Los países centroamericanos estamos unidos por lazos históricos, culturales y económicos. También se encuentran enraizados profundos lazos humanos porque circunstancias económicas y avatares políticos, en distintos momentos, han llevado familias de un lado para otro. Y allí van quedando las parentelas de país en país. Sin embargo, a pesar de los vínculos, la realidad es que pareciera que vivimos de espaldas. Salvo las noticias espectaculares y trágicas, son pocas las informaciones que tenemos sobre lo que ocurre en nuestros vecinos.
Recientemente tuve la oportunidad de viajar a Honduras, por vía terrestre. Quisiera compartir algunas de las impresiones de ese viaje.
Lo primero es la frontera. Salimos por el puesto de Las Manos, en Nueva Segovia. Hay 250 kilómetros de Managua a Las Manos. Debo reconocer que la atención es diligente en las oficinas de migración y en la aduana, tanto en el lado nicaragüense como en el lado hondureño. Basta con presentar la cédula de identidad para salir de Nicaragua e ingresar a Honduras. Percibí un ambiente de naturalidad en ambos lados. Ninguna hostilidad. Lo único incómodo es la fila de furgones estacionados. En una carretera de dos carriles representan un verdadero estorbo.
Por cierto, ya están funcionando los famosos escáner de aquella dudosa concesión que otorgó el gobierno todavía no se sabe a quién, aunque se sospecha. Lo que sí se sabe es que se están echando a la bolsa una millonada.
El recorrido desde la frontera hasta Tegucipalpa dura aproximadamente hora y media, a velocidad moderada.
Durante mi permanencia lo que estaba en su furor era la campaña de las elecciones primarias. Y esto hay que subrayarlo. Por ley, los aspirantes a puestos de elección popular, para optar a la candidatura antes tienen que competir internamente con otros precandidatos de su propio partido. Esto incluye a aspirantes a la presidencia coo a diputaciones. Todos están legalmente obligados a competir en elecciones internas. Mensajes radiales y televisivos, programas de opinión, carteles en las calles, movilizaciones, en fin, se trata de un proceso electoral, en firme y en forma, administrado por el órgano electoral. Es una experiencia que vale la pena analizar.
El pasado domingo se realizaron las elecciones. Ya se conoce quienes serán los candidatos a la presidencia: Juan Orlando Hernández, por el Partido Nacional; Luis Zelaya, por el Partido Liberal y por Xiomara Castro, por el Partido Libre.
Como tuve oportunidad de conversar con gente de lado y lado, llama la atención el temor de una parte de la población sobre el peligro de que en Honduras se repita el proceso nicaragüense. Por el mismo método de Ortega se anuló la disposición constitucional que prohibía la reelección, se posibilita la postulación del actual presidente, Juan Orlando Hernández. Contradictoriamente, la misma intención de derogar la prohibición a la reelección provocó el golpe de estado de derrocó a Manuel Zelaya. Para los hondureños, y para nosotros, es evidente el entusiasmo que Hernández muestra por el modelo orteguista, además, se le acusa de concentración de poder y de manipulación de distintos órganos del estado. Estos temores prevalecen en sectores de la oposición. Pero, por otra parte hay quienes ven como un ejemplo digno de imitar la alianza entre Ortega y la cúpula empresarial y su política populista.
Otro aspecto que llamó mi atención es que se percibe claramente que la gente vive y siente una permanente sensación de inseguridad. Una anécdota puede ilustrarlo: teníamos reservación en un hotel, a pesar de contar con la dirección pasamos más de dos horas buscándolo sin encontrarlo. Fue con la asistencia de una patrulla de la policía municipal que pudimos localizarlo. Resulta que el hotel está amurallado y sin rótulo. Cuando ingresamos y preguntamos la razón nos respondieron que habían quitado el rótulo por seguridad para los huéspedes, para que los delincuentes no detectaran que allí había un hotel, pues en días recientes habían asaltado dos locales vecinos.
A lo largo de la historia hondureños y nicaragüenses hemos tenido encuentros y desencuentros. Para no ir muy largo, a inicios del siglo XX, durante el gobierno de José Santos Zelaya Zelaya estuvimos en guerra y ejército de Zelaya derrotó en la batalla de Namasigüe a los ejércitos combinados de El Salvador y Honduras, tomaron Choluteca y llegaron hasta Tegucigalpa. Como resultado el presidente hondureño fue derrocado. En la época de Sandino el territorio hondureño era la ventana al exterior y en los ochenta fue el santuario de la tropas de la Resistencia Nicaragüense.
Por cierto, los hondureños se sienten identificados con el apelativo con que son conocidos en Centroamérica: catrachos. Lo que desconoce la mayoría es que ese sobrenombre se los pusimos los nicas. Muchos nicas también ignoran el origen. Resulta que durante la invasión filibustera, a mediados del siglo XIX, los ejércitos centroamericanos se unieron para expulsar a William Walker. El contingente militar hondureño era comandado por el general Florencio Xatruch.
Xatruch es de esos personajes centroamericanos de novela. Abogado, minero, militar, ganadero y político. Se graduó en la universidad de León, en Nicaragua. En su país fue diputado, ministro, vicepresidente y presidente. Derrocó presidentes y también fue derrocado. En Nicaragua fue gobernador militar de Chinandega y León. Aquí se le otorgó el grado de general de división. En El Salvador fue gobernador de San Miguel. Falleció en Nicaragua y sus restos reposan en el cementerio de San Pedro.
Pues resulta que los nicaragüenses no podían pronunciar bien el apellido xatruch, y llamaban a las tropas hondureñas, los xatruchos, expresión que rápidamente se transformó en los catrachos. Y así se quedaron: los catrachos.
Bueno, me falta contar qué andaba haciendo en Honduras. Asistí a una reunión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pero ya se nos hizo larga la historia así que la dejamos para en otra.
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