Después que los tiburones acabaron con sus competidores y se apoderaron de todos los parlantes de la bahía proclamaron a los cuatro vientos: ¡De ahora en adelante aquí tendremos libertad absoluta para todos. Cada quien podrá comer lo que quiera, a la hora que quiera y en el lugar que quiera. Todos somos iguales! Las sardinas, al escuchar semejante pregón, no podían con su entusiasmo…