El 13 de diciembre del año 1960 se suscribió en Managua el Tratado General de la Integración Económica, que es el acta de nacimiento formal del mercado común centroamericano. A lo largo de sus 50 años, el proceso integracionista ha vivido momentos de gloria y momentos de penuria. Más allá de cualquier crítica, la integración puede exhibir dos méritos notables: Su contribución en la década de los sesenta al dinamismo y modernización (relativa) de las economías centroamericanas y su capacidad de sobrevivencia frente a los diversos obstáculos que ha afrontado. Así, mientras otros esfuerzos latinoamericanos colapsaron (ALALC, ALADI, Integración Andina), la integración centroamericana es una realidad innegable.
Sin embargo, en los últimos doce meses el proceso ha recibido golpes de distinta naturaleza e intensidad. Esos golpes han multiplicado los problemas y agudizado los desafíos, e imponen un replanteamiento sobre el curso futuro de la integración regional.
Veamos los hechos:
El retiro de Panamá del Parlamento Centroamericano, Parlacén.
El nuevo gobierno de Panamá propinó un golpe político y financiero al Parlamento Centroamericano al anunciar su retiro de esa institución. Esta deserción profundiza la crisis de legitimidad que afecta al Parlacén y muestra la fragilidad de la institucionalidad regional. El cómodo y alegre esquema de la integración con “geometría variable”, que posibilitó un desdibujamiento del esquema original y la adopción de compromisos laxos de sus miembros, está puesto en cuestión.
Panamá se retira, mientras sigue permaneciendo en el SICA, pero, a la vez, no es miembro de la Corte Centroamericana de Justicia y, en consecuencia, no pueden derivarse consecuencias legales por su retiro. En paralelo, el mismo gobierno panameño amaga con incorporarse a la integración económica como coartada para acceder a los potenciales beneficios del acuerdo de asociación con la Unión Europea. ¿De qué integración estamos hablando?
Es imprescindible meditar sobre la viabilidad de esa integración de geometría variable y sobre la manera de recomponer un esquema institucional carente de legitimidad. Desplome del comercio intrarregional.
Sin duda, el componente más dinámico del proyecto integracionista ha sido el comercio intrarregional. En efecto, en 2008 este comercio ascendió a US$ 6.461 millones, registrando a lo largo de la década una tasa de crecimiento promedio cercana al 10% anual. Pero en 2009, conforme registros de SIECA, el comercio intrarregional se desplomó en casi una quinta parte (el 19%), hasta la cifra de 5.235 millones, esto es, 1226 millones de dólares menos en un solo año.
Detrás de esta cifra seguramente se esconde un impacto muy fuerte en términos de empleo y lesiones al tejido productivo, toda vez que aproximadamente el 75% del comercio intracentroamericano se origina en pequeñas y medianas empresas que, como se sabe, son las mayores generadoras de empleo y las más vulnerables.Anomia de la institucionalidad regional.
La crisis internacional puso al desnudo la incapacidad de la institucionalidad regional y de los gobiernos mismos para articular respuestas concertadas. Los presidentes se reunieron en una ocasión, adoptaron una declaración de contenido retórico, y nada más. Cada país buscó cómo afrontar por sí mismo el impacto de la crisis, tanto en términos económicos como sociales. No adoptaron una sola medida conjunta que pudiera reforzar los esfuerzos nacionales. Por su parte, las instituciones regionales estuvieron ausentes en un momento de mucha sensibilidad para la región. Un muy importante ministro de Economía mencionaba que la institucionalidad cumplía funciones secretariales, pero no de secretaría.
Golpe de Estado y golpe a la integración regional.
Junto a las polémicas y remolinos desatados por el golpe de estado en Honduras, ese episodio nacional mostró la persistente existencia de vasos comunicantes entre las sociedades centroamericanas y repercutió también en la institucionalidad del SICA. A tal punto que aún hoy, no ha podido restablecerse el funcionamiento normal del Sistema. El actual gobierno de Honduras se encuentra fuera del entramado institucional del SICA, afectando una dinámica que, aún cuando frágil y poco eficaz, al menos tenía un ritmo.
El gobierno de facto hondureño no fue reconocido como un interlocutor válido en el proceso de negociaciones del acuerdo de asociación con la Unión Europea. Como resultado, el proceso se interrumpió por medio año y, si bien las negociaciones se reanudaron con agilidad, se encuentra en duda que el acuerdo pueda ser suscrito en el mes de mayo conforme las previsiones iniciales.Conatos proteccionistas.
En semanas recientes, centenares de furgones se paralizaron por varios días en las fronteras de Nicaragua con Honduras y Costa Rica. Las razones precisas no se dieron a conocer pero es obvio que se trató de maniobras derivadas del recrudecimiento de las tentaciones proteccionistas que, si llegan a desatarse, pueden tener efectos devastadores en las relaciones económicas intrarregionales.
Los hechos reseñados expresan la frágil gobernabilidad democrática, la precariedad de la institucionalidad regional, la vulnerabilidad del proceso y la limitada vocación integracionista de los gobiernos de turno. Expresan también la magnitud de los desafíos.
En estas condiciones y a casi 20 años de la suscripción del Protocolo de Tegucigalpa, que renovó el sistema institucional de la integración, los países del área enfrentan nuevos y viejos desafíos. Tales desafíos imponen una revisión de enfoques e instrumentos. Para comenzar, el colapso del neoliberalismo ha dejado en el aire los fundamentos en que se edificó el sistema actual. El momento impone pues un
desafío a la imaginación y un desafío al realismo.
La edad de 50 años es un buen momento para reflexionar. Y un buen momento para prefigurar el curso de la tercera edad
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