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Profetas en su tierra

Carlos y Luis EnriqueTuve oportunidad de asistir al concierto que ofrecieron Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, en el Teatro Rubén Darío, en conmemoración de sus 45 años de vida artística. Ancianas y ancianos, adultos, varones y mujeres, mano a mano y garganta a garganta, unidos a una sorprendente cantidad de jóvenes, colmaron a reventar el teatro.                                           

Es que Carlos y Luis Enrique son profetas en su tierra.  

 Nuestro máximo templo de cultura ha acogido a prominentes artistas de relieve internacional, pero nunca es más palacio de arte que cuando los Mejía Godoy se apoderan del escenario. Y nunca es más popular que cuando ellos lo preñan de pueblo. Y nunca es más nacional, que cuando ellos lo fecundan de patria. Arte. Pueblo. Y patria.

 “…Yo te ofrezco en esta ronda mi inflamado corazón…es un alforja redonda cargadita de ilusión…”

 Sus interpretaciones de esa noche me trasladaron a la primera vez que los escuché personalmente. Allá en León, en las movilizaciones de los setenta, si no recuerdo mal en una campaña por la libertad de presos políticos. Llegó Carlos, con su acordeón, y Luis Enrique, pelo largo y guitarra en ristre, me parece que acompañados por un argentino que tocaba un tambor; seguramente le llamen en América del Sur con otro nombre, pero allí sonaba como tambor. En coro con los tambores de Sutiaba que encabezaban las marchas.

 “Cantor de manos jodidas le decían a Ramón…qué lindo, decía, es el canto que no tiene comprador”.

 Tiempo de luchas y de utopías.

 Y con los sueños aliñados en sus alfombras al hombro peregrinaron Carlos y Luis Enrique, cumpliendo también papel de profetas. Sacudiendo conciencias. Encendiendo corazones. Disparando esperanzas.

 Profetas de su tierra. Cantores y desde su canto y su práctica protagonistas de la historia. Historia  que pareciera signada por un destino fatal. Los cielos nublados que parecían desterrados, anuncian otra vez tormentas y tormentos conocidos. El fatídico retorno de las tragedias. Amenazas que reverdecen aquellos cantos que por fortuna nunca se marchitaron.

 “…ellos tienen un fusil, vos un hermano enterrado…”

 “…ay ay la patria llorando está…parecen gritos de parto los que se oyen por allá…”

 “…ni tanques ni batallones demolerán tu conciencia…”

 De canción en canción. De aplauso en aplauso. De escalofrío en escalofrío. Los Mejía Godoy esa noche hicieron lo que quisieron con nuestros corazones, estrujándolos y amasándolos, hasta dejarlos bien apelmazaditos.

 Cómo no vibrar y erizarse con “El almendro de donde la Tere”. Porque todos anidamos allá en un rinconcito a nuestra propia María Inés, desvelo inocente de nuestros tiernos años.

 Seguramente Carlos no nos cuenta cómo aprendió ese caminadito todo fachento que tiene. Yo se los voy a contar: los zapatos burros y el pantalón chingo, con los que salió de Somoto, los cambió por los botines estilo Beattles y pantalones campana con los que adolescente regresaba de la capital a fachentear a su pueblo. Todos los que crecimos en pueblo sabemos el ardor que nos causaba cada vez que un Managua llegaba a pasar vacaciones. Las chavalas de la edad se morían por “los managuas”. Ellos alardeaban de saber patadas voladoras. Los serviles querían ser amigos de ellos. Ahí fue donde Carlos estrenó el caminadito de chavalo galán de Managua, que ya nunca lo abandonó.

 “…en mis pestañas alborozadas…quedó una lágrima rezagada, de aquel ayer que no volverá….”

 Luis Enrique, en cambio, siempre impecable en su porte y aspecto. Aunque viéndolo esa noche hamaquearse con Norma Elena al vaivén de una tonadita quedé con la sospecha de que Luis Enrique no sabe bailar.

 A propósito de Norma Elena. Intacto el chorro de voz. Fresco. Sensual. Envolvente. Lástima que fue tan poquito. Cómo extraño aquella tierna canción de arrullo, la del chorrito de orín.

 Vuelvo a Luis Enrique. Lo miré todo tiesesito y sin juego de cintura. Me pregunto si  su voz y la expresividad de su rostro le han servido de escudo para esconder que el zapateado no es su fuerte. Invito a quienes lean esta nota que la próxima vez le pidan bailar un palo de mayo para ver si descubrimos ese secreto tan celosamente guardado.

 Confieso que nunca he tenido oportunidad de estrechar la mano de Luis Enrique. Esperaré. Me he propuesto que sea cuando se presente vestido de mariachi, en una jornada de rancheras. Porque francamente se ve elegantísimo Luis Enrique empoderado de charro.                        

“Acaba de una vez, de un solo golpe…por qué quieres matarme, poco a poco…”

 Es un privilegio ser contemporáneos de estos gigantes de la cultura nacional. Hemos podido ver, sentir, y vivir a estos forjadores de historia, de identidad y del ser nicaragüense.

 Profetas en su tierra. Y profetas de su tierra.

 Respetándose a sí mismos y respetando a su pueblo, han sabido ganarse  simpatía y cariño de la inmensa mayoría de los nicaragüenses. Igual que con Darío y con Sandino, pasarán años y años y los Mejía Godoy estarán ahí, en la mente y en el alma de los nicaragüenses. Nuestras mudas cenizas acompañarán, erizadas, las almas de esos millones de nicaragüenses que por años y años entonarán con la misma crispación “Nicaragua Nicaragüita” y con la misma emoción “Yo te amo Nicaragua”.                     

La identidad nacional se va forjando día a día con nuestros olores, sabores, saberes, sentimientos y emociones. Y nuestros dolores. Luis Enrique y Carlos, Carlos y Luis Enrique han sabido recoger, amalgamar y devolvernos, hecha canción, esa argamasa vital de olores, sabores y dolores. Y también esperanzas. Por eso es que además de profetas en su tierra, son también profetas de su tierra.

 …Que lindo decir tu nombre Nicaragua… Tu nombre siempre dulcito y querendón…

 

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