Uno de los clamores que se lee y se escucha en distintos espacios y por distintos medios es el reclamo de unidad de la oposición. En muchos casos se trata de una frase retórica, hueca y huera, porque quienes la esgrimen niegan con sus haceres y decires lo que supuestamente reclaman. Y no siempre es resultado de la mala fe. Frecuentemente el origen se localiza en esos quistes malignos -tal vez por esta razón actúan como «malquistados»- que nuestro tejido social lleva profundamente incrustados.
Hablemos pues de la unidad y de sus enemigos.
Ocurre que mientras revisaba una colección de ejemplares del diario La Prensa, tuve la fortuna de encontrar un extraordinario editorial de fecha enero de 1979. Hace 40 años. Las enseñanzas que se desprenden del lúcido y esclarecedor análisis contenido en el escrito mencionado deberían ser útiles a todos los que estamos empeñados en rescatar la democracia.
Cuando el editorial de La Prensa fue escrito eran momentos de extrema polarización, represión y violencia: Eran vísperas de la conmemoración del primer aniversario del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Recién había pasado la insurrección de septiembre de 1978 y se vivían sus fatídicas secuelas. La dinámica política estaba marcada, de un lado, por espinosas negociaciones de una parte de la oposición cívica con el somocismo, con la mediación de la OEA; y, por el otro lado, un verdadero baño de sangre se extendía a lo largo y ancho del país.
En este escenario, donde los protagonistas civiles también arriesgaban la vida cada día, persistía la división. Así, al describir la situación de la oposición el editorial dice lo siguiente: “…hemos observado en las últimas semanas una alarmante, y repudiable vendetta política entre algunos sectores políticos opositores y un lamentable deterioro del proceso unitario…”
¿A qué causas atribuye el editorialista de La Prensa el miope sectarismo que prevalecía en circunstancias tan apremiantes y trágicas? Anotemos algunas y comparemos con el presente:
1. Auto sobreestimación de las propias fuerzas, en comparación con los otros grupos políticos.
Cada grupo político presumía –en el presente igual- de ser más fuerte o representativo que los otros, y muestra una tendencia a subestimarlos y arrogarse más peso en la toma de decisiones.
Obviamente, esa subestimación es fuente de resentimiento y de conflicto.
2. Una evaluación equivocada de las condiciones y posibilidades políticas del país.
Cada grupo tenía su propia lectura de la realidad. En el momento actual esta es también una causa relevante. Si unos grupos políticos consideran que la violencia es la única ruta, y otros, que debemos ir a elecciones, aunque no haya condiciones, para citar dos posiciones realmente existentes ¿Cómo pueden articularse estrategias? Es muy difícil.
3. Resabios políticos caudillescos y falta de comprensión y tolerancia sobre el verdadero pluralismo.
El gran problema del caudillismo en nuestro país es que no solo contamina al aspirante a caudillo, sino que no hemos podido esterilizar la matriz social que lo incuba y nutre. Menudean expresiones anhelantes del líder salvador. Y en cuanto a la tolerancia, basta darse una pasadita por las redes sociales.
4. En otras ocasiones –señala el escrito-, y es este el más injustificable de los casos, son rencillas y animosidades personales, las que se han antepuesto a la necesaria unidad opositora.
Resulta increíble constatar -agregamos nosotros- cuánto influyen las pequeñeces, envidias e inquinas personales en el desempeño de organizaciones y alianzas políticas.
5. La confianza ilimitada de unos grupos en que poderes extraños nos liberen de Somoza, o se produzca un milagro político.
Pues bien. No solo en aquel tiempo. En las circunstancias actuales hay quienes depositan su esperanza en un dron; o en un paro; o en la suspensión del CAFTA; o un gobierno de transición; o un Guaidó. El pensamiento mágico satura buena parte del imaginario colectivo.
6. Desconfianza sobre los objetivos políticos de los otros grupos.
Por supuesto que hay razones para albergar desconfianzas. Pero, estemos claros, frente a procesos de concertación política, la desconfianza mata. Casi literalmente.
7. Las artimañas e intrigas de Somoza y sus agentes.
Frente a la capacidad de infiltración que mostró Somoza, Ortega, su camarilla y sus agentes han demostrado ser verdaderos maestros en el arte de la conspiración y la manipulación.
El párrafo final del editorial encierra una contundente lección para los protagonistas de hoy:
“En los extremos de esas conductas sectarias, a veces pareciera que los esfuerzos están más dirigidos a desgastarse entre aliados, o posibles aliados, que a combatir al enemigo común…Esas tendencias sectarias y divisionistas deben ser combatidas firmemente. Porque al fin de cuentas el pueblo está unido y no es posible que esa unidad, y las inmensas posibilidades de liberación que encierra el momento actual, se frustren, porque el peso del pasado en unos, y una equivocada evaluación de las posibilidades del futuro en otros, los lleve a conductas que objetivamente contribuyen a prolongar los tormentos del somocismo”.
Estamos hablando de hace 40 años. Cualquier parecido con la realidad presente es… ¿pura coincidencia?
Estos quistes malignos que llevamos dentro son los verdaderos enemigos de la unidad. Lamentablemente no diferencian edades, género o condición económica o social. Son enemigos nuestros pero amigos de Ortega. Si no los aniquilamos, a nivel individual y a nivel de grupo, los tormentos se prolongarán.
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