Se afirma con frecuencia que la historia es maestra de la vida, repitiendo la famosa frase de Cicerón. Sin embargo, pareciera que en el caso de Nicaragua nos tocó una mala maestra, o somos muy malos alumnos, porque a pesar de que las lecciones se repiten una y otra vez, una y otra vez volvemos a tropezar con la misma piedra.
Hoy 17 de Julio se cumplen 39 años de la renuncia y salida del país de Anastasio Somoza Debayle, el último gobernante de la dinastía somocista, que se entronizó más de cuarenta años en el poder. El imaginario popular recoge principalmente los episodios de la guerra, pero detrás de las cortinas de balas se desarrolló toda una trama política que al final resultó decisiva en el desenlace de los acontecimientos.
Creo que es importante rememorar esos hechos porque no podemos perder la esperanza de que finalmente, como pueblo, podamos aprender las enseñanzas de la historia.
La administración del presidente norteamericano, Jimmy Carter, y la dirigencia del Frente Sandinista llegaron a un acuerdo para poner fin a la guerra. Ese acuerdo incluía, entre otros, los siguientes puntos centrales: el reconocimiento de la Junta de Gobierno, la depuración y preservación de la Guardia Nacional y la sobrevivencia del partido liberal nacionalista. El acuerdo abría un escenario nuevo: sin Somoza, pero con somocismo, más la incorporación de la nueva realidad de poder que representaban las fuerzas sandinistas. Un nuevo actor político y militar, dotado de legitimidad y poder.
El acuerdo establecía una corta transición en la cual el Congreso elegiría un presidente, el cual cumpliría el papel de trasladar la banda presidencial a la Junta de Gobierno, por intermedio del Cardenal Obando. La Junta de Gobierno estaba integrada por 5 miembros que representaban a distintos sectores del país (Moisés Hassan, Daniel Ortega, Violeta Barrios de Chamorro, Sergio Ramínez y Alfonso Robelo).
Somoza designó para cubrir ese período de transición a Francisco Urcuyo Maliaños, quien, en efecto. fue electo por el Congreso somocista. Hasta ahí todo iba conforme lo convenido, pero ¨el tal Urcuyo¨, una vez investido ignoró el acuerdo y declaró que, como ¨presidente constitucional¨, concluiría el período de Somoza y entregaría la presidencia hasta mayo de 1981. En su único discurso presidencial declaró “Como presidente de la república, excito a las fuerzas irregulares a deponer las armas, no ante nada ni ante nadie, sino ante el altar de la patria”. Ese anuncio derrumbó los compromisos, precipitó la debacle y la desbandada de la guardia y, como consecuencia, el triunfo total del Frente Sandinista, que quedó como única fuerza hegemónica.
Las horas transcurridas -menos de cuarenta y ocho- entre la salida de Somoza, en la madrugada del 17 de julio, y la huida posterior de Urcuyo Maliaños, fueron decisivas para el capítulo histórico que se inauguró el 19 de Julio. Eran tan volátil e impredecible la situación que Dionisio Marenco, circunstancialmente presente en el centro de entramado político, afirma “El 19 de julio ahora es la fecha histórica del triunfo de la revolución, pero el 18 a las 10 de la noche nadie sabía lo que iba a pasar al día siguiente, y el que diga lo contrario está mintiendo” (Envío No.318).
No está claro quién engañó a quien. Maliaños alega que Somoza le manifestó antes de partir: “Chico, no te olvides de que debes negociar, negociar y negociar con Pezzullo (el embajador norteamericano en Managua) hasta que consigás hacer desaparecer de su mente a la Junta…”. Somoza, por su parte, afirma que fue engañado por la administración norteamericana.
Todo parece indicar que Somoza pensó en ganar tiempo, con Urcuyo, y lo alentó a maniobrar…y el flamante nuevo presidente “agarró la vara”. Las presiones norteamericanas fueron, sin embargo, inmediatas y determinantes para que Urcuyo abdicara. En su libro “Solos”, relata que Somoza lo llamó el 18 de julio, desde Estados Unidos, y le manifestó: “Chico, estoy perdido. Soy prisionero del Departamento de Estado: Me acaba de llamar Warren Cristopher, Subsecretario Adjunto de Estado, para decirme que si tú no le entregas el poder a la Junta e Reconstrucción, ellos me entregarán a mi al Frente Sandinista”. Somoza, con otras expresiones, en su libro “Nicaragua traicionada” parece corroborar ese relato.
Todavía con la banda presidencial cruzada en su pecho, en su exilio en Guatemala, en el mismo libro “Solos”, Urcuyo Maliaños reflexiona “Nosotros, los Liberales Nacionalistas, cometimos nuestros errores; políticamente, el más grave quizás fue el de llevar a la re-elección al General Somoza Debayle después del terremoto”. Obviamente, una muy tardía reflexión. El hecho es que su decisión de quedarse en el poder marcó otra ruta en la historia de Nicaragua. Nadie se acuerda de él. Estuvo menos de 48 horas como «presidente», pero no pudo evadir la maligna tara genética que ha enfermado a la mayoría de gobernantes de nuestro país.
Por su parte, Anastasio Somoza en su libro arriba citado (Nicaragua traicionada) escribe, refiriéndose amargamente a la administración Carter: “Mi patria, mi pueblo y yo fuimos traicionados…yo fui traicionado por un aliado de muchos años en quien confiaba…ni yo ni ninguna otra de las personas del mundo que aman la libertad podemos comprender las razones por las que Nicaragua fue traicionada”.
Es notoria la confusión mental. Para Somoza, él era Nicaragua. Décadas más tarde escuchamos la mismísima confusión: El pueblo-presidente.
Somoza narra que antes de montar en el helicóptero que lo conduciría al aeropuerto “Al contemplar por última vez las luces de Managua, me corrieron las lágrimas por las mejillas…No era que en aquel momento yo estuviera teniendo lástima de mí mismo….Sentí profundamente todo el buen trabajo que habíamos realizado en Nicaragua y que se había desvanecido como el humo…”.
Ninguna autocrítica. Ningún sentido de responsabilidad. Ningún asomo de duda. Los ríos de sangre invisibles para el dictador. Es la ceguera del poder que afecta a los dictadores de todas las latitudes y de todos los tiempos y que les lleva perder todo sentido de la realidad.
Ahora que nos toca tropezar nuevamente con la misma piedra es preciso recordar la enseñanza que la historia nos ha repetido una y otra vez: el aferramiento al poder y la confusión en la mente del monarca entre sus intereses, y los del pueblo y la patria, constituyen la combinación exacta que conduce al mismo despeñadero. Despeñadero y tragedia. Tragedias que terminan siempre pagando los pueblos.
Hoy 17 julio es un buen día para preguntarnos ¿Hasta cuándo vamos a tener que repetir la misma historia?
Después de Ortega…NUNCA MÁS!
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