Arte y Cultura

Rubén ¿profeta en su tierra?

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Seis de febrero del año 2016: se cumple el primer centenario del fallecimiento de Rubén Darío. Como nicaragüenses tenemos por delante un año marcado por las dos efemérides, porque en el 18 de enero del 2017 será el sesquicentenario (150 años) de su nacimiento.

Todos admitimos que Darío es uno de los pilares de nuestra nacionalidad. Honrar su memoria, con ocasión de estas efemérides, debería convocarnos a todas las nicaragüenses y a todos los nicaragüenses alrededor de uno de nuestros valores patrios fundamentales. Pero ya vemos que no es así. Deberíamos estar asistiendo a la instalación de una comisión nacional pro conmemoración de ese centenario y sesquicentenario. Hasta Somoza lo hizo en ocasión del centenario de su nacimiento, en 1967. Una jornada esplendorosa, con asistencia de connotados académicos internacionales, que pasó preparándose cuatro años.

Justo es reconocer el esfuerzo de algunos apóstoles del “dariísmo” que han organizado algunos actos. He asistido a varios de ellos. Encomiables voluntades, pero convocatoria ha sido escasa. Hemos llegado a tal punto como sociedad que ni Darío es capaz de convocar.

Conocer a Darío es el primer desafío de todo nicaragüense que se precie de valorar sus raíces nacionales. Mi propia búsqueda, a partir de mi ignorancia, me ha convencido de que conocemos y repetimos el nombre. Y hasta declaramos orgullo. Pero desconocemos al hombre. Desconocemos al hombre y a su obra.

El pensador y poeta mexicano, Octavio Paz, ganador del premio nobel de literatura escribió: “el lugar de Darío es central…Ser o no ser como él: de ambas maneras Darío está presente en el espíritu de los poetas contemporáneos. Es el fundador.”

Son notables palabras de encomio, viniendo de donde vienen; y así, hay miles (Neruda, Mistral, García Márquez, Vargas Llosa y un largo etcétera) de referencias y escritos sobre Darío, el poeta; pero, por mucho mérito que le hagan a su poesía, usualmente quedan ocultas o disminuidas otras dimensiones de Rubén, algunas tan elevadas como su poesía.

Comencemos por recordar que su obra primera fue Azul, publicada en Chile. Este libro le permitió desplegar sus alas hacia la gloria. Pero Azul es un libro que, si bien contiene poesías, fundamentalmente es un libro de relatos. Darío, además de poeta, es un narrador excepcional.

“La dimensión creadora del nicaragüense universal abarcó poemas, cuentos, relatos, intentos de novela, crítica de arte, ensayos, semblanzas, manifiestos, reseñas, traducciones, páginas autobiográficas; pero también una enorme cantidad de crónicas”, escribe y describe Jorge Eduardo Arellano.

No es de conocimiento general que Rubén se ganó el sustento durante buena parte de su existencia ejerciendo el periodismo, al servicio del diario La Nación, de Argentina. Una colección de crónicas ha sido recientemente publicada en Nicaragua que lo exhibe como un maestro. Un maestro de la crónica, un género que, hoy por hoy, en pleno siglo XXI es el género de moda. “…es que en todos los géneros que cultivó Rubén, fue un gran maestro, un singular y excepcional maestro. Y así como en la poesía hay un antes y un después de Darío, lo mismo puede afirmarse de la prosa y la crónica periodística en idioma español” nos ilustra el Doctor Carlos Tünnermann en su ensayo Rubén Darío: maestro de la crónica.

Y qué decir sobre su papel de editor, tal vez su faceta menos conocida. Pues sí. Darío dirigió la revista ¨Mundial¨. Nada menos que 40 números se publicaron de esta revista mensual. La publicación tenía su sede en París pero su circulación se extendía a toda hispanoamérica con un contenido, formato e ilustraciones que provocarían envidia a cualquier publicación del siglo XXI.  A la par también era editor de la revista ¨Elegancias¨.

Pero también fue un pensador de alturas y profundidades, aún en la poesía. Recientemente el profesor de la Universidad de Arizona, Alberto Acereda, publicó el libro “poemas filosóficos”. Ese libro recoge 61 poemas y un análisis detallado desde la perspectiva filosófica. El autor afirma “En la poesía de Darío hay un esfuerzo sistemático para develar el eterno enigma del sentido de la existencia humana en el mundo, y sus “poemas filosóficos” trascienden su momento histórico para acercarse a nuestra modernidad al ubicarse en la universal expresión del angustioso conflicto espiritual del hombre secular y contemporáneo”.

Darío no es poeta del pasado ni pensador del pasado. Su pensamiento se refresca y actualiza con el transcurso del tiempo.

Pero también fue un hombre de su tiempo, con posiciones políticas, algunas veces polémicas pero que, a pesar de vivir buena parte de su vida fuera de las fronteras patrias supo, de principio a fin, juntar al vuelo de su universalidad, la firmeza de sus raíces.

Para finalizar me permitiré compartir con ustedes tres anécdotas que el mismo Darío cuenta en su autobiografía:

¿Cómo llegó a usarse en mi familia el apellido Darío? Se pregunta y él mismo se responde: según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han referido, un mi tatarabuelo tenía por nombre Darío. En la pequeña población conocíale todo el mundo por Don Darío. A sus hijos e hijas por los Daríos o las Daríos. Fue así desapareciendo el primer apellido, a punto que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío. Y ello convertido en patronímico llegó a adquirir valor legal pues mi padre, que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de Manuel Darío.

Como sabemos, Darío creció sin su padre y sin su madre. Es previsible que esas carencias hayan acompañado parte de su dramática existencia. Vamos con la segunda anécdota… “debo haber sido a la sazón muy niño pues se me cargaba a horcajadas en los cuadriles como se usa por aquellas tierras…una señora delgada de vivos y brillantes ojos negros, blanca, de tupidos cabellos oscuros, alerta, risueña, bella. Esa era mi madre….”

…Un día una vecina me llamó a su casa. Estaba allí una señora vestida de negro, que me abrazó y me besó llorando, sin decirme una sola palabra. La vecina me dijo: «Esta es tu verdadera madre, se llama Rosa, y ha venido a verte, desde muy lejos». No comprendí de pronto, como tampoco me di exacta cuenta de las mil palabras de ternura y consejos que me prodigara en la despedida, que oía de aquella dama para mí extraña. Me dejó unos dulces, unos regalitos. Fue para mí rara visión. Desapareció de nuevo. No debía volver a verla hasta más de veinte años después…

La tercera anécdota es la narración de uno de sus retornos a Nicaragua: Hacía cerca de diez y ocho años que yo no había ido a mi país natal. Como para hacerme olvidar antiguas ignorancias e indiferencias, fui recibido como ningún profeta lo ha sido en su tierra…El entusiasmo popular fue muy grande. Estuve como huésped de honor del Gobierno durante toda mi permanencia…

La pregunta a un siglo de distancia es: ¿Cómo te recibimos hoy, en tu Nicaragua, entrañable profeta?

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