Política y Realidades nacionales

Una hipoteca por cien años

Hace cinco años, en el mes de junio del 2013, el régimen de Ortega cometió uno de los actos más oprobiosos de nuestra historia. Hipotecó el país por cien años, en una turbia maquinación con un oscuro empresario chino. En unas cuantas horas, los secuaces de Ortega en la Asamblea Nacional dictaminaron, aprobaron y publicaron en forma de ley una concesión que entrega la soberanía del país, justamente calificada como una ley vendepatria. Hay que rescatar que 25 diputados votaron en contra.

Pero la fiesta fue el 22 de diciembre del 2014. Fue un día feliz y de fanfarria para los personeros del régimen, rugir de motores, discursos, fotos, sonrisas, videos y brindis. Ese día, los medios de comunicación oficialistas proclamaban jubilosos el inicio de las obras del gran canal.

Y así pudimos escuchar al especulador financiero Wang Jing proclamar en un discurso triunfal:

“Hoy podemos decir con orgullo que hemos superado todos los retos”, y agregó: “Con el pleno apoyo del distinguido Presidente de Nicaragua y de las pertinentes agencias gubernamentales… especialmente con la comprensión y el apoyo de la mayoría del pueblo nicaragüense, hemos dado con plena confianza el primer paso histórico y monumental de empezar la Obra”.

Y así pudimos ver en los medios de comunicación los camiones y maquinarias que comenzarían a desguazar la tierra para abrir la zanja más portentosa jamás construida en la historia de la humanidad, por donde transitarían gigantescos buques de un océano a otro.

Un desenfreno de delirios alborotó a todos los estratos del régimen. Los sindicalistas, como locos, anunciando y elaborando listas y listas de los miles y miles de trabajadores a ser enganchados. Y Paul Oquist, el ministro de Ortega para propaganda en el exterior, como loco, haciendo presentaciones y presentaciones preñadas de fantasías, en un país y otro. Y Telémaco, como loco, inventando y pregonando mil cuentos más. Y grupos de empresarios, como locos, hablando de contratos con cifras fabulosas. Hasta un debate se produjo sobre qué iban a comer los chinos que vendrían a trabajar en la obra. Unos sostenían acaloradamente que los chinos debían acostumbrarse a comer gallo pinto, otros, más reposados argumentaban que nuestros agricultores debían aprender a producir los extraños alimentos de la dieta china.

En fin, todo era frenesí y alborozo.

Tristemente, después se supo que el acto de inauguración fue una farsa. Resultó que los camiones pertenecían a una alcaldía municipal desde donde los cogieron prestados para montar el circo; el primer contrato que con tanto regocijo celebraron los empresarios seleccionados, al final se redujo a desbrozar una trochita, de unos pocos kilómetros. Y nada más.

A la postre, también resultó que el canal fue la mayor estafa mediática a las esperanzas de los miles de nicaragüenses.

A tres años y medio de la fanfarria inaugural ningún funcionario gubernamental ha vuelto a hablar sobre el asunto. De la trocha que abrieron, nadie se acuerda. Y allí, en lugar de escucharse el rugir de las maquinarias y de observar los prodigios de la tecnología, lo que se ve son caballos y vacas, pastando tranquilos.

Y el chino no se volvió a aparecer. Solo noticias lejanas. Unas, que su fortuna de especulador financiero se desplomó en las bolsas de valores internacionales. Otras noticias indicaban que tenía problemas legales en algunos países por turbias maniobras empresariales. A fines de abril del presente año se supo que el empresario chino cerró las oficinas en Hongo Kong de HKND, la empresa del  canal.

Solamente Ortega y su círculo saben qué ocurrió con el proyecto. Solo ellos saben en qué quedaron los millones de dólares que anunciaron se habían invertido en los estudios y actividades iniciales. Solo ellos saben los compromisos en que metieron al país en estos amarres.

La verdad es que a la inmensa mayoría de los nicaragüenses nos tiene sin cuidado que el especulador chino no se aparezca más. El empresario chino puede no aparecer, pero el problema para los nicaragüenses no desaparece. Los privilegios adjudicados al especulador chino son de tal gravedad que no necesita venir aquí para negociar los derechos que le otorga la concesión. Porque esa concesión le entrega todo. A estas alturas del partido no sabemos qué negocios pueden haberse realizado.

Mientras Ortega se encuentre en el poder y la concesión siga vigente, los propietarios de tierras, estarán amenazados con el despojo. La economía nacional estará amenazada, porque las reservas financieras internacionales se encuentran comprometidas. Los ahorristas del sistema financiero estarán amenazados porque un porcentaje de los depósitos bancarios se encuentran dentro de las reservas financieras internacionales.

En particular, mientras Ortega se encuentre en el poder y la concesión siga vigente, el régimen dispondrá de una formidable plataforma para el trasiego de capitales dudosos y todos seguiremos amenazados, porque la entrega de nuestros derechos soberanos es total.

El empresario chino puede no aparecerse más, pero la amenaza no desaparece.

La hipoteca que representa para los nicaragüenses la concesión vendepatria otorgada a Wang Jing, es otra razón poderosa para salir cuanto antes del régimen genocida de Ortega.

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