Sin duda, uno de los datos más desgarradores del 2021 y que mejor refleja la magnitud del desastre en que la dictadura de Ortega ha sumido a Nicaragua es la cifra de nicaragüenses que abandonaron el país buscando cómo sobrevivir, o tener oportunidades de mejorar las condiciones de vida propias y de sus familias.
Las autoridades de migración costarricenses registran que 52.929 nicaragüenses solicitaron refugio el año recién pasado ¿Cuántos más ingresaron de manera irregular y no han solicitado refugio? Seguramente miles más.
Por su parte, las autoridades estadounidenses reportan que 87.572 nicaragüenses fueron retenidos en la frontera en el intento de ingresar de manera irregular a Estados Unidos ¿Cuántos lograron ingresar burlando las barreras migratorias? ¿Cuántos lo han hecho cumpliendo los trámites formales? Seguramente miles más.
Si nos quedáramos con estos datos, que son gubernamentales, en el 2021 escaparon del paraíso orteguista 140.501 nicaragüenses hacia Estados Unidos y Costa Rica. Obviamente este es el dato menor. Al tratarse de migraciones irregulares queda un número indeterminado que elude los registros oficiales. Una estimación conservadora sería que al menos el 20% no figuran en los registros. A ello debemos sumar a los emigrados a España, México, Canadá y Panamá. Sin exagerar, fácilmente podemos aproximar el total a 200 mil compatriotas.
¡Casi el 3% de la población nicaragüense en solo un año!
Una verdadera tragedia
En cualquier parte del mundo y en cualquier circunstancia, con una hemorragia semejante, estamos ante una verdadera tragedia. O centenares de miles de tragedias. Porque detrás de estos números, detrás de cada caso, hay un infortunio. Madres o padres que dejan a sus hijos e hijas con parientes, abuelas o al cuidado de hermanos mayores. Hijos que deben dejar a padres o madres enfermas o desvalidas.
Jóvenes que después de dedicar años al estudio deben ahogar sus sueños de una mejor vida en la tierra que les vio nacer, agarrando una mochila para transitar senderos inhóspitos a la caza de una esperanza más allá del terruño.
Familias fracturadas. Familias que sufren.
Y un país que se desangra por todos sus costados. Nadie quiere salir de su país, menos aún si al hacerlo debe afrontar graves riesgos, en primer lugar la vida, pero también violaciones, robos, secuestros, extorsión.
Entonces ¿Por qué se van los nicaragüenses?
Cuando el informe de la FAO del 2021 revela que el 20% de los nicaragüenses padece hambre, encontramos una explicación. Cuando el INIDE reporta que la mitad de la población laboral se encuentra en el desempleo o en el subempleo, encontramos una explicación. Cuando las estadísticas del régimen revelan que el costo de los alimentos de la canasta básica se elevó el 15% en el 2021 y los salarios reales siguieron deteriorándose, encontramos una explicación. Cuando el Banco Central reporta que el INSS perdió 4450 afiliados, solo en el mes de diciembre, tenemos una explicación. Cuando los jóvenes profesionales recién egresados no encuentran un trabajo acorde con su formación y sacrificios, tenemos una explicación.
En fin. Cuando el dictador, en su afán de permanecer en el poder a sangre y fuego siembra incertidumbre y temor al pretender meternos en conflictos internacionales buscando alianzas militares con potencias con las cuales los nicaragüenses no compartimos ningún interés común, tenemos una explicación.
Cuando mienten, sofocan libertades, aplastan derechos y aniquilan esperanzas, tenemos una explicación.
La parte más siniestra de la tragedia es que para el régimen la desgracia de las familias nicaragüenses -de la familia nicaragüense- para ellos representa un alivio. En primer lugar, descongestiona los estragos que provocan el desempleo, el subempleo y el alto costo de la vida. Además, previsiblemente dentro de unos cuantos meses comenzarán a llegar nuevos flujos de remesas, que mitigarán las penurias de las familias sin ingresos o con bajos ingresos. El sufrimiento del país entero, porque la migración no tiene color político, provoca morbosa satisfacción en los jerarcas de la dictadura.
Ortega y sus cómplices siguen enriqueciéndose al amparo del poder político con sus turbios negocios, vomitan patrañas y hacen ostentación de su capacidad de reprimir. A la par, Nicaragua se desangra.
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