En algunos ambientes circula la versión de que Ortega, en conversaciones recientes con enviados norteamericanos, manifestó estar dispuesto a adelantar las elecciones para el año próximo, bajo algunas condiciones, entre otras: mantenerse en el poder durante el período electoral, garantizarse impunidad para él y sus secuaces, y preservar el control institucional de los principales órganos del Estado.
Hoy, al abrirse otro capítulo del diálogo nacional, conoceremos si efectivamente es cierta esa versión. Si lo fuera, se trataría de una propuesta que llegaría demasiado tarde.
Demasiada sangre y muertes hay de por medio.
A lo largo de estas trágicas semanas, la población vino acumulando distintas exigencias, pero a estas alturas, la criminal respuesta del régimen redujo todas esas exigencias a un solo clamor: Ortega debe renunciar y abandonar el país. Con Ortega en el poder no hay solución posible, ni a la crisis actual, ni a ninguno de los problemas que enfrenta el país.
Estamos en una condición tan extrema, que exigir la salida de Ortega, ha dejado de ser un asunto político. Se ha transformado en un asunto de sobrevivencia. En cuestión de vida o muerte.
Ortega debe irse, porque cada día que siga bajo control de sus hordas criminales, más nicaragüenses seguirán cayendo bajo balas asesinas.
Ahora no hay nadie a salvo, en ningún lugar. Sea que circule por la calle, o si es periodista, si está en su barrio, si es médico, si está en un tranque, si es sacerdote, si está en su casa, si es niño, joven o adulto, la vida de todos está en peligro permanente ante la embestida diabólica desatada por Daniel Ortega.
Hace dos semanas se atrevieron a afirmar, incluso en el marco de la OEA, que el gobierno no controlaba grupos paramilitares. Ahora ya ni siquiera buscan como encubrirlo, más bien exhiben su bestialidad, en su renovada estrategia de terror. Policía uniformada, policía de civil, ex militares, turbas y delincuentes comunes, en mezcla diabólica, masacran sin piedad.
¿Alguien en su sano juicio puede pensar que si el pueblo baja los brazos los escuadrones asesinos de Ortega se van a quedar mansos y tranquilos?
¿Alguien en su sano juicio puede pensar que si el pueblo quita los tranques, el régimen dejará de asesinar?
Ortega debe irse porque su palabra o su firma no valen nada. Conceder credibilidad a una sola oferta o promesa de Ortega, en las presentes circunstancias equivale a confiarle nuestra vida a una banda de asesinos.
¿Cuántos compromisos han cumplido?
¿Acaso no escuchamos a Ortega proclamar que cualquiera se podía movilizar pacíficamente?
¿Acaso no lo escuchamos hablar de paz y de amor el 30 de mayo, mientras mandaba a acribillar sin piedad a la conmemoración de las madres? ¿Le importaron acaso los ancianos, las niñas y niños, las mujeres y los miles de familias indefensas?
¿Acaso no asumieron el compromiso de acatar las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos?
¿Quién podría sentirse seguro con Ortega en el poder y sus bandas terroristas criminales impunes e intactas?
Puede jurar mil veces y hacer mil cruces y siempre será la cruz del diablo.
Ortega debe irse porque si se mantiene en el poder, jamás tendremos elecciones libres en nuestro país. Podrá hacer algunas reformas cosméticas, como mampara, pero con la otra mano intimidar, eliminar, enjuiciar y cien triquiñuelas más para mantenerse en el poder.
Ortega debe irse porque no garantiza la seguridad de nadie. Ni justicia. Ni concordia. Ni paz. Lo que sí puede garantizar es la impunidad de sus secuaces.
Ya estamos viendo cómo se está prepeando ante la CIDH. Ya está claro que esta organización actúa de manera independiente, por consiguiente ya comenzó a cuestionar su trabajo.
Ortega debe irse porque no está en capacidad de gobernar, ni de resolver ninguno de los problemas del país. Y no habrá ni inversión, ni actividad económica, ni generación de empleo.
Si queremos tener paz, elecciones, democracia y justicia, tiene que salir del país, porque si se queda, aún fuera del gobierno, quedaríamos expuestos al chantaje permanente, a las fechorías y canalladas de sus secuaces.
Así que, de existir esa oferta de adelantar elecciones con Ortega en el poder, estaríamos ante una trampa mortal. Y aquí la palabra mortal no es una exageración.
Lo único que sostiene a Ortega son sus hordas criminales. Perdió toda capacidad de iniciativa política. En cambio, el pueblo cada día fortalece su poder, y se acerca a la recuperación de su libertad.
Ayer propinamos un golpe contundente con el paro nacional. Ortega ni siquiera tuvo capacidad de reaccionar. Solo pudo cobrar su cuota de sangre.
El paro demostró unidad. El paro demostró decisión. El paro demostró sensatez. El paro demostró disposición al sacrificio. El paro demostró que el pueblo entero clama por la salida de Ortega. Y debe irse.
Recordemos: Hagamos lo que tengamos que hacer…cueste lo que cueste…el precio más elevado es que Ortega siga en el poder.
¡Nicaragua volverá a ser república!.
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