Vamos a comenzar tomando como verdaderos los resultados de las elecciones venezolanas, anunciados anoche por el órgano electoral de ese país. De acuerdo a esos datos, Maduro no llegó ni siquiera al 51% del total de votos y, con relación a la votación obtenida por Chávez, hace apenas seis meses, en octubre del 2012, perdió 685 mil votos. En cambio, de acuerdo a esos mismos cómputos, Enrique Capriles aumentó su caudal electoral en 679 mil votantes. En otras palabras, la brecha que se produjo en las elecciones de octubre del 2012 disminuyó en casi un millón 400 mil electores, seis meses después.
Considerando que las elecciones se realizaron bajo el impulso emocional del duelo provocado por el fallecimiento de Chávez; a pesar del uso y abuso del poder derivado del control absoluto de las instituciones del estado y por encima del hecho de que la campaña electoral apenas duró dos semanas, esos resultados son unos muy pobres resultados para el chavismo.
Sigamos suponiendo que esos resultados fueron verdaderos. La conclusión inmediata es que Maduro, como un mal hijo, rápidamente comenzó a dilapidar la herencia de Chávez, a quien de manera bastante patética llama “su padre”. De nada le sirvió esa paternidad pues ni siquiera pudo conservar, apenas seis meses después, el legado electoral del caudillo fallecido. En un abrir y cerrar de ojos se redujo de más del 10% a uno poco más del 1%.
Ahora pasemos a la otra realidad. Tal como lo ha proclamado Capriles, no todo está dicho. Los resultados anunciados por el tribunal electoral, bajo el control del chavismo, no se corresponden con los datos que el comando de campaña “Simón Bolívar” afirma poseer. Según esos cómputos, el triunfador de la contienda electoral fue Capriles y, por tal motivo, se ha solicitado un recuento de votos. Mientras los resultados electorales no sean aceptados por la oposición, no hay legitimidad posible.
Y es que había tanto en juego que es difícil imaginar que el chavismo no tuviese preparado un “plan B”, ante la eventualidad de unos cómputos adversos, teniendo en cuenta que controlan el sistema electoral de cabo a rabo. No hay mayor costo político que perder una elección (¿recuerdan esa frase?). En estas condiciones es difícil que la máquina retroceda. Sin embargo, a estas alturas del partido, ocurra lo que ocurra con los resultados electorales, la realidad es que el chavismo, sin Chávez, lleva plomo en el ala. Su declive comenzó antes de lo que se sospechaba. Podemos discutir cuánto tiempo habrá que esperar, pero es indiscutible que tiene su tiempo contado.
Ya nada será como antes.
Primero, porque de entrada es un presidente que carece de legitimidad. La duda sobre su victoria está sembrada y la sombra del fraude le seguirá adonde vaya. Además, tiene a la mayor parte de la población en su contra, o al menos la mitad.
Segundo, porque en esas condiciones tendrá que lidiar con formidables problemas económicos y sociales generados por la desastrosa gestión gubernamental del chavismo . Venezuela tiene la más alta inflación de América Latina. En lo que va del año se han producido dos devaluaciones que han reducido el valor del Bolívar en 46%. Hay desabastecimiento de artículos de primera necesidad comenzando por el maíz para las famosas arepas, el pollo y el queso. En un país con un potencial hidroeléctrico gigantesco, aparte de la riqueza petrolera, se producen tres y hasta cuatro apagones en las principales ciudades, debido al deficitario sistema de generación eléctrica. Además está el agravamiento de la inseguridad ciudadana. En el 2012 los homicidios llegaron casi a 20 mil, calificándose como el año más violento de la historia.
Tercero, porque con una sociedad polarizada deberá enfrentar los reproches y con seguridad las pugnas internas entre los liderazgos del chavismo que seguramente estarán consternados y alarmados ante los resultados electorales. Está pronto el tiempo de los chivos expiatorios.
Finalmente, el cuento del pajarito y otros dislates cometidos en los últimos meses han convertido a Maduro en hazmerreír, tanto a lo interno como internacionalmente. En estas circunstancias tampoco tendrá el desahogo externo que le permita ejercer algo del protagonismo que en su mejor momento desplegó Chávez.
Ya nada será como antes. Llegó el tiempo de que en el vecindario, incluyendo el vecindario orteguista, los primos y rentistas del chavismo comiencen a poner sus barbas en remojo porque se acabó el merecumbé. Y nosotros, los que tenemos un compromiso con la democracia, aprender la lección. Y poner manos a la obra.
¡Carajo! ¿Hay 679,000 LGBT en Venezuela?…