Una de las características de las estrategias de Ortega es que son previsibles. No es preciso ser adivino para anticiparlas. Sin embargo, a pesar del refrán “En guerra avisada no muere soldado”, la realidad es que los opositores no hemos tenido la capacidad de salirle al paso, menos aun contrarrestar de manera contundente las estratagemas del dictador. Siempre hay algunos a quienes comienzan a temblarles las rodillas y terminan por hacerle el juego, consciente o inconscientemente.
El punto de partida de cualquier análisis sobre las estrategias del régimen es que su propósito es mantenerse en el poder, cueste lo que cueste. Como lo afirmara de manera categórica el finado Tomás Borge, el costo más alto para ellos sería perder el poder.
Lo segundo que debemos tener claro es que para Ortega la política es sinónimo de guerra. No tiene escrúpulos ni límites. No puede ser de otro modo. Estuvo preso siete años por un acto de violencia armada. Fue liberado por un acto de violencia armada. Llegó al poder por la violencia armada. Se mantuvo por diez años, por la violencia armada. Y mientras fue opositor, administró la violencia para intimidar, acosar, chantajear y, finalmente, quedarse con el poder.
Es necedad, complicidad o estupidez argumentar, o actuar, como si Ortega fuera un estadista o un político con voluntad y disposición a negociar, transar y conceder. Para Ortega las negociaciones son actos de guerra que lleva a cabo cuando le sirven como recursos para preservar su propósito vital: mantenerse en el poder.
Lo tercero que debemos tener claro es que Ortega desarrolla su estrategia en varios frentes de lucha de manera simultánea: internacional, económico, político, comunicacional y, particularmente, el trabajo de sus servicios de inteligencia. Las 24 horas del día, todos los días del año.
A la represión, que utiliza sin compasión cuando el cauce amenaza con desbordarse, une la manipulación para ganar tiempo, engatusa para dividir, chantajea para contener, soborna para apaciguar.
Atol con el dedo, con una mano, y garrote y balas con la otra.
Y así ha venido superando crisis y avanzando. Ya logró instalar en un sector la convicción resignada de que la única salida es enfrentarlo en elecciones hasta en el 2021. Ahora está avanzando de manera evidente en crear el estado de opinión de que habrá que ir a elecciones, aunque no existan condiciones. Es decir, elecciones al estilo Ortega. O sea, circo electoral.
En este contexto, y ante el escenario electoral que está configurando, el eje de su estrategia se resume en la vieja frase atribuida a Julio César, en la antigua Roma: Divide y vencerás.
Retrocedamos un poquito para ver más completo el panorama. En el 2006, una vez desaparecido el peligro que planteó Herty Lewites, Ortega sintió que continuaba controlando el grueso del sandinismo, por consiguiente, su principal amenaza eran los liberales. El desenlace ya lo sabemos. Estamos sufriendo sus consecuencias: Unos conscientemente, otros inconscientemente, con su división sirvieron en bandeja a Ortega el retorno al poder. En esas elecciones, con todo y que no se dio a conocer el famoso 8%, los liberales, juntos, superaron el 50% de la votación, pero Ortega ganó con menos del 40% de los votos gracias al regalo de Alemán, de rebajar el porcentaje del 45% al 35%. El regalo y la división.
Ahora que perdió la hegemonía dentro del sandinismo, con la dispersión de los liberales que dejaron de ser una amenaza, el peligro proviene de los azul y blanco. Ese conglomerado plural y variopinto que lo rechaza y que constituye la gran mayoría de la población.
Ortega entonces está desarrollando la estrategia que ya le dio resultado: «divide y vencerás».
Esta estrategia se apoya en «dos patas». Por un lado, su objetivo es fracturar al menos en dos bloques a los «azul y blanco». Para ello se empeña en reabrir y hacer sangrar las viejas heridas del anti sandinismo y sembrar enconos entre izquierdas y derechas que, si vamos a hablar en serio, frente a los problemas que enfrenta el país, las diferencias existentes resultan subalternas. Y no nos enredemos subestimando el porcentaje de sandinistas que rechazan a Ortega o de sectores con inclinaciones de izquierda democrática, con la característica adicional que son más proclives a la acción política.
Sin embargo, hay que reconocer que en este camino también ha avanzado. A este fin se vale de distintos medios: aplicaciones tecnológicas en las redes sociales, piques y repiques de tontos útiles y la acción de agentes políticos encubiertos.
La otra pata de la estrategia es generar dispersión y confusión. Con tal fin activó a sus aliados, sacó a asolear a reconocidos bribones y hampones, además de la gravitación de grupos políticos satélites. Pretende construir un escenario con proliferación de grupos, gavillas y cuadrillas políticas que ambienten el circo electoral.
Naturalmente, por debajo de la mesa presiona, chantajea y abre amagos de apertura hacia grupos políticos que podrían darle legitimidad al circo.
¿Qué hacer frente a las artimañas del régimen?
Lo primero es salirle al paso a la estrategia de fracturar la opción azul y blanco y avanzar aceleradamente en la configuración de la Coalición Nacional. El concepto clave en este sentido es que la contradicción esencial NO ES entre izquierda y derecha, sino que ES entre dictadura y democracia.
Lo segundo es denunciar abiertamente a quienes están prestándose al juego del dictador con diversas cantinelas, de centros, derechas y centro derechas. A estas alturas del partido nadie puede pecar por inocente.
Lo tercero es concertar una estrategia que incluya, al menos, una estrategia política de comunicación y otra de organización. Y no olvidar que, llegado el momento y en función del escenario, no participar en una contienda electoral amañada es también una forma de lucha política, tal como se demostró en 1984.
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