El enfrentamiento en contra de un régimen dictatorial abarca todos los frentes. Y hay flancos que a simple vista parecieran no tener mayor relevancia, porque no es visible una relación directa o evidente con la vida cotidiana de la gente; parecen lejanos a la tortilla, al precio del combustible o las medicinas, pero son asuntos que a la postre condicionan nuestra vida, nuestro modo de ser, nuestro porvenir.
Uno de estos asuntos es la memoria.
Y aquí repetiré la frase de un intelectual mexicano: La historia es el hogar de la conciencia de un pueblo… enmarca su modo de pensar, sus creencias, su visión de la realidad, sus actitudes, sus mitos y sus ritos.
La historia no solamente es el relato de hechos reales. También la historia se escribe y se reescribe, se manipula y se distorsiona desde el presente. Se manipula y se distorsiona desde el poder. Por algo se dice que la historia la escriben los vencedores.
No es casual, por ejemplo, que los aparatos de propaganda del régimen se empecinen en tergiversar hechos pasados. Ocultan episodios, desfiguran otros e inventan otros. Y convierten a los villanos en héroes, mientras minimizan o niegan a quienes dieron muestras de valor y de valores, simplemente porque no convienen a sus intereses.
Tampoco es casual que Ortega en sus discursos repita machaconamente una historia que distorsiona a su gusto y antojo. El propósito es moldear la mente de la gente, comenzando por sus seguidores, que se creen a pie juntillas las palabras del monarca.
¿Por qué desfigurar la historia? Pareciera una exageración…pero es que desde la historia que se cuenta, desde el pasado, se moldea el imaginario y la memoria colectiva de la gente…así, se moldea la visión del presente y se condiciona el futuro…aunque no lo parezca.
Ayer, se cumplieron 50 años de la masacre del 22 de enero. El 22 de enero de 1967 centenares de nicaragüenses fueron acribillados por disparos de la guardia nacional. Una tragedia.
¿Cuáles fueron las circunstancias de la masacre?
Ese año estaban programadas elecciones generales para comienzos de febrero. El candidato del régimen era el tercer miembro de la dinastía, el general Anastasio Somoza Debayle. La oposición organizó una protesta para exigir, lo mismo que exigimos ahora, elecciones auténticas.
Las fotografías de la época muestran los rostros de jóvenes, de campesinos, de mujeres, de trabajadores, de gente mayor, cobijados por rótulos y mantas que tenían como denominador común el rechazo a la dictadura y las demandas de libertad, elecciones libres y democracia.
Es revelador, cuando se revisan los periódicos de la época, que eran prácticamente las mismas condiciones electorales que se demandan en el presente.
Esos anhelos de libertad fueron ahogados a balazos, en el mero centro de la vieja Managua, muy cerca de la plaza de la república, o plaza de la revolución, según la preferencia de cada quien, en lo que se conocía como Avenida Roosevelt. Nunca pudo saberse la cantidad de nicaragüenses que cayeron como víctimas mortales de la masacre. Pero los muertos y heridos se cuentan por centenares.
Siempre ha llamado mi atención una fotografía de ese día fatídico, donde aparece un joven, con apariencia de ser menor de veinte años, confundido entre la multitud, portando una pancarta que decía “Paz con libertad y Pan”. A 50 años de distancia, la consigna recobra renovada actualidad. Paz, con libertad y pan. Ese muchacho, si tuvo la suerte de vivir, a estas alturas ya está en los ochenta años. Seguramente, a ese joven de entonces, abuelo o bisabuelo hoy, le tocó vivir o padecer a lo largo de su vida otros episodios de lucha, de sacrificios, de esperanzas truncadas y de esperanzas sobrevivientes. Cuántos, como él, son, y han sido, testigos y protagonistas de una historia que una y otra vez desemboca en tragedia. Es un destino que debemos evitar a la juventud del presente.
Es fundamental que las fuerzas democráticas alimentemos nuestros propios referentes, nuestros propios emblemas, nuestros propios símbolos, enfrentados a los del régimen dictatorial. Es parte de la lucha por construir un país distinto. El ideario de Pedro Joaquín es uno de estos referentes, el 22 de enero es otro. El 25 de febrero otro.
Cometemos un gigantesco error si menospreciamos el papel de la memoria colectiva y de los símbolos en la lucha por la democracia y en la construcción de un país distinto. Las verdaderas batallas se libran en la cabeza de la gente.
Aunque sea por un minuto, honremos el martirio de estos nicaragüenses que fueron sacrificados por enarbolar las mismas banderas que hoy enarbolamos.
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