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Barriga llena, corazón descontento: El caso de la fritanga frustrada

Anoche se me antojó comer fritanga. No resistí la tentación y me dirigí a una situada a pocas cuadras de mi casa. Mala suerte. Sólo quedaban unas cascaritas de tajadas, unas alitas de pollo sequitas y poco más. La señora me dijo que todo se había acabado rápido, que estaban haciendo otra tanda, pero tendría que esperarla. Ya eran casi las ocho y media, me dejé aconsejar por el hambre y resolví buscar otro lugar.

Como lobo al acecho anduve merodeando por los alrededores y no encontré nada. Entonces me acordé que una noche, allá por el barrio Cristo del Rosario, en los confines de los escombros de Managua, había visto una fritanga concurrida. Francamente no recuerdo en qué asuntos podía andar, en horas de la noche y por esos rumbos, la vez que la descubrí. Así que no me pregunten.

Me trasladé al sitio y busqué en las calles oscuras y desoladas pues no recordaba la dirección. Grande fue mi sorpresa cuando de repente de topé, a pesar de lo recóndito del lugar, con una cantidad de carros, mesas llenas, parqueadores y una gran fila de gente esperando “que la despacharan”. A quienes no circulen por esos sitios les informo que se llama “Carne asada El Darío”, queda entre “el arbolito” y Cristo del Rosario.

De nuevo, me pareció que era demasiado larga la fila y además del hambre la impaciencia me punzaba. Resolví seguir mi búsqueda.

Hasta que al fin me encontré otra, unas cuadras más allá. Y otra fila. Estaba vez no había tantos vehículos, aunque la fila era grande. Me resigné y me enfilé, en la calle, a esperar pacientemente. En esas estaba cuando un bus casi se nos echa encima, se parqueó frente a la mera fritanga, el chofer bajó todo sofocado y con aires de todo lo puede de inmediato quiso colocarse adelante. Por supuesto, no lo dejaron. Las mujeres protestaron, pero lo decisivo fueron unos “majones” que hacían fila pacientemente, con su moto al lado, y cuyo porte y aspecto no dejaba lugar a discusiones. El chofer mostró optó por la prudencia y se fue a ocupar su puesto al final de la fila. No sé si por desquite dejó el bus parqueado a media calle, con el motor y parlantes encendidos, a todo volumen. Así, la fila estuvo amenizada con “Calle Ocho”, todo el tiempo. Y pasábamos de “lágrima por lágrima” a “si quieres llorar” para desembocar en “No voy a llorar”. Música alegre que me recordaba el bailongo de la vez que estuvo en Nicaragua el grupo costarricense (para variar, la cantante era nica).

Domingo por la noche. Fritanga de Managua. Amago de pleito. Música bullanguera.

Hasta que llegó mi turno. Otra vez mala suerte: un chingastito de tajadas, un gallo pinto donde los frijolitos eran de adorno sobre la masa agresiva del puño de arroz y una piernita de pollo que era una lágrima de tristeza. Más parecían los restos de una palomita de San Nicolás que un pollo. Y un maduro frito, medio frito, medio maduro y medio duro. El fresco sí, el fresco estaba bueno. Un fresco de mandarina espectacular. Para desquitarme me lancé dos. Ni les cuento cuánto me costó la broma. Cuando salí llevaba la barriga llena (mérito del pegoste de arroz con adornitos de frijoles), pero el corazón descontento. Abandoné el lugar y la fila seguía sin menguar, igual que cuando llegué. Ya iba para las diez de la ncohe.

Lecciones aprendidas: No hay mejor fritanga que la de doña Tania, en Altamira. No hay pues necesidad de experimentar. Segunda: Las fritangas son buen negocio, al menos las noches de domingo, en Managua.

#Nicaragua

#Vamos al Punto

  1. Rigoberto Artola

    Muy bonita tu osadia Enrique.

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