidencia del país.
Los acuerdos llevan como título “Procedimiento para establecer la paz firme y duradera en Centroamérica”
Una paz firme y duradera, así que no estamos hablando de unos entendimientos de corte plazo.
En particular, es pertinente recordar el compromiso en materia de democracia:
“Los gobiernos se comprometen a impulsar un auténtico proceso democrático pluralista y participativo que implique la promoción de la justicia social, el respeto de los Derechos Humanos, la soberanía, la integridad territorial de los Estados y el derecho de todas las naciones a determinar libremente y sin injerencias externas de ninguna clase, su modelo económico, político y social, y realizarán, de manera verificable, las medidas conducentes al establecimiento y, en su caso, al perfeccionamiento de sistemas democráticos, representativos y pluralistas que garanticen la participación de partidos políticos y la efectiva participación popular en la toma de decisiones y aseguren el libre acceso de las diversas corrientes de opinión a procesos electorales honestos y periódicos, fundados en la plena observancia de los derechos ciudadanos”.
.Eso consignan, entre otros compromisos, los Acuerdos de Esquipulas.
¿Qué debemos hacer frente a los 30 años de Esquipulas? Las universidades que todavía quedan con alguna independencia, deberían estar organizando foros y debates, para que las nuevas generaciones conozcan y se reconozcan en esa historia. Para no repetirla. Los centros de investigación otro tanto. Igual los medios de comunicación independientes. Y las organizaciones políticas democráticas deberían estar izando como bandera, la vigencia de esos compromisos. La democracia, como condición de paz. En el pasado. Y hacia el futuro.
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