El último registro oficial de la iglesia católica revela que hay aproximadamente 1.250 millones de fieles en el mundo, de los cuales casi la mitad se encuentran en América. Sin embargo, distintas investigaciones muestran una tendencia decreciente en el número de católicos tanto en América Latina como en Estados Unidos. A estas tendencias cuantitativas se suman otros factores negativos: la pérdida de credibilidad, principalmente a causa de denuncias de corrupción en los linderos del Vaticano y de abusos en menores por parte de prelados, lo que se conoce como delito de pederastia; la falta de liderazgo en los últimos tiempos con un papa distante, incoloro e insípido y, como tapa al pomo, la sorprendente renuncia por parte de Benedicto XVI.
Los desafíos que se imponían al nuevo papa, el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, resultaban evidentes y urgentes: restaurar la credibilidad de la iglesia, recuperar su papel como factor de influencia mundial y a nivel de países, revertir las tendencias decrecientes en el número de fieles y asegurar la cohesión de la iglesia. A todas luces, desafíos colosales.
El papa Francisco en corto tiempo ha avanzado en todos los frentes. Pero su reciente visita a Cuba y Estados Unidos tiene toda la potencialidad de convertirse en un hito histórico que puede marcar un antes y un después en la gestión papal.
Fuimos testigos de cómo, en el transcurso de una semana, la sociedad del espectáculo se regodeó con una figura radiante y carismática. Anotemos los principales hechos simbólicos de la visita:
• Francisco colmó la emblemática plaza de la revolución, en la Habana, bajo la custodia de una gigantesca efigie de su coterráneo, el Ché Guevara. Una celebración eucarística en el corazón simbólico de un régimen caracterizado por preconizar el ateísmo. Se bañó de multitudes en Holguín y Santiago de Cuba. Además ofreció un comedido discurso en el palacio de la revolución.
• En Washington fue recibido cálidamente por el presidente Obama y además, por primera vez en la historia, un papa presenta un discurso en el congreso estadounidense.
• Más tarde, en la gran manzana, en el local privilegiado de Mohamed Ali, Beyoncé, Shakira o Mick Jagger, el papa ofreció una misa. Nada más y nada menos que en el templo del espectáculo: el Madison Square Garden.
• Un día después participó en la jornada inaugural de la cumbre del desarrollo, en la cual líderes y presidentes de todo el mundo aprobarán la Agenda del Desarrollo hacia el 2030.
• Finalmente, visitó la cuna de la independencia de Estados Unidos, bañándose también de multitudes en las distintas avenidas y recorridos.
El papa es un líder religioso y a la vez un Jefe de Estado que no puede escapar a normas y protocolos. Después de revisar videos y leer discursos y homilías me aventuro al siguiente balance:
¿Qué perseguía Francisco en Cuba? El sentido común indica que el Vaticano está consciente de que la era del post-castrismo está a la vuelta de la esquina: la biología hará lo que no logró la política. Y Francisco quiso asegurarse que la iglesia católica desempeñe un papel en esa transición. Además, es el momento para seducir a la feligresía cubana y otros sectores con un mensaje renovado, anticipándose a la búsqueda de nuevos paradigmas y alimento espiritual que demandará buena parte de la sociedad cubana. Desde esta óptica, la expectativa de la disidencia cubana de gestos acordes a sus posiciones tropezaba con esta visión más estratégica.
¿Qué perseguía en Estados Unidos? Proyectar a la iglesia con un liderazgo firme, con un mensaje refrescante, con capacidad de interlocución ante los poderes de la mayor potencia mundial. Y los líderes norteamericanos le facilitaron esa misión. Por otra parte, está la población hispana, predominantemente católica pero huérfana. Porque esa población carece de un liderazgo unificador y de una agenda compartida, salvo en el tema de los migrantes. Y Francisco emergió allí como el líder con capacidad de recoger la agenda y presentarse ante las esferas de poder como un mensajero cercano y confiable.
Finalmente, en Naciones Unidas, el papa perseguía mostrarse como un actor global, con un discurso de alcance universal, con voz propia ante los desafíos terrenales mundiales.
Su denuncia sobre la cultura del descarte seguramente dejará honda huella en diversas latitudes: ¨El abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades, ya sea por tener capacidades diferentes o porque están privados de los conocimientos e instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente capacidad de decisión política…Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente consolidada «cultura del descarte»´.
En consecuencia, el papa proclamó ante los representantes de los pueblos del mundo reunidos en la Asamblea General de Naciones Unidas: ¨por lo cual alzo mi voz, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas¨.
Concluido el frenesí del espectáculo y lo intenso de la jornada, todo parece indicar que Francisco -rostro risueño, mirada directa, gesto amable- cumplió plenamente sus misiones y alcanzó un vibrante éxito religioso, diplomático y político. Francisco demostró que hay alcalde en el pueblo. Tocará ahora a las iglesias de cada país –clérigos y seglares- cuidar las plantas y preparar la cosecha de la simiente sembrada.
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