El 22 de diciembre del 2014, hace hoy 3 años, fue un día feliz. Día de fanfarria, rugir de motores, fotos, sonrisas, videos y brindis jubilosos. Ese día se iniciaron las obras del gran canal.
Y así pudimos escuchar al especulador financiero Wang Jing, el inesperado beneficiario de la concesión de la gigantesca obra, proclamar en un discurso de connotaciones bíblicas:
“Hoy podemos decir con orgullo que hemos superado todos los retos”, y agregó: “Con el pleno apoyo del distinguido Presidente de Nicaragua y de las pertinentes agencias gubernamentales, con la cooperación de las empresas líderes y los mejores científicos de Estados Unidos, Inglaterra, Bélgica, Australia, China y otros países, especialmente con la comprensión y el apoyo de la mayoría del pueblo nicaragüense, hemos dado con plena confianza el primer paso histórico y monumental de empezar la Obra”.
Y así pudimos ver en los medios de comunicación los camiones y maquinarias que comenzarían a desguazar la tierra para abrir la zanja más portentosa jamás construida en la historia de la humanidad, por donde transitarían gigantescos buques de un océano a otro. Y pudimos ver a funcionarios del régimen, militares, policías y ejecutivos chinos, algunos encorbatados bajo el solazo, y todos protegidos por relucientes cascos recién estrenados, posar orgullosos en el sitio preciso donde despuntaba la nueva aurora.
Y los sindicalistas, como locos, anunciando miles y miles de contrataciones; hasta acreditaron y tenían listos y listas de los trabajadores a ser enganchados. Y Paul Oquist, el ministro de Ortega para propaganda en el exterior, como loco, haciendo presentaciones y presentaciones preñadas de delirios, en un país y otro. Y Telémaco, como loco, inventando y pregonando mil cuentos más. Y grupos de empresarios, como locos, hablando contratos con cifras fabulosas. Hasta un debate se produjo sobre qué comerían los chinos que vendrían a trabajar en la obra. Si nuestros agricultores debían aprender a producir los extraños alimentos de la dieta china, o si los chinos debían acostumbrarse a comer gallo pinto. En fin, todo era frenesí y alborozo.
Tristemente, después se supo que todo fue una farsa. Resultó que los camiones pertenecían a una alcaldía municipal desde donde los cogieron prestados para hacer el cuadro; el primer contrato que con tanto regocijo celebraron los empresarios seleccionados, al final se redujo a desbrozar una trochita, de unos pocos kilómetros. Y nada más.
A tres años de la fanfarria inaugural se hizo silencio sobre el asunto, la trocha luce abandonada y en lugar del rugir de las maquinarias y el afán sudoroso de los miles de trabajadores que serían contratados, lo que se ve son caballos y vacas, pastando tranquilos, ajenos a las quimeras que yacen enterradas bajo sus pezuñas. En el canal de Ortega solo quedan vacas y caballos.
Y el chino no se volvió a aparecer. Solo noticias lejanas. Que su fortuna de especulador financiero se desplomó en las bolsas internacionales. Que tiene problemas legales en Ucrania…en fin ¿A alguien se le ocurre que un empresario serio, con una inversión de 50 mil millones de dólares, ni siquiera se aparezca al país donde se supone que está invirtiendo semejante megafortuna?
Y aquí vienen las preguntas tontas ¿Es que ya no hay canal? Y si ya no hay canal ¿Por qué Ortega no deroga la oprobiosa ley?
La verdad es que a la inmensa mayoría de los nicaragüenses nos tiene sin cuidado que el especulador chino no se aparezca más. Los ilusos que creyeron el cuento chino, tal vez lo extrañen; y quienes se frotaban las manos con la expectativa de que el dinero pasaría a borbollones a sus bolsillos, seguramente rumian su desconsuelo.
El empresario chino puede no aparecer, pero el problema para los nicaragüenses no desaparece. Los privilegios adjudicados al especulador chino son de tal gravedad que no necesita venir aquí para negociar los derechos que le otorga la concesión. Porque esa concesión lo entrega todo. A estas alturas del partido no sabemos qué negocios pueden haberse realizado.
Mientras Ortega se encuentre en el poder y siga reconociendo la concesión, los propietarios de tierras en la zona donde presuntamente pasaría el canal, estarán amenazados con el despojo. La economía nacional estará amenazada porque las reservas financieras internacionales se encuentran comprometidas. Los ahorristas del sistema financiero estarán amenazados porque un porcentaje de los depósitos bancarios se encuentran dentro de las reservas financieras internacionales. En fin, mientras Ortega se encuentre en el poder y siga reconociendo la concesión, el régimen dispondrá de una formidable plataforma para el trasiego de capitales dudosos y todos seguiremos amenazados, porque la concesión abarca el territorio nacional entero y la entrega de nuestros derechos soberanos es total.
El empresario chino puede no aparecerse más, pero la amenaza no desaparece. Por tal motivo, los nicaragüenses debemos seguir poniendo el dedo en la odiosa llaga que representa la concesión de Ortega a Wang Jing.
Antón Álvarez
Realmente, es una situación muy extraña. El ministro correspondiente debería dar explicaciones de cómo está la situación. Y, si es verdad que el promotor de esta obra no tiene financiación para hacerla, qué pasos se piensa dar ahora: si anular la concesión, si buscar otro inversor…, en fin, lo que corresponda