Medio ambiente y Recursos Naturales

Los lagos Titicaca y Xolotlán versus el Tititlán y Xolocaca

Titicaca

El bachiller Pérez Valdivia se definía a sí mismo con “el venerable y ocurrente anciano”. Cada noche, al terminar el último noticiero, en Radio Corporación, el bachiller nos deleitaba con un comentario siempre de fondo, pero siempre envuelto en picardía, humor y agudeza…uuhhh, hace no sé cuántos años. Allá, donde se encuentre gozando de la dicha eterna, quiero pedirle permiso para tomar prestada y aplicarla al presente, una sabrosa anécdota, seguramente producto de su inventiva.

Contaba el bachiller que se encontraron un día un gobernante boliviano y uno nicaragüense. El boliviano afirmaba que el lago de su país era de los más hermosos del mundo, pero tenía un defecto. El nombre que le habían puesto era francamente feo. Se refería al lago Titicaca. Un lago hermoso. Es el lago situado a mayor altura, en el mundo.

En cambio, argumentaba el boliviano, en Nicaragua había un lago que tenía un nombre muy sonoro y señorial, el lago Xolotlán. Pero que los paisanos nicas lo habían echado a perder llenándolo de inmundicias, por décadas.

El gobernante boliviano propuso entonces que, para hacer justicia, se cambiaran los nombres de los lagos. Al menos parcialmente. Y que el Titicaca pasara a llamarse Tititlán, y así la sonoridad del nombre se ajustaría a la belleza de su lago. Y que el Xolotlán, pasara a llamarse Xolocaca, en correspondencia a su demeritada realidad. Y todos en paz: el Tititlán y el Xolocaca.

No contó el bachiller –o no lo recuerdo- qué respondió el gobernante nicaragüense. Pero el Titicaca sigue llamándose Titicaca y al Xolotlán, seguimos llamándolo lago Xolotlán.

Recuerdo esta anécdota porque ya no tenemos que avergonzarnos tanto de las inmundicias que, desde 1926, han afeado a nuestro lago. Desde ese año empezó a sufrir las descargas de aguas negras de la ciudad. En la actualidad, casi en el anonimato y desconocida por casi todos, con financiamiento internacional opera a orillas del Xolotlán una planta con un nombre poco atractivo: Planta de Tratamiento de Aguas Servidas. Tuve oportunidad de hacer una visita. Es difícil para alguien que no haya estado en esas instalaciones, imaginar  las dimensiones de la obra, la función que cumple y los procesos que ahí ocurren. Se los voy a describir rápidamente porque es un proyecto formidable que, si es bien manejado, puede cambiar el rostro de Managua y beneficiar a presentes y futuras generaciones.

En el sitio donde se ubica la planta desembocan más del noventa por ciento de las aguas negras, o aguas residuales, que producen los managuas. Todas las corrientes confluyen, minuto a minuto,  en un sumidero inmenso. Allí inicia el proceso de descontaminación. Por esta razón, cuando usted entra a la planta, el primer impacto lo sufre en la nariz. Una fetidez sacude con violencia su olfato y redobla de inmediato en su cerebro. ¿se imaginan ustedes? Se trata de la concentración y condensación de todos los olores y humores que excretan y secretan los managuas. Y así, de etapa en etapa, el matiz de la fetidez va cambiando, digámoslo así, de cuerpo, filo y tono.

Una vez que se asimila ese impacto inaugural, se puede observar la primera etapa del proceso, que consiste en la separación de los desechos sólidos, que van envueltos y revueltos en un lodo espeso, oscuro, espumoso y amenazante. Ver la separación de arenas y grasas es otro golpe, que esta vez usted lo siente en el estómago. Ahí han encontrado de todo, hasta restos humanos.

Luego el agua lodosa y todavía espesa, transita a una serie de tanques donde es sometida a un proceso que incluye gravedad, biología, química y naturaleza. Primero el filtrado, después la acción de bacterias, seguidamente polímeros y, finalmente, el sol. Las aguas negras concluyen su itinerario convertidas tres subproductos: abono orgánico, en forma de tierra fértil, descontaminada. Gas metano, utilizable como combustible industrial o doméstico. Y agua. Agua cristalina que si bien no es potable, es agua descontaminada que va directo al lago. Se han hecho pruebas técnicas, aguas adentro del lago, a una distancia de 2 kilómetros, comprobándose que son aguas libres de contaminantes.

En verdad, muy poca justicia se le ha hecho a este proyecto. Es ejecutado con tecnologías modernas e incluso ha ganado premios internacionales. La idea inicial fue perfilada en el gobierno de Violeta Barrios y vino desarrollándose a lo largo de los sucesivos gobiernos. Por hoy, es gestionada por una empresa británica y, a partir del 2014 pasará a ser administrada por Enacal. Un verdadero desafío, porque tendrá que mantener los estándares técnicos, gerenciales y financieros que demanda una obra de alto nivel de complejidad. Y también a la altura de la inversión, pues ha costado casi cien millones de dólares.

En la página web de Enacal se dedican 3 párrafos para describir la obra. Malos augurios, si comenzamos por allí. Es importante tomar conciencia y conceder a la obra la trascendencia que merece, pues tiene el potencial de transformar el lago en un lugar de esparcimiento sano, atracción e inversión turística, riego con fines agropecuarios, pesca deportiva y artesanal. En fin, puede rescatar la bendición que representa el lago para nuestra capital y todos los municipios ribereños. Y para el país.

Hay dos desafíos adicionales. Primero, cómo asegurar la sostenibilidad en el funcionamiento de la planta. Para ello es indispensable rentabilizar el abono y el gas que produce. Lo segundo, es completar la limpieza y descontaminación con el saneamiento de los drenajes pluviales: los cauces. Porque si bien ya no caen las aguas negras en el lago, los cauces siguen depositando su caudal en el lago. Y aquí nos enfrentamos a la letal costumbre de depositar en los cauces todo tipo de inmundicias, borrando con una mano, lo bueno que está construyendo la otra.

Cuidemos el lago. Puede ser condición de sobrevivencia y prosperidad para presentes y futuras generaciones. Y asegurarnos así que nadie más proponga cambiarle el nombre y rebautizarlo con el apelativo de Xolocaca.

Volveré, dijo MacArthur… Así se despedía el bachiller Pérez Valdivia.

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